TEL AVIV – El colapso de la dinastía al-Assad en Siria, que ha gobernado durante más de medio siglo, siempre iba a representar un desafío de enormes proporciones para el país y sus vecinos. Pero la escalada del conflicto sobre el futuro de Siria entre Turquía e Israel agrava considerablemente los riesgos.
En opinión del presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, Siria no podría haber salido de su “era oscura” si él no hubiera prestado apoyo a las milicias que derrocaron al dictador sirio Bashar al-Assad. Ahora, Erdoğan se ve a sí mismo como el mecenas del nuevo presidente de Siria, Ahmed al-Sharaa (también conocido como Abu Mohammad al-Jolani), y está deseoso de dar forma a la nueva Siria “brillante” a imagen y semejanza de Turquía -y, en el proceso, promover los intereses turcos.
Para Erdoğan, uno de esos intereses es repatriar a los tres millones de refugiados sirios que se encuentran actualmente en Turquía. Otra prioridad clave es evitar que el nacionalismo kurdo se extienda por Turquía, aunque eso signifique emprender acciones militares contra las fuerzas kurdas en Siria. Asimismo, se dice que Erdoğan está negociando un pacto de defensa con Sharaa, que le permitiría a Turquía establecer bases aéreas en Siria y proporcionar entrenamiento al ejército sirio. Mientras que las fuerzas militares iraníes y la mayoría de las rusas se retiran, las de Turquía avanzan.
Ahora bien, Israel cree que también merece crédito por la caída de Assad, que probablemente no habría ocurrido si la acción militar israelí no hubiera debilitado a Irán -incluso degradando sus capacidades de defensa aérea- y devastado a su apoderado en el Líbano, Hezbollah. ¿Por qué, entonces, se le debería permitir a Turquía utilizar el cambio de régimen para convertirse en el nuevo poder hegemónico del Levante y atacar a los tradicionales aliados kurdos de Israel y Estados Unidos en el norte de Siria?
Las fuerzas israelíes ya se han apoderado de territorio en el sur de Siria, supuestamente para asegurar la zona temporalmente. Mientras tanto, el ministro israelí de Relaciones Exteriores, Gideon Saar, ha prometido “tender la mano y reforzar nuestros lazos” con los kurdos. Y el Comité para la Evaluación del Presupuesto del Establecimiento de Defensa y el Equilibrio de Poder ha recomendado que Israel se prepare para un posible enfrentamiento militar con Turquía en las regiones kurdas del norte de Siria, donde Turquía apoya desde hace tiempo a los grupos armados locales.
Tras la destitución de Assad, Israel ve claramente el creciente peso regional de Turquía como una amenaza. Pero, le guste o no a Israel, Turquía está mejor posicionada para dominar en Siria. Y, si lo consigue, las implicancias repercutirán mucho más allá de las fronteras de ambos países.
At a time of escalating global turmoil, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided.
Subscribe to Digital or Digital Plus now to secure your discount.
Subscribe Now
Napoleón decía que la política de un estado “reside en su geografía”. Para Erdoğan, esto significa geografía histórica: su política exterior tiene a Turquía a caballo entre el Cáucaso, Oriente Medio y los Balcanes, que alguna vez estuvieron en gran parte bajo dominio otomano. Tras las elecciones parlamentarias de junio de 2011, Erdoğan se jactó: “Sarajevo ha ganado hoy tanto como Estambul. Beirut ha ganado tanto como Esmirna. Damasco ganó tanto como Ankara”.
Ahora, Erdoğan tiene la oportunidad de hacer realidad su viejo sueño de utilizar el modelo turco de democracia islámica como vehículo para la proyección diplomática en toda la región, y posicionar al país como un intermediario clave entre Oriente y Occidente. Sin embargo, es probable que adopte un enfoque calibrado a la hora de perseguir sus ambiciones neo-otomanas, entre otras cosas porque históricamente han suscitado la oposición enconada de otras potencias suníes de la región, especialmente Egipto.
Para el presidente egipcio, Abdel Fattah al Sisi, contener a la Hermandad Musulmana -que encabezaba el gobierno que Sisi derrocó en 2013- es una cuestión de importancia existencial. Fueron las diferencias sobre la Hermandad Musulmana las que lo llevaron a colaborar con Chipre, Grecia e Israel en 2019 para excluir a Turquía del Foro del Gas del Mediterráneo Oriental. En consecuencia, a Sisi no le hizo ninguna gracia presenciar la caída de Assad, por temor a que pudiera abrir la puerta al resurgimiento de la Hermandad Musulmana en Egipto.
En lugar de poner en peligro el incipiente deshielo de las relaciones bilaterales, Erdoğan se reunió con Sisi en diciembre para subrayar su compromiso de apoyar la reconstrucción y la reconciliación de Siria, permitiendo al mismo tiempo a los sirios decidir sobre su propio futuro. El ministro turco de Relaciones Exteriores, Hakan Fidan, fue aún más explícito al señalar que la nueva Siria debe ser pluralista, con representación de todos los grupos étnicos y religiosos -incluidos los alauíes, los cristianos y las minorías kurdas.
Esto es lo que aparentemente intenta construir Sharaa. En un intento de posicionarse como un líder moderado de un país multiétnico, ha roto todos los lazos con Al Qaeda y el Estado Islámico, y ha declarado que todos los grupos rebeldes que lucharon contra Assad serían disueltos e integrados en las instituciones del estado. Esta visión no puede funcionar sin los kurdos. Incluso si pudiera, Sharaa, que ha estado trabajando arduamente para amplificar su legitimidad internacional, no querría atacar a los aliados de Estados Unidos que desempeñaron un papel decisivo en la derrota del Estado Islámico en Irak y Siria.
Superar el legado de un dominio colonial de siglos, décadas de dictadura brutal, una guerra civil y el riesgo de un fracaso del estado sería un desafío de enormes proporciones para los nuevos gobernantes de Siria, incluso en condiciones ideales. Pero las ambiciones geopolíticas de los vecinos de Siria corren el riesgo de hacer imposible una tarea difícil. Sumándose a la lista de potencias regionales con este tipo de ambiciones, Qatar y Arabia Saudita, que representan dos visiones políticas irreconciliables, también aspiran a influir en el resultado.
En cualquier caso, la estabilidad de Siria redunda en interés de Turquía. El colapso del estado sirio significaría una nueva afluencia de refugiados y el surgimiento de un proto-estado kurdo a lo largo de la frontera turca, con el probable respaldo de Israel y Estados Unidos. Turquía no podría tolerar un estado controlado por los kurdos en el norte de Siria, pero podría vivir con una región kurda semiautónoma plenamente integrada en un estado sirio unificado.
A Israel también le conviene una Siria estable. En lugar de una democracia al estilo occidental -que no se vislumbra en ninguna parte del mundo árabe-, un régimen islamista cuyo líder haya anunciado la disolución de 18 milicias armadas y haya hecho un llamamiento a la paz con Israel es el mejor resultado que Israel podría esperar. En lugar de invadir territorio sirio y cultivar profecías potencialmente autocumplidas sobre una guerra con Turquía, debería hacer todo lo posible para apoyar este desenlace.
To have unlimited access to our content including in-depth commentaries, book reviews, exclusive interviews, PS OnPoint and PS The Big Picture, please subscribe
US Vice President J.D. Vance's speech at this year's Munich Security Conference made it clear that the long postwar era of Atlanticism is over, and that Europeans now must take their sovereignty into their own hands. With ample resources to do so, all that is required is the collective political will.
explains what the European Union must do now that America has walked away from the transatlantic relationship.
Donald Trump has upended seven decades of US foreign policy in a matter of weeks, leaving global leaders aghast and bewildered. But while his actions may seem unparalleled, there is a precedent for his political blitzkrieg: Mao Zedong, who had an even more impressive penchant for chaos and disruption.
sees obvious and troubling parallels between the US president and Mao Zedong.
TEL AVIV – El colapso de la dinastía al-Assad en Siria, que ha gobernado durante más de medio siglo, siempre iba a representar un desafío de enormes proporciones para el país y sus vecinos. Pero la escalada del conflicto sobre el futuro de Siria entre Turquía e Israel agrava considerablemente los riesgos.
En opinión del presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, Siria no podría haber salido de su “era oscura” si él no hubiera prestado apoyo a las milicias que derrocaron al dictador sirio Bashar al-Assad. Ahora, Erdoğan se ve a sí mismo como el mecenas del nuevo presidente de Siria, Ahmed al-Sharaa (también conocido como Abu Mohammad al-Jolani), y está deseoso de dar forma a la nueva Siria “brillante” a imagen y semejanza de Turquía -y, en el proceso, promover los intereses turcos.
Para Erdoğan, uno de esos intereses es repatriar a los tres millones de refugiados sirios que se encuentran actualmente en Turquía. Otra prioridad clave es evitar que el nacionalismo kurdo se extienda por Turquía, aunque eso signifique emprender acciones militares contra las fuerzas kurdas en Siria. Asimismo, se dice que Erdoğan está negociando un pacto de defensa con Sharaa, que le permitiría a Turquía establecer bases aéreas en Siria y proporcionar entrenamiento al ejército sirio. Mientras que las fuerzas militares iraníes y la mayoría de las rusas se retiran, las de Turquía avanzan.
Ahora bien, Israel cree que también merece crédito por la caída de Assad, que probablemente no habría ocurrido si la acción militar israelí no hubiera debilitado a Irán -incluso degradando sus capacidades de defensa aérea- y devastado a su apoderado en el Líbano, Hezbollah. ¿Por qué, entonces, se le debería permitir a Turquía utilizar el cambio de régimen para convertirse en el nuevo poder hegemónico del Levante y atacar a los tradicionales aliados kurdos de Israel y Estados Unidos en el norte de Siria?
Las fuerzas israelíes ya se han apoderado de territorio en el sur de Siria, supuestamente para asegurar la zona temporalmente. Mientras tanto, el ministro israelí de Relaciones Exteriores, Gideon Saar, ha prometido “tender la mano y reforzar nuestros lazos” con los kurdos. Y el Comité para la Evaluación del Presupuesto del Establecimiento de Defensa y el Equilibrio de Poder ha recomendado que Israel se prepare para un posible enfrentamiento militar con Turquía en las regiones kurdas del norte de Siria, donde Turquía apoya desde hace tiempo a los grupos armados locales.
Tras la destitución de Assad, Israel ve claramente el creciente peso regional de Turquía como una amenaza. Pero, le guste o no a Israel, Turquía está mejor posicionada para dominar en Siria. Y, si lo consigue, las implicancias repercutirán mucho más allá de las fronteras de ambos países.
Winter Sale: Save 40% on a new PS subscription
At a time of escalating global turmoil, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided.
Subscribe to Digital or Digital Plus now to secure your discount.
Subscribe Now
Napoleón decía que la política de un estado “reside en su geografía”. Para Erdoğan, esto significa geografía histórica: su política exterior tiene a Turquía a caballo entre el Cáucaso, Oriente Medio y los Balcanes, que alguna vez estuvieron en gran parte bajo dominio otomano. Tras las elecciones parlamentarias de junio de 2011, Erdoğan se jactó: “Sarajevo ha ganado hoy tanto como Estambul. Beirut ha ganado tanto como Esmirna. Damasco ganó tanto como Ankara”.
Ahora, Erdoğan tiene la oportunidad de hacer realidad su viejo sueño de utilizar el modelo turco de democracia islámica como vehículo para la proyección diplomática en toda la región, y posicionar al país como un intermediario clave entre Oriente y Occidente. Sin embargo, es probable que adopte un enfoque calibrado a la hora de perseguir sus ambiciones neo-otomanas, entre otras cosas porque históricamente han suscitado la oposición enconada de otras potencias suníes de la región, especialmente Egipto.
Para el presidente egipcio, Abdel Fattah al Sisi, contener a la Hermandad Musulmana -que encabezaba el gobierno que Sisi derrocó en 2013- es una cuestión de importancia existencial. Fueron las diferencias sobre la Hermandad Musulmana las que lo llevaron a colaborar con Chipre, Grecia e Israel en 2019 para excluir a Turquía del Foro del Gas del Mediterráneo Oriental. En consecuencia, a Sisi no le hizo ninguna gracia presenciar la caída de Assad, por temor a que pudiera abrir la puerta al resurgimiento de la Hermandad Musulmana en Egipto.
En lugar de poner en peligro el incipiente deshielo de las relaciones bilaterales, Erdoğan se reunió con Sisi en diciembre para subrayar su compromiso de apoyar la reconstrucción y la reconciliación de Siria, permitiendo al mismo tiempo a los sirios decidir sobre su propio futuro. El ministro turco de Relaciones Exteriores, Hakan Fidan, fue aún más explícito al señalar que la nueva Siria debe ser pluralista, con representación de todos los grupos étnicos y religiosos -incluidos los alauíes, los cristianos y las minorías kurdas.
Esto es lo que aparentemente intenta construir Sharaa. En un intento de posicionarse como un líder moderado de un país multiétnico, ha roto todos los lazos con Al Qaeda y el Estado Islámico, y ha declarado que todos los grupos rebeldes que lucharon contra Assad serían disueltos e integrados en las instituciones del estado. Esta visión no puede funcionar sin los kurdos. Incluso si pudiera, Sharaa, que ha estado trabajando arduamente para amplificar su legitimidad internacional, no querría atacar a los aliados de Estados Unidos que desempeñaron un papel decisivo en la derrota del Estado Islámico en Irak y Siria.
Superar el legado de un dominio colonial de siglos, décadas de dictadura brutal, una guerra civil y el riesgo de un fracaso del estado sería un desafío de enormes proporciones para los nuevos gobernantes de Siria, incluso en condiciones ideales. Pero las ambiciones geopolíticas de los vecinos de Siria corren el riesgo de hacer imposible una tarea difícil. Sumándose a la lista de potencias regionales con este tipo de ambiciones, Qatar y Arabia Saudita, que representan dos visiones políticas irreconciliables, también aspiran a influir en el resultado.
En cualquier caso, la estabilidad de Siria redunda en interés de Turquía. El colapso del estado sirio significaría una nueva afluencia de refugiados y el surgimiento de un proto-estado kurdo a lo largo de la frontera turca, con el probable respaldo de Israel y Estados Unidos. Turquía no podría tolerar un estado controlado por los kurdos en el norte de Siria, pero podría vivir con una región kurda semiautónoma plenamente integrada en un estado sirio unificado.
A Israel también le conviene una Siria estable. En lugar de una democracia al estilo occidental -que no se vislumbra en ninguna parte del mundo árabe-, un régimen islamista cuyo líder haya anunciado la disolución de 18 milicias armadas y haya hecho un llamamiento a la paz con Israel es el mejor resultado que Israel podría esperar. En lugar de invadir territorio sirio y cultivar profecías potencialmente autocumplidas sobre una guerra con Turquía, debería hacer todo lo posible para apoyar este desenlace.