MALMÖ – "Todo el mundo sabe" que es bueno beber ocho vasos de agua al día. Después de todo, es lo que aconsejan muchísimos articulistas sobre la salud, por no mencionar al Servicio de Salud Nacional británico. Vivir sano hoy es sinónimo de siempre tener a mano una botella de agua y beber de ella con regularidad para intentar alcanzar la cantidad diaria que nos mantenga hidratados y saludables.
De hecho, solemos beber sin tener sed, pero así es como debe ser: como nos recuerda la marca de bebidas Gatorade, "puede que nuestro cerebro sepa mucho, pero no sabe cuándo nuestro cuerpo necesita agua". Claro, puede que no nos resulte cómodo beber tanto, pero Powerade nos da este sabio consejo: "uno puede hacer que el estómago se adapte a tolerar más fluidos si aumenta su consumo de manera gradual".
Ahora la revista British Medical Journalinforma que estas afirmaciones "no solo no tienen ningún sentido, sino además son un absurdo desacreditado". La comunidad médica lo ha sabido desde al menos 2002, cuando Heinz Valtin, profesor de fisiología y neurobiología de la Escuela de Medicina de Dartmouth, publicó la primera evaluación crítica sobre la evidencia de beber agua en abundancia. Concluyó que "no solo no existen evidencias científicas de que necesitemos beber tanta, sino que además la recomendación podría ser dañina, tanto por su potencial de precipitar una peligrosa hiponatremia (o intoxicación por agua) y exponernos a contaminantes, como por hacer que muchos sientan culpa por no hidratarse lo suficiente."
Entonces,¿ por qué seguimos escuchando (y creyendo) que es mejor beber más agua? Obviamente, Gatorade y Powerade quieren que bebamos más de sus productos, y hacernos ingerir más sorbos que lo natural parece una brillante movida de mercadeo. El último encuentro científico de Hidratación para la Salud, que promueve beber más agua, tiene de auspiciador a Danone, que vende agua embotellada bajo las marcas Volvic y Evian.
Todo esto de que "beber agua nos hace bien" tiene curiosas semejanzas con cómo "todos sabemos" que el calentamiento global agrava las condiciones climáticas a lo ancho y largo del planeta. En algunas zonas se vive otro verano seco y caliente, lo que ha dado pie a otro aluvión de afirmaciones parecidas. Y, si bien hay muchos diferentes intereses en juego, uno de los actores que más se beneficia del asunto son los medios de comunicación: sencillamente, la noción de un clima "extremo" vuelve más atractivas las noticias.
Piénsese en Paul Krugman, que no para de escribir en The New York Times sobre el "aumento de los sucesos extremos" y cómo "vemos hoy los daños del cambio climática a gran escala". Afirma que el calentamiento global es la causa de la gran sequía en el Medio Oeste de Estados Unidos y que los precios del maíz, que se encuentran en altos históricos, pueden causar una crisis alimentaria mundial.
Sin embargo, la última evaluación del panel de las Naciones Unidas sobre el clima nos dice precisamente lo contrario: para "América del Norte, es posible decir con un nivel medio de seguridad que existe una leve tendencia general hacia una menor sequedad (tendencia a un mayor nivel de humedad y escurrimiento del suelo)". Por otra parte, no hay manera de que Krugman pueda haber identificado que la causa de esta sequía fuera el calentamiento global sin contar con una máquina del tiempo: los modelos climáticos estiman que este tipo de detección será posible apenas en 2048, como muy pronto.
Y, afortunadamente, parece poco probable que la sequía de este año cause una crisis alimentaria. Según The Economist, "no es probable que los aumentos de los precios del maíz y la soja desencadenen una crisis alimentaria, como lo hicieron en 2007-08, ya que el arroz y trigo siguen siendo abundantes a nivel mundial". Además, Krugman no toma en cuenta la inflación: los precios se han sextuplicado desde 1969, por lo que, si bien los futuros de maíz llegaron a un récord de alrededor de $8 por fanega a fines de julio, el precio del maíz ajustado a la inflación fue más alto durante la mayor parte de los 70, llegando a la friolera de $16 en 1974.
Por último, Krugman parece olvidar que las inquietudes sobre el calentamiento global son la razón principal de que los precios del maíz se hayan disparado desde 2005. Hoy en día el 40% del maíz que se cultiva en Estados Unidos se utiliza para producir etanol, producto que no afecta al clima en lo absoluto, pero sin duda distorsiona el precio del maíz... a expensas de muchos de los más pobres del mundo.
Bill McKibben se inquieta de manera parecida en The Guardian y The Daily Beast sobre la sequía del Medio Oeste y los precios del maíz. Más aún, nos dice con toda seguridad que los incendios forestales que azotan el planeta desde Nuevo México y Colorado a Siberia son "exactamente" las primeras etapas del calentamiento global.
De hecho, el último panorama general de la incidencia global de los incendios forestales sugiere que, debido a que los seres humanos hemos desarrollado mejores técnicas de supresión del fuego y reducido la densidad de la vegetación, la intensidad de los incendios ha disminuido en los últimos 70 años, acercándose hoy a su nivel preindustrial.
Cuando los activistas bienintencionados intentan que prestemos atención al calentamiento global, a menudo terminan yendo más allá de los hechos. Y, si bien pueden parecer justificadas por un noble objetivo, las "políticas del pánico" rara vez funcionan. De hecho, suelen resultar contraproducentes.
¿Recuerda cómo tras el huracán Katrina de 2005, Al Gore (y muchos otros) afirmaba que ocurrirían huracanes cada vez más devastadores? Desde entonces, ha decrecido notablemente su incidencia; de hecho, según una forma de medición global de la energía ciclónica acumulada, ha descendido a sus niveles más bajos desde finales de 70. Las afirmaciones exageradas no hacen más que alimentar la desconfianza y la falta de involucramiento de la gente.
Y eso es lamentable, porque el calentamiento global es un problema real al que debemos hacer frente. Aumentará algunos extremos (es probable que las sequías y los incendios empeoren hacia finales del siglo), pero también disminuirá otros, por ejemplo, menos muertes por frío y menor escasez de agua.
De manera similar, existen problemas de salud reales, y muchos. Pero centrarse en los equivocados -como beber mucha agua- desvía nuestra atención de asuntos más importantes. Contar cuentos chinos puede beneficiar a quienes tengan algo que ganar con ellos, pero deja peor a todos los demás.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
MALMÖ – "Todo el mundo sabe" que es bueno beber ocho vasos de agua al día. Después de todo, es lo que aconsejan muchísimos articulistas sobre la salud, por no mencionar al Servicio de Salud Nacional británico. Vivir sano hoy es sinónimo de siempre tener a mano una botella de agua y beber de ella con regularidad para intentar alcanzar la cantidad diaria que nos mantenga hidratados y saludables.
De hecho, solemos beber sin tener sed, pero así es como debe ser: como nos recuerda la marca de bebidas Gatorade, "puede que nuestro cerebro sepa mucho, pero no sabe cuándo nuestro cuerpo necesita agua". Claro, puede que no nos resulte cómodo beber tanto, pero Powerade nos da este sabio consejo: "uno puede hacer que el estómago se adapte a tolerar más fluidos si aumenta su consumo de manera gradual".
Ahora la revista British Medical Journalinforma que estas afirmaciones "no solo no tienen ningún sentido, sino además son un absurdo desacreditado". La comunidad médica lo ha sabido desde al menos 2002, cuando Heinz Valtin, profesor de fisiología y neurobiología de la Escuela de Medicina de Dartmouth, publicó la primera evaluación crítica sobre la evidencia de beber agua en abundancia. Concluyó que "no solo no existen evidencias científicas de que necesitemos beber tanta, sino que además la recomendación podría ser dañina, tanto por su potencial de precipitar una peligrosa hiponatremia (o intoxicación por agua) y exponernos a contaminantes, como por hacer que muchos sientan culpa por no hidratarse lo suficiente."
Entonces,¿ por qué seguimos escuchando (y creyendo) que es mejor beber más agua? Obviamente, Gatorade y Powerade quieren que bebamos más de sus productos, y hacernos ingerir más sorbos que lo natural parece una brillante movida de mercadeo. El último encuentro científico de Hidratación para la Salud, que promueve beber más agua, tiene de auspiciador a Danone, que vende agua embotellada bajo las marcas Volvic y Evian.
Todo esto de que "beber agua nos hace bien" tiene curiosas semejanzas con cómo "todos sabemos" que el calentamiento global agrava las condiciones climáticas a lo ancho y largo del planeta. En algunas zonas se vive otro verano seco y caliente, lo que ha dado pie a otro aluvión de afirmaciones parecidas. Y, si bien hay muchos diferentes intereses en juego, uno de los actores que más se beneficia del asunto son los medios de comunicación: sencillamente, la noción de un clima "extremo" vuelve más atractivas las noticias.
Piénsese en Paul Krugman, que no para de escribir en The New York Times sobre el "aumento de los sucesos extremos" y cómo "vemos hoy los daños del cambio climática a gran escala". Afirma que el calentamiento global es la causa de la gran sequía en el Medio Oeste de Estados Unidos y que los precios del maíz, que se encuentran en altos históricos, pueden causar una crisis alimentaria mundial.
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Sin embargo, la última evaluación del panel de las Naciones Unidas sobre el clima nos dice precisamente lo contrario: para "América del Norte, es posible decir con un nivel medio de seguridad que existe una leve tendencia general hacia una menor sequedad (tendencia a un mayor nivel de humedad y escurrimiento del suelo)". Por otra parte, no hay manera de que Krugman pueda haber identificado que la causa de esta sequía fuera el calentamiento global sin contar con una máquina del tiempo: los modelos climáticos estiman que este tipo de detección será posible apenas en 2048, como muy pronto.
Y, afortunadamente, parece poco probable que la sequía de este año cause una crisis alimentaria. Según The Economist, "no es probable que los aumentos de los precios del maíz y la soja desencadenen una crisis alimentaria, como lo hicieron en 2007-08, ya que el arroz y trigo siguen siendo abundantes a nivel mundial". Además, Krugman no toma en cuenta la inflación: los precios se han sextuplicado desde 1969, por lo que, si bien los futuros de maíz llegaron a un récord de alrededor de $8 por fanega a fines de julio, el precio del maíz ajustado a la inflación fue más alto durante la mayor parte de los 70, llegando a la friolera de $16 en 1974.
Por último, Krugman parece olvidar que las inquietudes sobre el calentamiento global son la razón principal de que los precios del maíz se hayan disparado desde 2005. Hoy en día el 40% del maíz que se cultiva en Estados Unidos se utiliza para producir etanol, producto que no afecta al clima en lo absoluto, pero sin duda distorsiona el precio del maíz... a expensas de muchos de los más pobres del mundo.
Bill McKibben se inquieta de manera parecida en The Guardian y The Daily Beast sobre la sequía del Medio Oeste y los precios del maíz. Más aún, nos dice con toda seguridad que los incendios forestales que azotan el planeta desde Nuevo México y Colorado a Siberia son "exactamente" las primeras etapas del calentamiento global.
De hecho, el último panorama general de la incidencia global de los incendios forestales sugiere que, debido a que los seres humanos hemos desarrollado mejores técnicas de supresión del fuego y reducido la densidad de la vegetación, la intensidad de los incendios ha disminuido en los últimos 70 años, acercándose hoy a su nivel preindustrial.
Cuando los activistas bienintencionados intentan que prestemos atención al calentamiento global, a menudo terminan yendo más allá de los hechos. Y, si bien pueden parecer justificadas por un noble objetivo, las "políticas del pánico" rara vez funcionan. De hecho, suelen resultar contraproducentes.
¿Recuerda cómo tras el huracán Katrina de 2005, Al Gore (y muchos otros) afirmaba que ocurrirían huracanes cada vez más devastadores? Desde entonces, ha decrecido notablemente su incidencia; de hecho, según una forma de medición global de la energía ciclónica acumulada, ha descendido a sus niveles más bajos desde finales de 70. Las afirmaciones exageradas no hacen más que alimentar la desconfianza y la falta de involucramiento de la gente.
Y eso es lamentable, porque el calentamiento global es un problema real al que debemos hacer frente. Aumentará algunos extremos (es probable que las sequías y los incendios empeoren hacia finales del siglo), pero también disminuirá otros, por ejemplo, menos muertes por frío y menor escasez de agua.
De manera similar, existen problemas de salud reales, y muchos. Pero centrarse en los equivocados -como beber mucha agua- desvía nuestra atención de asuntos más importantes. Contar cuentos chinos puede beneficiar a quienes tengan algo que ganar con ellos, pero deja peor a todos los demás.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen