LONDRES – Estamos en 1946. A un lado del Atlántico, abogados americanos están acusando a doctores nazis en Nuremberg de crímenes contra la Humanidad: supuestas “investigaciones” hechas en prisioneros de campos de concentración. Al otro lado del Atlántico, en Guatemala, el Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos (SSP) está infectando deliberadamente a prisioneros y pacientes mentales con sífilis en otro “experimento” encaminado a substituir los ineficaces medicamentos utilizados por los soldados durante la guerra que acaba de terminar.
LONDRES – Estamos en 1946. A un lado del Atlántico, abogados americanos están acusando a doctores nazis en Nuremberg de crímenes contra la Humanidad: supuestas “investigaciones” hechas en prisioneros de campos de concentración. Al otro lado del Atlántico, en Guatemala, el Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos (SSP) está infectando deliberadamente a prisioneros y pacientes mentales con sífilis en otro “experimento” encaminado a substituir los ineficaces medicamentos utilizados por los soldados durante la guerra que acaba de terminar.