ATHENS (GEORGIA) – En las últimas semanas de la temporada norteamericana de huracanes, época en la que no se espera que una supertormenta cause daños generalizados en la costa oriental de los Estados Unidos, el huracán Sandy nos recuerda la sombría amenaza de los episodios climáticos extremos. Con la más baja presión central de la temporada de huracanes en 2012, Sandy puede haber causado daños de hasta 20.000 millones de dólares, por lo que ha resultado ser una de las supertormentas más costosas de la Historia.
Sandy se combinó con un sistema meteorológico que avanzaba desde el Este, lo que creó grandes dificultades a los pronosticadores y unas condiciones climáticas sin precedentes para la región. Una tormenta similar azotó a Nueva Inglaterra hace veinte años, pero Sandy ha sido peor, al ir acompañado de vientos huracanados, lluvias torrenciales y graves inundaciones de las costas en todo el populoso corredor nordoriental y atlántico central.
Naturalmente, algunos intentarán relacionar Sandy con el cambio climático. El mismo juicio apresurado se dio a raíz de los brotes de tornados en masa de los últimos años en los Estados Unidos, pese a que la bibliografía científica no respalda en gran medida esa conexión. Así, pues, desde la perspectiva del cambio climático, es mejor adoptar una opinión mesurada sobre Sandy para que las reacciones apresuradas no perjudiquen al crédito científico.
Pero no es un gran motivo de consuelo. Según la gigantesca compañía de seguros Munich Re, los desastres meteorológicos y climáticos contribuyeron a más de una tercera parte de un billón de dólares en daños a escala mundial en 2011 y el total de este año podría llegar a superar esa cantidad. Existe documentación en aumento de las vinculaciones entre cambio climático y aumento del nivel del mar, olas de calor, sequías e intensidad de las precipitaciones y, aunque las investigaciones científicas sobre los huracanes y los tornados no son tan concluyentes, ese aspecto puede estar cambiando.
De hecho, informes recientes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas y otros estudios científicos indican que la intensidad de los ciclones tropicales (es decir, los huracanes) aumentará a consecuencia de unas aguas más calientes. Y no cabe duda de que nuestra atmósfera y nuestros océanos se están calentando y hay un gran calor residual almacenado en el océano, que se liberará en un momento futuro. Algunos estudios han indicado incluso que los ciclones tropicales pueden ser más “torrenciales”. No cabe duda alguna de que los niveles del mar han aumentado en el último siglo y siguen haciéndolo, a consecuencia del cambio climático, y el aumento de las tormentas se combina con esos niveles más altos del mar, con lo que se intensifican las pérdidas provocadas por las inundaciones allí donde azotan.
Las temperaturas de la superficie del mar a lo largo de la costa nordoriental de los EE.UU. son unos cinco grados Fahrenheit superiores a la media, lo que contribuyó a intensificar Sandy justo antes de que llegara a tierra. En este momento, resulta prematuro vincular la gravedad de la tormenta con unas temperaturas más calientes en la superficie del mar, porque sabemos que existe una variabilidad regional, pero, desde luego, la relación es verosímil.
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Además, los niveles del mar a lo largo de la costa nordoriental de los EE.UU. están aumentando hasta cuatro veces más rápidamente que la media mundial, por lo que esa región resulta más vulnerable a las inundaciones provocadas por las tormentas. Y a este respecto la conclusión es que toda formación de tormentas costeras producirá más inundaciones por el aumento del nivel del mar.
También conviene observar que una configuración atmosférica conocida como “bloqueo”, zona de altas presiones persistentes que puede haber sido la causante de un deshielo sin precedentes en Groenlandia, fue la razón más probable de que Sandy avanzara tierra adentro en lugar de por el mar. Es demasiado pronto para decir si la configuración de bloqueo es una manifestación de variabilidad meteorológica, una variación climática de corta duración, o resultado del cambio climático.
Los avances en los pronósticos meteorológico numéricos durante los últimos decenios han ampliado nuestra capacidad de “ver” el futuro. En septiembre de 1938, antes de que se dieran todos esos avances, un huracán devastó gran parte de Nueva Inglaterra. Antes de su llegada, no se hicieron avisos. En la actualidad, gracias a los satélites, los globos meteorológicos, las supercomputadoras y los pronosticadores muy duchos, podemos prever un tiempo peligroso hasta con una semana de antelación. Se están produciendo avances similares en la modelización climática, gracias a las mejoras metodológicas y a unos datos mejores.
Como mínimo, debemos velar por que los centros de modelización climatológica y meteorológica de primera categoría cuenten con la financiación y los recursos humanos necesarios para aplicar las técnicas de predicción más avanzadas. La predicción meteorológica numérica fue inventada en los EE.UU., pero actualmente otros países han desarrollado una capacidad de modelización inmensa. Por ejemplo, el Centro Europeo de Pronósticos Meteorológicos a Medio Plazo, de Gran Bretaña, ya había anunciado la llegada de Sandy a las costas orientales varios días antes que el mejor modelo americano.
El mundo necesitará más cooperación en los próximos años, cuando el cambio climático empiece a combinarse con episodios meteorológicos extremos y a exacerbarlos, a fin de que se pueda disponer del tiempo necesario y prepararse para los desastres. También necesitaremos la colaboración entre los Estados, el sector privado y el mundo académico que con frecuencia propicia mejoras en los pronósticos.
Las reuniones científicas son foros fundamentales para compartir investigaciones, revisar las nuevas metodologías y crear nuevas asociaciones. Muchas de ellas son internacionales, por lo que se deben fomentar esas actividades, incluso en tiempos difíciles para los presupuestos estatales. No está fuera de lugar preguntarse en qué medida podríamos predecir o evaluar una tormenta como Sandy sin los conocimientos y la capacidad obtenidos mediante dicha colaboración internacional.
No sabemos si las supertormentas como Sandy son precursoras de una “nueva normalidad” en la difícil e imprevisible relación entre el cambio climático y los episodios meteorológicos extremos, lo que no quiere decir que no haya o no pueda haber una conexión, sino que aún no se han hecho las investigaciones científicas necesarias para demostrarla (o refutarla). Así es como funciona la ciencia rigurosa. Sandy ha brindado una poderosa demostración de la necesidad de apoyarlas.
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Not only did Donald Trump win last week’s US presidential election decisively – winning some three million more votes than his opponent, Vice President Kamala Harris – but the Republican Party he now controls gained majorities in both houses on Congress. Given the far-reaching implications of this result – for both US democracy and global stability – understanding how it came about is essential.
By voting for Republican candidates, working-class voters effectively get to have their cake and eat it, expressing conservative moral preferences while relying on Democrats to fight for their basic economic security. The best strategy for Democrats now will be to permit voters to face the consequences of their choice.
urges the party to adopt a long-term strategy aimed at discrediting the MAGA ideology once and for all.
ATHENS (GEORGIA) – En las últimas semanas de la temporada norteamericana de huracanes, época en la que no se espera que una supertormenta cause daños generalizados en la costa oriental de los Estados Unidos, el huracán Sandy nos recuerda la sombría amenaza de los episodios climáticos extremos. Con la más baja presión central de la temporada de huracanes en 2012, Sandy puede haber causado daños de hasta 20.000 millones de dólares, por lo que ha resultado ser una de las supertormentas más costosas de la Historia.
Sandy se combinó con un sistema meteorológico que avanzaba desde el Este, lo que creó grandes dificultades a los pronosticadores y unas condiciones climáticas sin precedentes para la región. Una tormenta similar azotó a Nueva Inglaterra hace veinte años, pero Sandy ha sido peor, al ir acompañado de vientos huracanados, lluvias torrenciales y graves inundaciones de las costas en todo el populoso corredor nordoriental y atlántico central.
Naturalmente, algunos intentarán relacionar Sandy con el cambio climático. El mismo juicio apresurado se dio a raíz de los brotes de tornados en masa de los últimos años en los Estados Unidos, pese a que la bibliografía científica no respalda en gran medida esa conexión. Así, pues, desde la perspectiva del cambio climático, es mejor adoptar una opinión mesurada sobre Sandy para que las reacciones apresuradas no perjudiquen al crédito científico.
Pero no es un gran motivo de consuelo. Según la gigantesca compañía de seguros Munich Re, los desastres meteorológicos y climáticos contribuyeron a más de una tercera parte de un billón de dólares en daños a escala mundial en 2011 y el total de este año podría llegar a superar esa cantidad. Existe documentación en aumento de las vinculaciones entre cambio climático y aumento del nivel del mar, olas de calor, sequías e intensidad de las precipitaciones y, aunque las investigaciones científicas sobre los huracanes y los tornados no son tan concluyentes, ese aspecto puede estar cambiando.
De hecho, informes recientes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas y otros estudios científicos indican que la intensidad de los ciclones tropicales (es decir, los huracanes) aumentará a consecuencia de unas aguas más calientes. Y no cabe duda de que nuestra atmósfera y nuestros océanos se están calentando y hay un gran calor residual almacenado en el océano, que se liberará en un momento futuro. Algunos estudios han indicado incluso que los ciclones tropicales pueden ser más “torrenciales”. No cabe duda alguna de que los niveles del mar han aumentado en el último siglo y siguen haciéndolo, a consecuencia del cambio climático, y el aumento de las tormentas se combina con esos niveles más altos del mar, con lo que se intensifican las pérdidas provocadas por las inundaciones allí donde azotan.
Las temperaturas de la superficie del mar a lo largo de la costa nordoriental de los EE.UU. son unos cinco grados Fahrenheit superiores a la media, lo que contribuyó a intensificar Sandy justo antes de que llegara a tierra. En este momento, resulta prematuro vincular la gravedad de la tormenta con unas temperaturas más calientes en la superficie del mar, porque sabemos que existe una variabilidad regional, pero, desde luego, la relación es verosímil.
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También conviene observar que una configuración atmosférica conocida como “bloqueo”, zona de altas presiones persistentes que puede haber sido la causante de un deshielo sin precedentes en Groenlandia, fue la razón más probable de que Sandy avanzara tierra adentro en lugar de por el mar. Es demasiado pronto para decir si la configuración de bloqueo es una manifestación de variabilidad meteorológica, una variación climática de corta duración, o resultado del cambio climático.
Los avances en los pronósticos meteorológico numéricos durante los últimos decenios han ampliado nuestra capacidad de “ver” el futuro. En septiembre de 1938, antes de que se dieran todos esos avances, un huracán devastó gran parte de Nueva Inglaterra. Antes de su llegada, no se hicieron avisos. En la actualidad, gracias a los satélites, los globos meteorológicos, las supercomputadoras y los pronosticadores muy duchos, podemos prever un tiempo peligroso hasta con una semana de antelación. Se están produciendo avances similares en la modelización climática, gracias a las mejoras metodológicas y a unos datos mejores.
Como mínimo, debemos velar por que los centros de modelización climatológica y meteorológica de primera categoría cuenten con la financiación y los recursos humanos necesarios para aplicar las técnicas de predicción más avanzadas. La predicción meteorológica numérica fue inventada en los EE.UU., pero actualmente otros países han desarrollado una capacidad de modelización inmensa. Por ejemplo, el Centro Europeo de Pronósticos Meteorológicos a Medio Plazo, de Gran Bretaña, ya había anunciado la llegada de Sandy a las costas orientales varios días antes que el mejor modelo americano.
El mundo necesitará más cooperación en los próximos años, cuando el cambio climático empiece a combinarse con episodios meteorológicos extremos y a exacerbarlos, a fin de que se pueda disponer del tiempo necesario y prepararse para los desastres. También necesitaremos la colaboración entre los Estados, el sector privado y el mundo académico que con frecuencia propicia mejoras en los pronósticos.
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No sabemos si las supertormentas como Sandy son precursoras de una “nueva normalidad” en la difícil e imprevisible relación entre el cambio climático y los episodios meteorológicos extremos, lo que no quiere decir que no haya o no pueda haber una conexión, sino que aún no se han hecho las investigaciones científicas necesarias para demostrarla (o refutarla). Así es como funciona la ciencia rigurosa. Sandy ha brindado una poderosa demostración de la necesidad de apoyarlas.