COPENHAGUE – A la hora de abordar el calentamiento planetario, tenemos mucha retórica vana, pero muy poca razón sensata. Es algo que reviste una importancia inmensa, porque el protocolo de Kyoto figura ya entre las políticas públicas mundiales más caras jamás aplicadas y su continuación en Copenhague a finales de 2009 promete superar todas las marcas. Tenemos que hacerlo lo mejor posible, pero ahora mismo lo más probable es que paguemos virtualmente para nada.
Un buen ejemplo es la recién instituida política de la Unión Europea de reducción de las emisiones de CO2 en un 20 por ciento en 2020. Naturalmente, siempre es más fácil prometer que cumplir… preocupación que resulta particularmente pertinente en la UE. Sin embargo, aunque se cumpla la promesa, ¿superará el beneficio al costo? Resulta curioso, pero no extraño, que no se hable demasiado de eso.
Una reducción del 20 por ciento en las emisiones de CO2 de la UE, vigorosamente aplicada a lo largo de este siglo, sólo retrasaría los aumentos de temperatura debidos al calentamiento planetario en dos años al final del siglo: de 2100 a 2102, un cambio insignificante. Sin embargo, el costo no será insignificante precisamente. Según el propio cálculo de la UE, ascendería a 60.000 millones de euros al año, lo que con toda seguridad es muy inferior a la realidad (su cálculo anterior fue casi dos veces mayor), pues requiere que la UE haga las reducciones de la forma más eficiente posible.
Sin embargo, la UE no sólo quiere reducir las emisiones de la forma más eficiente posible, sino que, además, quiere aumentar la proporción de energía renovable en la Unión en un 20 por ciento en 2020. Ese aumento no tiene un efecto por separado en el clima, pues ya hemos prometido reducir las emisiones en un 20 por ciento. Sin embargo, sí que consigue empeorar espectacularmente una decisión política deficiente.
El debate en mi país natal, Dinamarca, resulta instructivo, pues los ministros pertinentes del gobierno han expuesto en líneas generales lo que acabará costando aquí esa decisión, lo que, a su vez, indica el costo total para la UE. El costo anual de un aumento de la energía renovable de menos del 20 por ciento (18 puntos porcentuales) –y cinco años más tarde, en 2025– ascenderá a más de 2.500 millones de euros. ¿Y el beneficio? Si Dinamarca se atiene a esa decisión durante el resto de este siglo, gastará más de 200.000 millones de euros para retrasar el calentamiento planetario en cinco días.
¿Es una decisión sensata? El beneficio total para el mundo (calculado conforme a todos los criterios pertinentes, como, por ejemplo, los de vidas salvadas, aumento de la producción agrícola, humedales preservados, etcétera) resultante de la política de Dinamarca sería de unos 11 millones de euros, o, lo que es lo mismo, por cada euro gastado obtendríamos un beneficio de un poco menos de medio céntimo.
Para ponerlo en perspectiva, hemos de decir que con 2.500 millones de euros se podría duplicar el número de hospitales de Dinamarca y, si de verdad quisiéramos beneficiar al mundo, con 2.000 millones de euros se podrían reducir a la mitad las infecciones de paludismo y salvar 850 millones de vidas en este siglo. Las personas de los países afectados vivirían mucho mejor y resultarían más productivas, con lo que beneficiarían a sus hijos y nietos en 2100. Con los 500 millones restantes se podría multiplicar por ocho la investigación y la innovación encaminadas a mejorar las tecnologías eficientes en materia de CO2, lo que permitiría a todo el mundo reducir a largo plazo las emisiones de forma mucho más espectacular y con un costo muy inferior.
Así, pues, ¿deberíamos reducir a la mitad el paludismo y al tiempo aumentar espectacularmente la posibilidad de resolver el calentamiento planetario a medio plazo? ¿O deberíamos aceptar un compromiso que beneficia 2.000 veces menos y apenas modifica el clima planetario?
Pero hay algo peor. El cálculo de los 2.500 millones de euros da por sentado que los políticos elijan las energías renovables más baratas. Sin embargo, los políticos daneses parecen decididos a elegir soluciones mucho más caras, lo que significaría un aumento al doble (o más) del costo. La oposición –para intentar superar al Gobierno– insiste en un aumento de casi el 40 por ciento de la energía renovable, con un costo de casi 10.000 millones de euros al año, con lo que cada uno de esos euros produciría un beneficio para el mundo de tan sólo 0,25 euros.
Partiendo de las cifras danesas para calcular los costos a escala de la UE, es probable que el total resultante ascendiera a más de 150.000 millones de euros al año, con lo que cada uno de esos euros produciría un beneficio de tan sólo medio céntimo, y eso suponiendo que los políticos eligieran las mejores opciones y que las oposiciones no intentaran superar a los gobiernos.
Con el mismo dinero se podría triplicar el presupuesto de ayuda al desarrollo. Se podría proporcionar fácilmente agua potable, saneamiento, educación y atención de salud a todos los seres humanos del planeta y al tiempo decuplicar la investigación e innovación en materia de reducción del CO2.
La meta de la UE de una reducción del 20 por ciento en 2020 es una forma increíblemente cara de indicar buenas intenciones, pero, ¿no sería mejor obtener beneficios reales? La UE cree que está indicando el camino que seguir, pero, si el mundo sigue a la UE, parece más probable que nos extraviemos simplemente.
COPENHAGUE – A la hora de abordar el calentamiento planetario, tenemos mucha retórica vana, pero muy poca razón sensata. Es algo que reviste una importancia inmensa, porque el protocolo de Kyoto figura ya entre las políticas públicas mundiales más caras jamás aplicadas y su continuación en Copenhague a finales de 2009 promete superar todas las marcas. Tenemos que hacerlo lo mejor posible, pero ahora mismo lo más probable es que paguemos virtualmente para nada.
Un buen ejemplo es la recién instituida política de la Unión Europea de reducción de las emisiones de CO2 en un 20 por ciento en 2020. Naturalmente, siempre es más fácil prometer que cumplir… preocupación que resulta particularmente pertinente en la UE. Sin embargo, aunque se cumpla la promesa, ¿superará el beneficio al costo? Resulta curioso, pero no extraño, que no se hable demasiado de eso.
Una reducción del 20 por ciento en las emisiones de CO2 de la UE, vigorosamente aplicada a lo largo de este siglo, sólo retrasaría los aumentos de temperatura debidos al calentamiento planetario en dos años al final del siglo: de 2100 a 2102, un cambio insignificante. Sin embargo, el costo no será insignificante precisamente. Según el propio cálculo de la UE, ascendería a 60.000 millones de euros al año, lo que con toda seguridad es muy inferior a la realidad (su cálculo anterior fue casi dos veces mayor), pues requiere que la UE haga las reducciones de la forma más eficiente posible.
Sin embargo, la UE no sólo quiere reducir las emisiones de la forma más eficiente posible, sino que, además, quiere aumentar la proporción de energía renovable en la Unión en un 20 por ciento en 2020. Ese aumento no tiene un efecto por separado en el clima, pues ya hemos prometido reducir las emisiones en un 20 por ciento. Sin embargo, sí que consigue empeorar espectacularmente una decisión política deficiente.
El debate en mi país natal, Dinamarca, resulta instructivo, pues los ministros pertinentes del gobierno han expuesto en líneas generales lo que acabará costando aquí esa decisión, lo que, a su vez, indica el costo total para la UE. El costo anual de un aumento de la energía renovable de menos del 20 por ciento (18 puntos porcentuales) –y cinco años más tarde, en 2025– ascenderá a más de 2.500 millones de euros. ¿Y el beneficio? Si Dinamarca se atiene a esa decisión durante el resto de este siglo, gastará más de 200.000 millones de euros para retrasar el calentamiento planetario en cinco días.
¿Es una decisión sensata? El beneficio total para el mundo (calculado conforme a todos los criterios pertinentes, como, por ejemplo, los de vidas salvadas, aumento de la producción agrícola, humedales preservados, etcétera) resultante de la política de Dinamarca sería de unos 11 millones de euros, o, lo que es lo mismo, por cada euro gastado obtendríamos un beneficio de un poco menos de medio céntimo.
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Para ponerlo en perspectiva, hemos de decir que con 2.500 millones de euros se podría duplicar el número de hospitales de Dinamarca y, si de verdad quisiéramos beneficiar al mundo, con 2.000 millones de euros se podrían reducir a la mitad las infecciones de paludismo y salvar 850 millones de vidas en este siglo. Las personas de los países afectados vivirían mucho mejor y resultarían más productivas, con lo que beneficiarían a sus hijos y nietos en 2100. Con los 500 millones restantes se podría multiplicar por ocho la investigación y la innovación encaminadas a mejorar las tecnologías eficientes en materia de CO2, lo que permitiría a todo el mundo reducir a largo plazo las emisiones de forma mucho más espectacular y con un costo muy inferior.
Así, pues, ¿deberíamos reducir a la mitad el paludismo y al tiempo aumentar espectacularmente la posibilidad de resolver el calentamiento planetario a medio plazo? ¿O deberíamos aceptar un compromiso que beneficia 2.000 veces menos y apenas modifica el clima planetario?
Pero hay algo peor. El cálculo de los 2.500 millones de euros da por sentado que los políticos elijan las energías renovables más baratas. Sin embargo, los políticos daneses parecen decididos a elegir soluciones mucho más caras, lo que significaría un aumento al doble (o más) del costo. La oposición –para intentar superar al Gobierno– insiste en un aumento de casi el 40 por ciento de la energía renovable, con un costo de casi 10.000 millones de euros al año, con lo que cada uno de esos euros produciría un beneficio para el mundo de tan sólo 0,25 euros.
Partiendo de las cifras danesas para calcular los costos a escala de la UE, es probable que el total resultante ascendiera a más de 150.000 millones de euros al año, con lo que cada uno de esos euros produciría un beneficio de tan sólo medio céntimo, y eso suponiendo que los políticos eligieran las mejores opciones y que las oposiciones no intentaran superar a los gobiernos.
Con el mismo dinero se podría triplicar el presupuesto de ayuda al desarrollo. Se podría proporcionar fácilmente agua potable, saneamiento, educación y atención de salud a todos los seres humanos del planeta y al tiempo decuplicar la investigación e innovación en materia de reducción del CO2.
La meta de la UE de una reducción del 20 por ciento en 2020 es una forma increíblemente cara de indicar buenas intenciones, pero, ¿no sería mejor obtener beneficios reales? La UE cree que está indicando el camino que seguir, pero, si el mundo sigue a la UE, parece más probable que nos extraviemos simplemente.