MOSCÚ.– La historia de los sucesivos regímenes autoritarios rusos revela pautas recurrentes: sus caídas no se deben a golpes externos ni a sublevaciones locales. Por el contrario, tienden a colapsar por una extraña enfermedad interna: una combinación de creciente indignación de las élites consigo mismas y la conciencia del agotamiento del régimen. La enfermedad se asemeja a una versión política de la nausea existencial de Jean-Paul Sartre y llevó tanto a la revolución bolchevique de 1917 como a la desaparición de la Unión Soviética gracias a la perestroika de Mijaíl Gorbachov.
MOSCÚ.– La historia de los sucesivos regímenes autoritarios rusos revela pautas recurrentes: sus caídas no se deben a golpes externos ni a sublevaciones locales. Por el contrario, tienden a colapsar por una extraña enfermedad interna: una combinación de creciente indignación de las élites consigo mismas y la conciencia del agotamiento del régimen. La enfermedad se asemeja a una versión política de la nausea existencial de Jean-Paul Sartre y llevó tanto a la revolución bolchevique de 1917 como a la desaparición de la Unión Soviética gracias a la perestroika de Mijaíl Gorbachov.