WASHINGTON, DC – A principios de este mes, Jamal Khashoggi, columnista del Washington Post y destacado crítico del gobierno saudita, entró en el consulado de Arabia Saudí en Estambul para recoger la documentación que le permitiría casarse con su prometida turca. En vez de recibir ayuda del gobierno de su país fue torturado, asesinado y descuartizado por un equipo de agentes saudíes. Este crimen estremecedor plantea serias cuestiones sobre el equilibrio adecuado entre la defensa de los derechos humanos y el mantenimiento de alianzas duraderas (y lucrativas). El descaro con el que miembros del gobierno saudí mataron a Khashoggi, por no hablar de la escasa respuesta de los gobiernos occidentales, dejó al descubierto la frialdad con la que se elaboran las maquinaciones geopolíticas.
WASHINGTON, DC – A principios de este mes, Jamal Khashoggi, columnista del Washington Post y destacado crítico del gobierno saudita, entró en el consulado de Arabia Saudí en Estambul para recoger la documentación que le permitiría casarse con su prometida turca. En vez de recibir ayuda del gobierno de su país fue torturado, asesinado y descuartizado por un equipo de agentes saudíes. Este crimen estremecedor plantea serias cuestiones sobre el equilibrio adecuado entre la defensa de los derechos humanos y el mantenimiento de alianzas duraderas (y lucrativas). El descaro con el que miembros del gobierno saudí mataron a Khashoggi, por no hablar de la escasa respuesta de los gobiernos occidentales, dejó al descubierto la frialdad con la que se elaboran las maquinaciones geopolíticas.