WASHINGTON, D.C. – A medida que aumenta la influencia de China en los asuntos mundiales, el mundo está observando con mayor atención que nunca para ver qué clase de gran potencia llegará a ser. El mes próximo, cuando el disidente encarcelado Liu Xiaobo reciba el premio Nobel de la paz, la atención se apartará de los aspectos más alentadores de lo que los dirigentes de China gustan de llamar el “ascenso” de su país y se centrará en su persistente maltrato a sus ciudadanos más críticos. Ya la torpe reacción de los funcionarios chinos ante el premio ha socavado su preciada –y pródigamente financiada– misión de proyección del “poder blando” de China en todo el mundo.
WASHINGTON, D.C. – A medida que aumenta la influencia de China en los asuntos mundiales, el mundo está observando con mayor atención que nunca para ver qué clase de gran potencia llegará a ser. El mes próximo, cuando el disidente encarcelado Liu Xiaobo reciba el premio Nobel de la paz, la atención se apartará de los aspectos más alentadores de lo que los dirigentes de China gustan de llamar el “ascenso” de su país y se centrará en su persistente maltrato a sus ciudadanos más críticos. Ya la torpe reacción de los funcionarios chinos ante el premio ha socavado su preciada –y pródigamente financiada– misión de proyección del “poder blando” de China en todo el mundo.