NUEVA YORK – Echemos un vistazo a lo que ha ocurrido en todo el mundo este mes pasado. La ola de calor en Australia llenó los titulares cuando las temperaturas alcanzaron los 45º centígrados y entorpecieron el torneo de tenis Abierto de Australia. La extremada sequía de California obligó al Gobernador a declarar el estado de emergencia. Unas graves inundaciones en Indonesia causaron la muerte a docenas de personas y desplazaron a decenas de miles de ellas. La contaminación mezclada con la niebla e inducida por el uso del carbón en Beijing obligó a sus habitantes a permanecer en sus casas, cerrar las autopistas y desviar los vuelos. Semejantes sucesos son advertencias diarias al mundo: despierta antes de que sea demasiado tarde.
Hemos entrado en la era del desarrollo sostenible. O hacemos las paces con el planeta o destruimos nuestra prosperidad, tan costosamente obtenida. La opción parece evidente, pero nuestras acciones resultan más expresivas que nuestras palabras. La Humanidad sigue avanzando por una vía de ruina, movida por la avaricia y la ignorancia a corto plazo.
Gran parte de la crisis medioambiental mundial (aunque no toda) se debe al sistema energético basado en los combustibles fósiles del mundo. Más del 80 por ciento de toda la energía primaria del mundo procede del carbón, del petróleo y del gas. Cuando se queman esos combustibles fósiles, emiten dióxido de carbono, que, a su vez, cambia el clima de la Tierra. Los datos físicos básicos se conocen desde hace más de un siglo.
Lamentablemente, unas pocas compañías petroleras (ExxonMobil y Koch Industries son las más destacadas) han dedicado recursos enormes a sembrar la confusión aun en los casos en que existe un claro consenso científico, pero, para salvar el planeta tal como lo conocemos y preservar el abastecimiento del mundo en alimentos y el bienestar de las generaciones futuras, no hay otra opción que pasar a un nuevo sistema energético con un nivel escaso de emisiones de carbono.
Esa transición tiene tres partes. La primera es una mayor eficiencia energética, lo que significa que debemos utilizar mucha menos energía para lograr el mismo nivel de bienestar. Por ejemplo, podemos diseñar nuestros edificios de modo que aprovechen la luz solar y la circulación del aire natural, con lo que requerirán mucha menos energía comercial para calentarlos, refrescarlos y ventilarlos.
En segundo lugar, debemos pasarnos a las energías solar, eólica, hídrica, nuclear, geotérmica y de otra índole, que no se basan en los combustibles fósiles. Ya existe la tecnología para recurrir a esas opciones substitutivas de forma segura y asequible y en una escala lo suficientemente grande para substituir casi todo el carbón y gran parte del petróleo que utilizamos actualmente. A mediados de este siglo sólo el gas natural (el combustible fósil más limpio) seguiría siendo una importante fuente de energía.
Por último, en la medida en que sigamos dependiendo de los combustibles fósiles, debemos capturar las emisiones de CO2 resultantes en las centrales eléctricas antes de que escapen a la atmósfera. Después se inyectaría bajo tierra o bajo el suelo del océano el CO2 capturado para su almacenamiento a largo plazo. Ya se está utilizando con éxito y en muy pequeña escala la captura y el secuestro del carbono (principalmente para aumentar la recuperación del petróleo en los pozos agotados). Si (y sólo si) resultaran idóneos para su utilización en gran escala, los países dependientes del carbón, como China, la India y los Estados Unidos, podrían seguir utilizando sus reservas.
Los políticos americanos han demostrado ser incapaces de formular políticas para que los Estados Unidos utilicen en pequeña escala la energía del carbono. Esas políticas entrañarían un mayor impuesto aplicado a las emisiones de CO2, un aumento de las actividades de investigación e innovación en materia de tecnologías con un bajo nivel de emisiones de carbono, el paso a los vehículos eléctricos y reglamentos para la eliminación progresiva de todas las centrales eléctricas alimentadas con carbón, excepto las que instalen la captura y el secuestro del carbono.
Sin embargo, los políticos no están aplicando ninguna de esas políticas adecuadamente. Los enemigos de la teoría del cambio climático han gastado miles de millones de dólares para influir en las autoridades, apoyar las campañas electorales de los defensores de los combustibles fósiles y derrotar a los candidatos que se atreven a fomentar la energía limpia. El Partido Republicano en conjunto obtiene un apoyo financiero en gran escala de los oponentes de la descarbonización y esos donantes luchan agresivamente contra la menor medida en pro de la energía renovable. Por su parte, muchos miembros demócratas del Congreso de los EE.UU. forman parte también del bando defensor de los combustibles fósiles.
Algunas grandes figuras de la industria energética, demostrando el mayor desinterés por la verdad (y mayor aún por nuestros hijos, que padecerán las consecuencias de nuestra locura actual), se han unido a Rupert Murdoch. De hecho, Murdoch, los hermanos Koch y sus aliados se comportan exactamente como las grandes empresas tabaqueras al negar las verdades científicas e incluso contratan a los mismos expertos.
La situación es en general la misma en todo el mundo. Allí donde unos grupos de presión poderosos defienden los intereses actuales del carbón y del petróleo, los políticos suelen temer decir la verdad sobre la necesidad de una energía con un nivel bajo de emisiones de carbono. Los políticos valientes que sí que dicen la verdad sobre el cambio climático se encuentran principalmente en países que no tienen un grupo de presión poderoso pro combustibles fósiles.
Pensemos en la suerte de quien ha sido una valerosa excepción a esa regla. Kevin Rudd, ex Primer Ministro de Australia, intentó aplicar una política de energía limpia en su país, productor de carbón. Rudd no consiguió la reelección, sino que fue derrotado por un candidato que, por contar con el respaldo de una alianza de Murdoch y empresas productoras de carbón, pudo gastar muchísimo más que Rudd. Los periódicos sensacionalistas de Murdoch publican propaganda anticientífica opuesta a las políticas contra el cambio climático no sólo en Australia, sino también en los EE.UU. y en otros países.
La razón por la que todo esto tiene importancia es la de que tenemos abierta ante nosotros la vía para una profunda descarbonización. Sin embargo, disponemos de muy poco tiempo. El mundo debe dejar de construir nuevas centrales eléctricas alimentadas con carbón (excepto las que apliquen la captura y el secuestro del carbono) y substituirlas por una electricidad con un bajo nivel de emisiones de carbono. Debe eliminar progresivamente el motor de combustión interna en casi todos los nuevos vehículos de pasajeros de aquí a 2030, aproximadamente, y substituirlos por otros propulsados por electricidad y adoptar tecnologías que ahorren energía y consuman menos energía comercial. Ya se dispone de dichas tecnologías, que irán mejorando y abaratándose con su utilización, siempre que se pueda mantener a raya a los grupos de presión pro combustibles fósiles.
Si es así, los habitantes de todo el mundo descubrirán algo maravilloso. No sólo habrán salvado el planeta para la próxima generación, sino que, además, disfrutarán de los rayos del sol y de un aire limpio y sano y se preguntarán por qué se tardó tanto cuando la propia Tierra corría un gravísimo riesgo.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
NUEVA YORK – Echemos un vistazo a lo que ha ocurrido en todo el mundo este mes pasado. La ola de calor en Australia llenó los titulares cuando las temperaturas alcanzaron los 45º centígrados y entorpecieron el torneo de tenis Abierto de Australia. La extremada sequía de California obligó al Gobernador a declarar el estado de emergencia. Unas graves inundaciones en Indonesia causaron la muerte a docenas de personas y desplazaron a decenas de miles de ellas. La contaminación mezclada con la niebla e inducida por el uso del carbón en Beijing obligó a sus habitantes a permanecer en sus casas, cerrar las autopistas y desviar los vuelos. Semejantes sucesos son advertencias diarias al mundo: despierta antes de que sea demasiado tarde.
Hemos entrado en la era del desarrollo sostenible. O hacemos las paces con el planeta o destruimos nuestra prosperidad, tan costosamente obtenida. La opción parece evidente, pero nuestras acciones resultan más expresivas que nuestras palabras. La Humanidad sigue avanzando por una vía de ruina, movida por la avaricia y la ignorancia a corto plazo.
Gran parte de la crisis medioambiental mundial (aunque no toda) se debe al sistema energético basado en los combustibles fósiles del mundo. Más del 80 por ciento de toda la energía primaria del mundo procede del carbón, del petróleo y del gas. Cuando se queman esos combustibles fósiles, emiten dióxido de carbono, que, a su vez, cambia el clima de la Tierra. Los datos físicos básicos se conocen desde hace más de un siglo.
Lamentablemente, unas pocas compañías petroleras (ExxonMobil y Koch Industries son las más destacadas) han dedicado recursos enormes a sembrar la confusión aun en los casos en que existe un claro consenso científico, pero, para salvar el planeta tal como lo conocemos y preservar el abastecimiento del mundo en alimentos y el bienestar de las generaciones futuras, no hay otra opción que pasar a un nuevo sistema energético con un nivel escaso de emisiones de carbono.
Esa transición tiene tres partes. La primera es una mayor eficiencia energética, lo que significa que debemos utilizar mucha menos energía para lograr el mismo nivel de bienestar. Por ejemplo, podemos diseñar nuestros edificios de modo que aprovechen la luz solar y la circulación del aire natural, con lo que requerirán mucha menos energía comercial para calentarlos, refrescarlos y ventilarlos.
En segundo lugar, debemos pasarnos a las energías solar, eólica, hídrica, nuclear, geotérmica y de otra índole, que no se basan en los combustibles fósiles. Ya existe la tecnología para recurrir a esas opciones substitutivas de forma segura y asequible y en una escala lo suficientemente grande para substituir casi todo el carbón y gran parte del petróleo que utilizamos actualmente. A mediados de este siglo sólo el gas natural (el combustible fósil más limpio) seguiría siendo una importante fuente de energía.
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Por último, en la medida en que sigamos dependiendo de los combustibles fósiles, debemos capturar las emisiones de CO2 resultantes en las centrales eléctricas antes de que escapen a la atmósfera. Después se inyectaría bajo tierra o bajo el suelo del océano el CO2 capturado para su almacenamiento a largo plazo. Ya se está utilizando con éxito y en muy pequeña escala la captura y el secuestro del carbono (principalmente para aumentar la recuperación del petróleo en los pozos agotados). Si (y sólo si) resultaran idóneos para su utilización en gran escala, los países dependientes del carbón, como China, la India y los Estados Unidos, podrían seguir utilizando sus reservas.
Los políticos americanos han demostrado ser incapaces de formular políticas para que los Estados Unidos utilicen en pequeña escala la energía del carbono. Esas políticas entrañarían un mayor impuesto aplicado a las emisiones de CO2, un aumento de las actividades de investigación e innovación en materia de tecnologías con un bajo nivel de emisiones de carbono, el paso a los vehículos eléctricos y reglamentos para la eliminación progresiva de todas las centrales eléctricas alimentadas con carbón, excepto las que instalen la captura y el secuestro del carbono.
Sin embargo, los políticos no están aplicando ninguna de esas políticas adecuadamente. Los enemigos de la teoría del cambio climático han gastado miles de millones de dólares para influir en las autoridades, apoyar las campañas electorales de los defensores de los combustibles fósiles y derrotar a los candidatos que se atreven a fomentar la energía limpia. El Partido Republicano en conjunto obtiene un apoyo financiero en gran escala de los oponentes de la descarbonización y esos donantes luchan agresivamente contra la menor medida en pro de la energía renovable. Por su parte, muchos miembros demócratas del Congreso de los EE.UU. forman parte también del bando defensor de los combustibles fósiles.
Algunas grandes figuras de la industria energética, demostrando el mayor desinterés por la verdad (y mayor aún por nuestros hijos, que padecerán las consecuencias de nuestra locura actual), se han unido a Rupert Murdoch. De hecho, Murdoch, los hermanos Koch y sus aliados se comportan exactamente como las grandes empresas tabaqueras al negar las verdades científicas e incluso contratan a los mismos expertos.
La situación es en general la misma en todo el mundo. Allí donde unos grupos de presión poderosos defienden los intereses actuales del carbón y del petróleo, los políticos suelen temer decir la verdad sobre la necesidad de una energía con un nivel bajo de emisiones de carbono. Los políticos valientes que sí que dicen la verdad sobre el cambio climático se encuentran principalmente en países que no tienen un grupo de presión poderoso pro combustibles fósiles.
Pensemos en la suerte de quien ha sido una valerosa excepción a esa regla. Kevin Rudd, ex Primer Ministro de Australia, intentó aplicar una política de energía limpia en su país, productor de carbón. Rudd no consiguió la reelección, sino que fue derrotado por un candidato que, por contar con el respaldo de una alianza de Murdoch y empresas productoras de carbón, pudo gastar muchísimo más que Rudd. Los periódicos sensacionalistas de Murdoch publican propaganda anticientífica opuesta a las políticas contra el cambio climático no sólo en Australia, sino también en los EE.UU. y en otros países.
La razón por la que todo esto tiene importancia es la de que tenemos abierta ante nosotros la vía para una profunda descarbonización. Sin embargo, disponemos de muy poco tiempo. El mundo debe dejar de construir nuevas centrales eléctricas alimentadas con carbón (excepto las que apliquen la captura y el secuestro del carbono) y substituirlas por una electricidad con un bajo nivel de emisiones de carbono. Debe eliminar progresivamente el motor de combustión interna en casi todos los nuevos vehículos de pasajeros de aquí a 2030, aproximadamente, y substituirlos por otros propulsados por electricidad y adoptar tecnologías que ahorren energía y consuman menos energía comercial. Ya se dispone de dichas tecnologías, que irán mejorando y abaratándose con su utilización, siempre que se pueda mantener a raya a los grupos de presión pro combustibles fósiles.
Si es así, los habitantes de todo el mundo descubrirán algo maravilloso. No sólo habrán salvado el planeta para la próxima generación, sino que, además, disfrutarán de los rayos del sol y de un aire limpio y sano y se preguntarán por qué se tardó tanto cuando la propia Tierra corría un gravísimo riesgo.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.