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Matar las curas

BOSTON – La diversidad biológica es esencial para el funcionamiento de los ecosistemas –desde los bosques y las aguas dulces hasta los arrecifes de coral, los suelos e incluso la atmósfera– que sustentan toda la vida en la Tierra. La actual desaparición en rápido aumento de dicha diversidad perjudicará la sociedad en multitud de formas. Una forma que con frecuencia se pasa por alto es las consecuencias perjudiciales para la ciencia médica.

Durante milenios, los facultativos médicos han utilizado substancias de la naturaleza para los tratamientos y las curas: aspirina procedente del sauce y, más recientemente, TaxolMR, el innovador medicamento contra el cáncer, procedente de la corteza del tejo del Pacífico. Algunos de los mayores adelantos pueden estar aún por descubrir, pero sólo podrá ser así, si se conserva la cornucopia de la naturaleza, para que las generaciones actuales y futuras de investigadores puedan hacer nuevos descubrimientos que beneficien a los pacientes en todas partes.

Pensemos en el oso polar, amenazado de extinción en el medio natural por el cambio climático. Esos mamíferos pasan hasta siete meses del año en hibernación, período durante el cual permanecen esencialmente inmóviles. Un ser humano perdería una tercera parte o más de la masa ósea, si pasara todo ese tiempo inmóvil.

Asombrosamente, a los osos en hibernación les crece nuevo hueso, al producir una substancia que inhibe las células que descomponen el hueso y favorece las que producen hueso y cartílago. El estudio de los osos que hibernan en el medio natural puede brindar nuevas formas de prevenir los millones de fracturas de cadera resultantes de la osteoporosis, enfermedad que cuesta 18.000 millones de dólares y mata a 70.000 personas todos los años tan sólo en los Estados Unidos.

Si bien los osos en hibernación pueden sobrevivir también siete meses o más sin excretar sus desechos urinarios, los seres humanos morirían a consecuencia de la acumulación  de esas substancias tóxicas al cabo de pocos días. Si se descubriera cómo logran esa milagrosa hazaña los osos, se podría ofrecer esperanza a los 1,5 millones de personas, aproximadamente, del mundo entero que reciben tratamiento por insuficiencia renal.

Los osos polares, que acumulan grasa para sobrevivir a la hibernación y, aun así, no contraen diabetes, pueden reservar también claves para el tratamiento de la diabetes tipo 2, enfermedad asociada con la obesidad que afecta a mas de 190 millones de personas en todo el mundo y alcanza proporciones epidémicas en muchos países.

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Pero los osos en hibernación son simplemente el comienzo de la historia. La rana de bosque puede sobrevivir durante largos períodos con temperaturas bajo cero sin sufrir daño en las células. ¿Podría albergar la clave para una forma mejor de preservar los órganos, tan escasos, necesarios para transplantes?

Las pumiliotoxinas, como las fabricadas por la rana dardo de Panamá, podrían brindar la obtención de medicamentos que fortalezcan las contracciones del corazón, detalle importante para el tratamiento de la enfermedad cardíaca, y las 700 especies de caracol cónico que viven en los arrecifes de coral pueden producir hasta 140.000 toxinas diferentes, gran número de las cuales pueden tener valor como compuestos medicinales. Aun así, sólo se ha investigado un centenar de ellas.

Se ha demostrado que una de esas toxinas, ahora disponible como el medicamento PrialtMR, es 1.000 veces más potente que la morfina, sin causar adicción ni tolerancia, a diferencia de los opiáceos. Los ensayos clínicos indican un importante alivio del dolor para los pacientes con cáncer y sida avanzados.

La pérdida de la diversidad biológica ha cerrado ya varias vías nuevas de investigación médica. La rana de Australia, Rheobatrachus, comienza la vida en el estómago de la hembra, en el que, en el caso de todos los demás vertebrados, sería digerida por las encimas y el ácido. Gracias a ella se podrían haber logrado nuevas ideas para prevenir y tratar las úlceras pépticas, pero no se pudieron continuar los estudios: las dos especies de Rheobatrachus están ya extintas.

En 2010, declarado por las Naciones Unidas Año Internacional de la Diversidad. Biológica, los gobiernos debían reducir en gran medida la tasa de pérdida de la rica variedad de animales, plantas y otros organismos. No ha sido así. De hecho, el ritmo de pérdida de la diversidad biológica se ha acelerado y estamos entrando rápidamente en lo que los científicos llaman “la sexta ola de extinciones”.

La próxima oportunidad para que los gobiernos se comprometan a detener esas pérdidas llegará con el sexagésimo quinto período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York el próximo mes de septiembre, al que seguirá la reunión del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) en Nagoya (Japón).

Éste debe ser el año en que se encuentre una cura para la degradación medioambiental y empiece a cobrar forma una gestión mucho más inteligente de un mundo natural: será un avance decisivo para la riqueza, pero también la salud, de la Humanidad en el siglo XXI.

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