La paz y la cooperación sólo son imaginables entre pueblos y naciones que saben quiénes son. Si yo no sé quién soy, qué quiero ser, qué quiero lograr, dónde comienzo y dónde termino, mis relaciones con los que me rodean, y con el resto del mundo, serán inevitablemente tensas, llenas de suspicacias y tendrán la carga de un complejo de inferioridad que puede ocultarse detrás de bravuconerías vistosas. La falta de confianza en uno mismo y las dudas sobre la identidad propia generan necesariamente una falta de confianza en los demás, la imputación de intenciones perversas al resto del mundo y, a la larga, una agresividad que puede imponer el dominio propio sobre aquéllos que no lo desean.