DENVER – Hace cuarenta años, Estados Unidos y gran parte de Europa extrajeron lecciones difíciles de su peligrosa adicción a los combustibles fósiles. Luego de la victoria de Israel en la guerra de Yom Kippur, los miembros árabes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) anunciaron un embargo petrolero a quienes respaldaban a Israel. Los países desarrollados, enfrentados al repentino corte de una fuente de energía esencial y a un aumento importante de los precios mundiales del petróleo, se sintieron impotentes.
Sin embargo, como fue el caso, los países desarrollados tenían otras opciones para reducir su dependencia del petróleo árabe. Simplemente no habían detectado -o no les había interesado detectar- la necesidad de tomar medidas hasta que la OPEP los puso ante esta disyuntiva.
Mientras los consumidores hacían largas filas -y hasta peleaban- para llenar sus tanques de nafta, los gobiernos intentaban fomentar soluciones innovadoras, aumentando, por ejemplo, los requisitos de eficiencia para los automóviles y ciertos electrodomésticos, como las heladeras. En 1977, Estados Unidos creó el Departamento de Energía (DOE por su sigla en inglés); un año después, implementó la Ley Nacional de Energía, que empleaba herramientas como la regulación industrial o los incentivos impositivos para promover la eficiencia de los combustibles y la energía renovable.
Estos esfuerzos se tradujeron en mejoras importantes en la eficiencia energética. Entre 1973 y 1985, el consumo de energía en Estados Unidos por dólar del PBI cayó un 28% -cinco veces más rápido que durante los 25 años anteriores, según el DOE.
Sin embargo, la caída correspondiente en la demanda hizo que el precio del petróleo se derrumbara en 1986, dando lugar a una nueva era de energía barata. Esto facilitó un auge económico que duró dos décadas, a la vez que redujo la presión para que los gobiernos respaldaran el progreso que se estaba haciendo en materia de una mayor eficiencia energética.
Ahora bien, los precios del petróleo no reflejan los verdaderos costos del consumo de combustibles fósiles. Más allá de los costos económicos y humanos de las guerras que se libran para mantener suministros de petróleo confiables están los tremendos costos -que por cierto aumentarán sustancialmente en los próximos años- asociados con el cambio climático inducido por el hombre.
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El Quinto Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (PICC), difundido recientemente, ofrece más evidencia de que está teniendo lugar un cambio climático generado por el hombre. Si continuaran las emisiones de gases de tipo invernadero en la escala masiva de hoy, las consecuencias serían devastadoras, con episodios climáticos más frecuentes y más intensos.
Revertir esta tendencia exige una acción urgente. Como sucedió en los años 1970, la innovación es esencial para alcanzar soluciones efectivas. Pero, a diferencia de hace 40 años, no se puede esperar que sean los gobiernos los que impulsen el progreso.
En los últimos años, los gobiernos claramente demostraron su falta de voluntad para implementar el tipo de acción regulatoria y políticas audaces que se necesitan para frenar el cambio climático. De hecho, desde que los líderes mundiales no lograron alcanzar un acuerdo sobre cambio climático en la conferencia COP 15 en Copenhague en 2009, la cuestión se mantuvo en segundo plano. Los responsables de las políticas se concentraron, en cambio, en contener los efectos colaterales de la crisis económica global. El reciente atasco presupuestario en Estados Unidos no hará más que reforzar esta estrategia. Si bien muchos recibirían con beneplácito soluciones verticales como las que surgieron en los años 1970, esos desenlaces son improbables en el futuro previsible.
Afortunadamente, existe otro camino. La innovación liderada por las empresas y las soluciones basadas en el mercado pueden impulsar un cambio global decisivo para pasar de una enorme dependencia de los combustibles fósiles a sistemas de energía renovable más eficientes.
El informe "Reinventando el fuego" del Rocky Mountain Institute muestra que un futuro de estas características es posible, a la vez que ofrece estrategias impulsadas por el mercado para proporcionarle energía a una economía estadounidense que será 158% mayor en 2050 -sin dependencia del petróleo, del carbón o de la energía nuclear-. Una acción rápida y decidida para construir edificios más eficientes en materia de energía, diseñar automóviles que requieran pocos combustibles fósiles o ninguno y aumentar el porcentaje de la energía renovable en el suministro de electricidad podría asegurar que ese mundo sustancialmente más caliente y menos placentero de 2050 sobre el que nos advierte el PICC nunca se materialice.
Nuestra subsistencia, para no mencionar la de las generaciones futuras, no debería ser cautiva de nuestra adicción actual por los combustibles fósiles. Hace cuarenta años, los países no sólo soportaron el impacto económico inmediato del embargo de la OPEP; también aprovecharon el potencial de la resultante escasez de petróleo para fomentar la innovación. Hoy, el mundo necesita el mismo tipo de acción audaz -pero esta vez, la solución tiene que venir de parte del mercado.
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Not only did Donald Trump win last week’s US presidential election decisively – winning some three million more votes than his opponent, Vice President Kamala Harris – but the Republican Party he now controls gained majorities in both houses on Congress. Given the far-reaching implications of this result – for both US democracy and global stability – understanding how it came about is essential.
By voting for Republican candidates, working-class voters effectively get to have their cake and eat it, expressing conservative moral preferences while relying on Democrats to fight for their basic economic security. The best strategy for Democrats now will be to permit voters to face the consequences of their choice.
urges the party to adopt a long-term strategy aimed at discrediting the MAGA ideology once and for all.
DENVER – Hace cuarenta años, Estados Unidos y gran parte de Europa extrajeron lecciones difíciles de su peligrosa adicción a los combustibles fósiles. Luego de la victoria de Israel en la guerra de Yom Kippur, los miembros árabes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) anunciaron un embargo petrolero a quienes respaldaban a Israel. Los países desarrollados, enfrentados al repentino corte de una fuente de energía esencial y a un aumento importante de los precios mundiales del petróleo, se sintieron impotentes.
Sin embargo, como fue el caso, los países desarrollados tenían otras opciones para reducir su dependencia del petróleo árabe. Simplemente no habían detectado -o no les había interesado detectar- la necesidad de tomar medidas hasta que la OPEP los puso ante esta disyuntiva.
Mientras los consumidores hacían largas filas -y hasta peleaban- para llenar sus tanques de nafta, los gobiernos intentaban fomentar soluciones innovadoras, aumentando, por ejemplo, los requisitos de eficiencia para los automóviles y ciertos electrodomésticos, como las heladeras. En 1977, Estados Unidos creó el Departamento de Energía (DOE por su sigla en inglés); un año después, implementó la Ley Nacional de Energía, que empleaba herramientas como la regulación industrial o los incentivos impositivos para promover la eficiencia de los combustibles y la energía renovable.
Estos esfuerzos se tradujeron en mejoras importantes en la eficiencia energética. Entre 1973 y 1985, el consumo de energía en Estados Unidos por dólar del PBI cayó un 28% -cinco veces más rápido que durante los 25 años anteriores, según el DOE.
Sin embargo, la caída correspondiente en la demanda hizo que el precio del petróleo se derrumbara en 1986, dando lugar a una nueva era de energía barata. Esto facilitó un auge económico que duró dos décadas, a la vez que redujo la presión para que los gobiernos respaldaran el progreso que se estaba haciendo en materia de una mayor eficiencia energética.
Ahora bien, los precios del petróleo no reflejan los verdaderos costos del consumo de combustibles fósiles. Más allá de los costos económicos y humanos de las guerras que se libran para mantener suministros de petróleo confiables están los tremendos costos -que por cierto aumentarán sustancialmente en los próximos años- asociados con el cambio climático inducido por el hombre.
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Revertir esta tendencia exige una acción urgente. Como sucedió en los años 1970, la innovación es esencial para alcanzar soluciones efectivas. Pero, a diferencia de hace 40 años, no se puede esperar que sean los gobiernos los que impulsen el progreso.
En los últimos años, los gobiernos claramente demostraron su falta de voluntad para implementar el tipo de acción regulatoria y políticas audaces que se necesitan para frenar el cambio climático. De hecho, desde que los líderes mundiales no lograron alcanzar un acuerdo sobre cambio climático en la conferencia COP 15 en Copenhague en 2009, la cuestión se mantuvo en segundo plano. Los responsables de las políticas se concentraron, en cambio, en contener los efectos colaterales de la crisis económica global. El reciente atasco presupuestario en Estados Unidos no hará más que reforzar esta estrategia. Si bien muchos recibirían con beneplácito soluciones verticales como las que surgieron en los años 1970, esos desenlaces son improbables en el futuro previsible.
Afortunadamente, existe otro camino. La innovación liderada por las empresas y las soluciones basadas en el mercado pueden impulsar un cambio global decisivo para pasar de una enorme dependencia de los combustibles fósiles a sistemas de energía renovable más eficientes.
El informe "Reinventando el fuego" del Rocky Mountain Institute muestra que un futuro de estas características es posible, a la vez que ofrece estrategias impulsadas por el mercado para proporcionarle energía a una economía estadounidense que será 158% mayor en 2050 -sin dependencia del petróleo, del carbón o de la energía nuclear-. Una acción rápida y decidida para construir edificios más eficientes en materia de energía, diseñar automóviles que requieran pocos combustibles fósiles o ninguno y aumentar el porcentaje de la energía renovable en el suministro de electricidad podría asegurar que ese mundo sustancialmente más caliente y menos placentero de 2050 sobre el que nos advierte el PICC nunca se materialice.
Nuestra subsistencia, para no mencionar la de las generaciones futuras, no debería ser cautiva de nuestra adicción actual por los combustibles fósiles. Hace cuarenta años, los países no sólo soportaron el impacto económico inmediato del embargo de la OPEP; también aprovecharon el potencial de la resultante escasez de petróleo para fomentar la innovación. Hoy, el mundo necesita el mismo tipo de acción audaz -pero esta vez, la solución tiene que venir de parte del mercado.