palacio112_JIM WATSONAFP_via Getty Images_biden Jim Watson/AFP via Getty Images

Estados Unidos debe sanar internamente

MADRID – En 1998, la entonces secretaria de Estado de los Estados Unidos, Madeleine Albright, definió a su país como «la nación indispensable» y declaró: «Los estadounidenses nos erguimos alto y vemos más allá en el futuro que otros países». Dos décadas después, Estados Unidos sigue siendo la nación indispensable. Y sin embargo, en lugar de ver más lejos en el futuro, estos últimos tiempos parece que hubiera tenido los ojos cerrados. ¿Será la victoria de Joe Biden en la elección presidencial de este mes señal de que los está reabriendo?

Hay algo evidente: si Donald Trump hubiera obtenido un segundo mandato, el destino del país descrito por Albright estaría sellado. Ese Estados Unidos que por tanto tiempo fue un puntal del orden internacional liberal (basado en los principios universales definidos en la Carta del Atlántico de 1941) se habría perdido para siempre.

Y sin embargo, la inminente presidencia de Biden no garantiza en modo alguno un regreso al liderazgo y la visión de Estados Unidos del pasado. Es verdad que fue una victoria clara: Biden superó los 79 millones de votos, más que cualquier otro presidente de los Estados Unidos; y obtuvo la misma cantidad de votos en el Colegio Electoral que Trump en 2016, cuando este proclamó una «victoria aplastante», pese a haber perdido en el voto popular ante Hillary Clinton.

Aun así, este año Trump recibió más de 73 millones de votos, unos diez millones más que en 2016, y la segunda cifra más grande que jamás haya obtenido un candidato presidencial en Estados Unidos. Y sus denuncias infundadas de fraude electoral a gran escala (respaldadas hasta ahora por buena parte del establishment republicano, que todavía no ha validado la victoria de Biden) han convencido a cerca de la mitad de los estadounidenses republicanos de que él es el «legítimo» vencedor de la elección.

En vez de producir un rechazo masivo a Trump y al trumpismo, la elección ha demostrado que la influencia de Trump se extenderá mucho más allá de su presidencia. Y esto, sin hablar de las profunda huella que sus cuestionamientos incesantes al resultado electoral (en los tribunales y en la conciencia pública) dejará en la democracia de Estados Unidos y en su reputación internacional.

Es verdad que en lo inmediato, la incidencia internacional de este legado será limitada. La administración Biden planteará la reafirmación del papel de Estados Unidos en las instituciones multilaterales. El presidente electo ya se ha comprometido a volver al Acuerdo de París sobre el clima, a la Organización Mundial de la Salud y al acuerdo con Irán sobre el programa nuclear. Otras acciones probables incluyen destrabar designaciones para el Órgano de Apelación de la Organización Mundial del Comercio (que se encarga de resolver disputas entre los miembros), una decisión con significado a la vez práctico y simbólico.

Secure your copy of PS Quarterly: The Climate Crucible
PS_Quarterly_Q3-24_1333x1000_No-Text

Secure your copy of PS Quarterly: The Climate Crucible

The newest issue of our magazine, PS Quarterly: The Climate Crucible, is here. To gain digital access to all of the magazine’s content, and receive your print copy, subscribe to PS Premium now.

Subscribe Now

Pero más allá de la importancia de estos gestos multilateralistas, hemos de moderar las expectativas de que Estados Unidos retome en poco tiempo el liderazgo internacional. Aunque sigue siendo la primera potencia militar y económica del mundo, además de una importante fuerza cultural, no es ya la potencia hegemónica. Ya no puede dictar el rumbo de las relaciones internacionales.

Lo que Estados Unidos todavía puede hacer es movilizar a diversos actores internacionales para enfrentar retos compartidos. Pero si no cura sus divisiones, es probable que incluso este «poder aglutinador» (núcleo de los primeros intentos probables de Biden de restaurar el multilateralismo) termine desgastado en el mediano a largo plazo.

El poder aglutinador es más complejo que el mero poder hegemónico. Depende no sólo de la capacidad y de la influencia, sino también de un sentido de autoridad moral que atraiga a los socios e infunda legitimidad en la acción compartida. La potencia aglutinante debe dar ejemplo de liberalismo y multilateralismo, no sólo hacer demandas. Y un país tan dividido como está hoy Estados Unidos no puede dar ese ejemplo.

Lo que está en juego es fundamental. Si el puntal del orden internacional sigue debilitándose, la peligrosa deriva de los últimos años (de la que sirve de ejemplo la falta de una respuesta global coordinada a la pandemia de COVID‑19) continuará. Incluso la memoria de diplomacia eficaz que hizo posibles los escasos ejemplos recientes de cooperación se extinguirá.

La pregunta lógica: ¿Y por qué no podría asumir el papel de liderazgo algún otro país? Tiene un contestación rotunda. Básicamente, porque ninguno puede. No hay un solo actor, ni siquiera una colección de actores, con capacidad para ocupar el lugar de los Estados Unidos.

Piénsese en la Unión Europea, que siempre se ve como portaestandarte potencial de los valores liberales. Sin duda posee muchos de los atributos necesarios, incluso en nivél modélico: culturas vibrantes y diversas, sociedad civil dinámica, sólida estructura institucional para la defensa de los derechos humanos y del Estado de Derecho, y compromiso con el multilateralismo.

Y sin embargo, en muchas áreas que son esenciales para el liderazgo internacional, la UE falla. La falta de voluntad política ha llevado a Europa a una constante mala asignación de recursos, que le ha impedido crear capacidades comunes adecuadas (o incluso sentar las condiciones para hacerlo). Por ejemplo, la cúpula dirigente de la UE insiste con que Europa tiene que lograr «autonomía estratégica» pero no se pone de acuerdo respecto de lo que eso significa.

En un nivel más básico, la UE carece de la confianza en sí misma necesaria para dar al mundo un ejemplo creíble y convincente. Eso no cambiará mientra no defina y transmita una raison d’être con la fuerza suficiente para servir de base a la revitalización de su propio modelo. Una vez logrado eso, deberá dedicar una suma importante de recursos (tiempo, esfuerzo y dinero) a la creación de capacidades y del estatus que necesita para proyectar influencia. En síntesis, la UE tiene que pasar de las palabras a las acciones.

Mientras eso no suceda, Estados Unidos será indispensable, porque es irreemplazable. Por eso es tan importante que la administración Biden no sólo vuelva a relacionarse con el mundo y con el sistema multilateral como potencia aglutinante, sino también que encuentre un modo de sanar internamente. De curar a Estados Unidos. Sólo un Estados Unidos razonablemente unido puede erguirse bien alto, mirar hacia el futuro y servir de alma al orden internacional liberal.

https://prosyn.org/JASA8Tces