TURÍN – La política industrial ha vuelto a estar de moda. Tras décadas de rehuir del uso de políticas pensadas para influir en los mercados (por ejemplo, aranceles y subsidios), muchos gobiernos occidentales las han adoptado, alentados por la pandemia de COVID‑19 (que expuso vulnerabilidades en las cadenas globales de suministro) y, en un plano más amplio, por el temor al dominio tecnológico y comercial chino, que puede costarle a Occidente incontables puestos de trabajo bien remunerados. Pero para que estas iniciativas prosperen, deben poner el acento en el conocimiento.
TURÍN – La política industrial ha vuelto a estar de moda. Tras décadas de rehuir del uso de políticas pensadas para influir en los mercados (por ejemplo, aranceles y subsidios), muchos gobiernos occidentales las han adoptado, alentados por la pandemia de COVID‑19 (que expuso vulnerabilidades en las cadenas globales de suministro) y, en un plano más amplio, por el temor al dominio tecnológico y comercial chino, que puede costarle a Occidente incontables puestos de trabajo bien remunerados. Pero para que estas iniciativas prosperen, deben poner el acento en el conocimiento.