STANFORD – Los Ángeles lleva ardiendo casi dos semanas, y el juego de acusaciones está en pleno apogeo. Desde las políticas de diversidad, equidad e inclusión y los centros de datos de inteligencia artificial hasta la mala gestión de los recursos públicos por parte de los líderes políticos, los dedos parecen apuntar en todas direcciones. Pero las acusaciones que se lanzan no van al grano: la causa subyacente de la conflagración son las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) generadas por la quema de combustibles fósiles.
A pesar de que el candidato a secretario de Energía del presidente electo Donald Trump, Chris Wright, niegue la relación científicamente establecida entre el cambio climático y el aumento de la gravedad de los incendios forestales, los fuegos continúan, destruyendo ecosistemas y reduciendo barrios a cenizas en todo el condado de Los Ángeles,-donde aproximadamente un tercio de los residentes viven a menos de un kilómetro y medio de uno de los 8.335 pozos petrolíferos activos de la zona. La catástrofe actual es excepcional solo porque afecta a una ciudad importante de Estados Unidos. En todo el mundo, y desde hace tiempo, se vienen produciendo incendios similares -especialmente desde 2016.
Pensemos en los incendios forestales que arrasaron Fort McMurray en Alberta -donde los oleoductos transportan casi 900.000 barriles de petróleo al día- en mayo de ese año. La combinación de viento, altas temperaturas y abundante maleza seca transformó rápidamente unas pocas brasas ardientes en un infierno arrasador. Las brasas voladoras provocaron numerosos incendios nuevos, por lo que la capacidad local de extinción de incendios no tardó en verse seriamente afectada y los servicios de emergencia tuvieron que esperar la llegada de ayuda exterior.
Aunque no escaseaba el agua -Fort McMurray es una localidad situada en la confluencia de cuatro ríos-, la extinción de los incendios resultó imposible, dada la increíble velocidad de su propagación en el aire reseco. Dos días después de que se avistaran las primeras brasas entre la maleza, la ciudad entera tuvo que ser abandonada, en lo que se convertiría en la mayor evacuación por incendio forestal de la historia de Alberta. Al final, el incendio terminó destruyendo Fort McMurray y las ciudades circundantes, convirtiéndose en la catástrofe más cara de la historia de Canadá.
¿Les suena familiar? Puede que los pozos petroleros de Los Ángeles estén escondidos detrás de Macy's o Bloomingdale's, u ocultos por muros -fuera de la vista, fuera de la mente-, pero como cualquier otro pozo petrolífero, emiten dióxido de carbono y metano. El incremento acelerado y exponencial de las emisiones de estos GEI, ya sea que se originen en Los Ángeles o en Lagos, es una de las causas principales del cambio climático observado desde mediados del siglo XX.
Los incendios ya ocurrían antes. Los vientos de Santa Ana soplan desde hace mucho tiempo, y el condado de Los Ángeles ha ardido en muchas ocasiones. Por otro lado, es difícil establecer las emisiones de GEI como una causa próxima de un incendio concreto. Pero los incendios que vemos hoy en día son cualitativamente distintos de los del pasado: son más intensos, más frecuentes, más destructivos y mucho más difíciles de extinguir, incluso cuando se dispone de agua. Estos incendios solo pueden calificarse de sobrecargados.
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California ha experimentado muchos de estos infiernos sobrecargados en los últimos años: el incendio de Thomas y el incendio Tubbs de Santa Rosa en 2017, el incendio Carr de Redding y el incendio Camp en 2018, el incendio del Área de la Bahía (que se extendió a Oregon y Washington) en 2020, y el incendio Dixie en 2021. “El tiempo del fuego” también ha llegado a Arizona, Hawái, Nuevo México y Texas, así como a Brasil, Grecia, Portugal, Turquía y otros países. El año pasado ardieron más de 15 millones de hectáreas de la Amazonia, tan necesaria para absorber los GEI. Lo que antes era una temporada de incendios ahora es una era de incendios.
¿Es insensible hablar del cambio climático en este momento de crisis? ¿No deberíamos centrarnos en las necesidades inmediatas de la gente, en las experiencias traumáticas que tantos están sufriendo y en el agotamiento de los socorristas valientes? Algunos dicen que sí. Pero no es demasiado pronto para aplicar las lecciones de estos incendios sobrecargados. A menos que lo hagamos, estas catástrofes -y las necesidades, traumas y agotamiento que conllevan- proliferarán y se intensificarán.
Los incendios de Los Ángeles, y otros recientes, deberían servir de llamada de atención a todos, pero especialmente a Estados Unidos -el mayor productor y consumidor de petróleo y gas natural del mundo, e históricamente el mayor emisor de GEI-. El Departamento de Defensa estadounidense es el mayor consumidor institucional de petróleo del mundo, debido a la participación de Estados Unidos en guerras en todo el planeta.
Sin duda, luchar para eliminar las emisiones de GEI equivale a provocar a Goliat -un gigante que se beneficia enormemente cuando quemamos los combustibles que están provocando que nuestros hogares sean pasto de las llamas- Afortunadamente, hay muchos David, como los 6.000 U'wa, un pueblo indígena que se ha resistido incansablemente a la explotación petrolífera en los bosques nubosos de Colombia desde 1991, cuando el gobierno concedió los derechos de exploración a empresas multinacionales. Hicieron falta treinta años y una red internacional de defensores, pero el mes pasado la Corte Interamericana de Derechos Humanos dictaminó que Colombia había violado los derechos de los U'wa al autorizar proyectos petrolíferos, gasíferos y mineros en sus tierras. La explotación petrolífera en la zona se ha detenido (al menos por ahora), y se ha sentado un precedente importante.
Los U'wa creen que el petróleo es la "sangre de la madre Tierra". Como advirtió el portavoz U'wa Berito Kuwaru'wa: “Si le quitan la sangre, nuestra madre experimentará calor y frío vacilantes, vientos feroces e incendios terribles, una destrucción como nunca se ha visto”. Eliminar los combustibles fósiles no será fácil, pero es por lejos preferible a ver cómo se cumple una profecía.
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While artificial intelligence has the potential to drive global growth and boost productivity, the industry is grappling with mounting challenges like soaring development costs and energy requirements. Meanwhile, investors are questioning whether AI investments can deliver meaningful returns.
identifies three negative trends that could stifle innovation and slow the pace of technological progress.
The United States is not a monarchy, but a federal republic. States and cities controlled by Democrats represent half the country, and they can resist Donald Trump’s overreach by using the tools of progressive federalism, many of which were sharpened during his first administration.
see Democrat-controlled states as a potential check on Donald Trump’s far-right agenda.
STANFORD – Los Ángeles lleva ardiendo casi dos semanas, y el juego de acusaciones está en pleno apogeo. Desde las políticas de diversidad, equidad e inclusión y los centros de datos de inteligencia artificial hasta la mala gestión de los recursos públicos por parte de los líderes políticos, los dedos parecen apuntar en todas direcciones. Pero las acusaciones que se lanzan no van al grano: la causa subyacente de la conflagración son las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) generadas por la quema de combustibles fósiles.
A pesar de que el candidato a secretario de Energía del presidente electo Donald Trump, Chris Wright, niegue la relación científicamente establecida entre el cambio climático y el aumento de la gravedad de los incendios forestales, los fuegos continúan, destruyendo ecosistemas y reduciendo barrios a cenizas en todo el condado de Los Ángeles,-donde aproximadamente un tercio de los residentes viven a menos de un kilómetro y medio de uno de los 8.335 pozos petrolíferos activos de la zona. La catástrofe actual es excepcional solo porque afecta a una ciudad importante de Estados Unidos. En todo el mundo, y desde hace tiempo, se vienen produciendo incendios similares -especialmente desde 2016.
Pensemos en los incendios forestales que arrasaron Fort McMurray en Alberta -donde los oleoductos transportan casi 900.000 barriles de petróleo al día- en mayo de ese año. La combinación de viento, altas temperaturas y abundante maleza seca transformó rápidamente unas pocas brasas ardientes en un infierno arrasador. Las brasas voladoras provocaron numerosos incendios nuevos, por lo que la capacidad local de extinción de incendios no tardó en verse seriamente afectada y los servicios de emergencia tuvieron que esperar la llegada de ayuda exterior.
Aunque no escaseaba el agua -Fort McMurray es una localidad situada en la confluencia de cuatro ríos-, la extinción de los incendios resultó imposible, dada la increíble velocidad de su propagación en el aire reseco. Dos días después de que se avistaran las primeras brasas entre la maleza, la ciudad entera tuvo que ser abandonada, en lo que se convertiría en la mayor evacuación por incendio forestal de la historia de Alberta. Al final, el incendio terminó destruyendo Fort McMurray y las ciudades circundantes, convirtiéndose en la catástrofe más cara de la historia de Canadá.
¿Les suena familiar? Puede que los pozos petroleros de Los Ángeles estén escondidos detrás de Macy's o Bloomingdale's, u ocultos por muros -fuera de la vista, fuera de la mente-, pero como cualquier otro pozo petrolífero, emiten dióxido de carbono y metano. El incremento acelerado y exponencial de las emisiones de estos GEI, ya sea que se originen en Los Ángeles o en Lagos, es una de las causas principales del cambio climático observado desde mediados del siglo XX.
Los incendios ya ocurrían antes. Los vientos de Santa Ana soplan desde hace mucho tiempo, y el condado de Los Ángeles ha ardido en muchas ocasiones. Por otro lado, es difícil establecer las emisiones de GEI como una causa próxima de un incendio concreto. Pero los incendios que vemos hoy en día son cualitativamente distintos de los del pasado: son más intensos, más frecuentes, más destructivos y mucho más difíciles de extinguir, incluso cuando se dispone de agua. Estos incendios solo pueden calificarse de sobrecargados.
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¿Es insensible hablar del cambio climático en este momento de crisis? ¿No deberíamos centrarnos en las necesidades inmediatas de la gente, en las experiencias traumáticas que tantos están sufriendo y en el agotamiento de los socorristas valientes? Algunos dicen que sí. Pero no es demasiado pronto para aplicar las lecciones de estos incendios sobrecargados. A menos que lo hagamos, estas catástrofes -y las necesidades, traumas y agotamiento que conllevan- proliferarán y se intensificarán.
Los incendios de Los Ángeles, y otros recientes, deberían servir de llamada de atención a todos, pero especialmente a Estados Unidos -el mayor productor y consumidor de petróleo y gas natural del mundo, e históricamente el mayor emisor de GEI-. El Departamento de Defensa estadounidense es el mayor consumidor institucional de petróleo del mundo, debido a la participación de Estados Unidos en guerras en todo el planeta.
Sin duda, luchar para eliminar las emisiones de GEI equivale a provocar a Goliat -un gigante que se beneficia enormemente cuando quemamos los combustibles que están provocando que nuestros hogares sean pasto de las llamas- Afortunadamente, hay muchos David, como los 6.000 U'wa, un pueblo indígena que se ha resistido incansablemente a la explotación petrolífera en los bosques nubosos de Colombia desde 1991, cuando el gobierno concedió los derechos de exploración a empresas multinacionales. Hicieron falta treinta años y una red internacional de defensores, pero el mes pasado la Corte Interamericana de Derechos Humanos dictaminó que Colombia había violado los derechos de los U'wa al autorizar proyectos petrolíferos, gasíferos y mineros en sus tierras. La explotación petrolífera en la zona se ha detenido (al menos por ahora), y se ha sentado un precedente importante.
Los U'wa creen que el petróleo es la "sangre de la madre Tierra". Como advirtió el portavoz U'wa Berito Kuwaru'wa: “Si le quitan la sangre, nuestra madre experimentará calor y frío vacilantes, vientos feroces e incendios terribles, una destrucción como nunca se ha visto”. Eliminar los combustibles fósiles no será fácil, pero es por lejos preferible a ver cómo se cumple una profecía.