LONDRES – En febrero, Forbes publicó por primera vez una lista de las personas más ricas en criptomonedas. Las diez primeras poseen cada una alrededor de mil millones de dólares; la fortuna estimada del más rico (un innovador estadounidense especializado en tecnología blockchain llamado Chris Larsen) asciende a unos ocho mil millones. Según el editor de la revista, el mejor modo de sacar las monedas digitales de las sombras hacia la condición de una clase de activos legítimos es echar luz sobre sus beneficiarios.
En cuanto los criptorricos adquieran notoriedad, querrán (como muchos antes que ellos) que se los vea haciendo el bien con sus fortunas. Y una de las causas filantrópicas que más apoyo merece es la salud en los países en desarrollo.
Hace unos años, trabajando como consultor privado en estrategias sanitarias, asesoré a individuos de alto patrimonio neto y sus compañías en Sudán del Sur, Gambia y Tanzania sobre los mejores modos de hacer una retribución a las comunidades donde operaban sus empresas. Estos inversores (casi todos ellos ricos gracias a la industria del petróleo) enfrentaban una intensa presión social para que usaran su riqueza en provecho de causas humanitarias.
En parte por mis consejos, comenzaron a invertir decenas de millones de dólares en la mejora de infraestructuras sanitarias. Las primeras asignaciones fueron modestas, pero con el tiempo, sus donaciones ayudaron a financiar reformas sanitarias en diversas partes de África. Si bien sólo se cubrió una pequeña fracción de todo lo que se necesita, el impacto sanitario ha sido importante.
Los dueños de criptomonedas más ricos pueden continuar la tarea iniciada por los multimillonarios petroleros. Y para los que aparecen en la lista de Forbes y quieran ideas para involucrarse en la filantropía sanitaria, aquí van cuatro ideas:
En primer lugar, comprometerse a dar: sumarse a Bill Gates, Mark Zuckerberg, Elon Musk y muchos otros que donaron al menos la mitad de su riqueza personal a causas sociales, incluida la salud mundial. O tal vez, hacer como los grandes futbolistas mundiales que prometieron dar al menos 1% de sus salarios a causas benéficas. De una u otra forma, es fundamental que haya un compromiso con la generosidad.
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En segundo lugar, defender la creación de un impuesto a la compraventa de monedas digitales, y promover el uso de los ingresos para financiar proyectos sanitarios en los países en desarrollo. Se podría usar como modelo el “impuesto Robin Hood”, actualmente en análisis en el Reino Unido, que busca imponer un minúsculo gravamen a las transacciones financieras para usarlo en programas de reducción de la pobreza y lucha contra el cambio climático.
En tercer lugar, apoyar proyectos de uso de tecnología digital en los mercados emergentes. En los sistemas sanitarios de muchos países pobres hay una gran desprotección de los registros médicos, y las tecnologías en que se basan las criptomonedas pueden ayudar a remediarla. La inversión en soluciones digitales también ayudaría a mejorar la situación sanitaria y optimizar la toma de decisiones empírica.
Y finalmente, apoyar proyectos de mejora de la gestión financiera en el sector salud. Los criptorricos deben sus fortunas a los mecanismos de seguridad de sus transacciones; controles similares podrían también ser útiles para la atención médica en los países en desarrollo, afectada por altos niveles de corrupción institucionalizada.
En síntesis, los dueños de criptomonedas no hallarán mejor lugar para hacer beneficencia que los proyectos sanitarios en el Sur Global, donde el uso de monedas digitales experimenta el mayor crecimiento. En Venezuela, cuya moneda nacional está en caída libre, el bitcoin se convirtió en la principal “moneda paralela” para el pago de bienes y servicios básicos (incluidas facturas médicas). En África Oriental, innovadores locales han adoptado sistemas de criptomonedas, como BitPesa, para la implementación de transacciones internacionales. Hasta el Programa Alimentario Mundial de las Naciones Unidas usó criptomonedas para enviar dinero a refugiados en Jordania.
Es verdad que los “nuevos ricos” de las criptomonedas no están obligados a financiar causas sociales con su riqueza; al fin y al cabo, es su dinero. Pero la historia suele ser cruel con los millonarios acaparadores. En enero, Laurence Fink (director ejecutivo de la gestora de fondos BlackRock, valuada en seis billones de dólares) expresó en su carta anual a la comunidad empresarial que la firma podría retirar el apoyo a empresas que, además de generar ganancias, no sirvan también a un “fin social”, mediante “una contribución positiva a la sociedad”.
Los dueños de criptomonedas más ricos que se comprometan a usar una parte de su patrimonio para mejorar las vidas de los menos afortunados estarán en buena compañía. Y la experiencia me dice que el mayor bien que puede hacerse con la riqueza es usarla para mejorar la atención sanitaria en los países en desarrollo.
Este artículo expresa opiniones personales del autor.
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Bashar al-Assad’s fall from power has created an opportunity for the political and economic reconstruction of a key Arab state. But the record of efforts to stabilize post-conflict societies in the Middle East is littered with failure, and the next few months will most likely determine Syria's political trajectory.
say that Syrians themselves must do the hard work, but multilateral assistance has an important role to play.
The US president-elect has vowed to round up illegal immigrants and raise tariffs, but he will probably fail to reinvigorate the economy for the masses, who will watch the rich get richer on crypto and AI. America has been here before, and if Trump doesn’t turn on the business class and lay the blame at its feet, someone else will.
thinks the next president will be forced to choose between big business and the forgotten man.
LONDRES – En febrero, Forbes publicó por primera vez una lista de las personas más ricas en criptomonedas. Las diez primeras poseen cada una alrededor de mil millones de dólares; la fortuna estimada del más rico (un innovador estadounidense especializado en tecnología blockchain llamado Chris Larsen) asciende a unos ocho mil millones. Según el editor de la revista, el mejor modo de sacar las monedas digitales de las sombras hacia la condición de una clase de activos legítimos es echar luz sobre sus beneficiarios.
En cuanto los criptorricos adquieran notoriedad, querrán (como muchos antes que ellos) que se los vea haciendo el bien con sus fortunas. Y una de las causas filantrópicas que más apoyo merece es la salud en los países en desarrollo.
Hace unos años, trabajando como consultor privado en estrategias sanitarias, asesoré a individuos de alto patrimonio neto y sus compañías en Sudán del Sur, Gambia y Tanzania sobre los mejores modos de hacer una retribución a las comunidades donde operaban sus empresas. Estos inversores (casi todos ellos ricos gracias a la industria del petróleo) enfrentaban una intensa presión social para que usaran su riqueza en provecho de causas humanitarias.
En parte por mis consejos, comenzaron a invertir decenas de millones de dólares en la mejora de infraestructuras sanitarias. Las primeras asignaciones fueron modestas, pero con el tiempo, sus donaciones ayudaron a financiar reformas sanitarias en diversas partes de África. Si bien sólo se cubrió una pequeña fracción de todo lo que se necesita, el impacto sanitario ha sido importante.
Los dueños de criptomonedas más ricos pueden continuar la tarea iniciada por los multimillonarios petroleros. Y para los que aparecen en la lista de Forbes y quieran ideas para involucrarse en la filantropía sanitaria, aquí van cuatro ideas:
En primer lugar, comprometerse a dar: sumarse a Bill Gates, Mark Zuckerberg, Elon Musk y muchos otros que donaron al menos la mitad de su riqueza personal a causas sociales, incluida la salud mundial. O tal vez, hacer como los grandes futbolistas mundiales que prometieron dar al menos 1% de sus salarios a causas benéficas. De una u otra forma, es fundamental que haya un compromiso con la generosidad.
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En tercer lugar, apoyar proyectos de uso de tecnología digital en los mercados emergentes. En los sistemas sanitarios de muchos países pobres hay una gran desprotección de los registros médicos, y las tecnologías en que se basan las criptomonedas pueden ayudar a remediarla. La inversión en soluciones digitales también ayudaría a mejorar la situación sanitaria y optimizar la toma de decisiones empírica.
Y finalmente, apoyar proyectos de mejora de la gestión financiera en el sector salud. Los criptorricos deben sus fortunas a los mecanismos de seguridad de sus transacciones; controles similares podrían también ser útiles para la atención médica en los países en desarrollo, afectada por altos niveles de corrupción institucionalizada.
En síntesis, los dueños de criptomonedas no hallarán mejor lugar para hacer beneficencia que los proyectos sanitarios en el Sur Global, donde el uso de monedas digitales experimenta el mayor crecimiento. En Venezuela, cuya moneda nacional está en caída libre, el bitcoin se convirtió en la principal “moneda paralela” para el pago de bienes y servicios básicos (incluidas facturas médicas). En África Oriental, innovadores locales han adoptado sistemas de criptomonedas, como BitPesa, para la implementación de transacciones internacionales. Hasta el Programa Alimentario Mundial de las Naciones Unidas usó criptomonedas para enviar dinero a refugiados en Jordania.
Es verdad que los “nuevos ricos” de las criptomonedas no están obligados a financiar causas sociales con su riqueza; al fin y al cabo, es su dinero. Pero la historia suele ser cruel con los millonarios acaparadores. En enero, Laurence Fink (director ejecutivo de la gestora de fondos BlackRock, valuada en seis billones de dólares) expresó en su carta anual a la comunidad empresarial que la firma podría retirar el apoyo a empresas que, además de generar ganancias, no sirvan también a un “fin social”, mediante “una contribución positiva a la sociedad”.
Los dueños de criptomonedas más ricos que se comprometan a usar una parte de su patrimonio para mejorar las vidas de los menos afortunados estarán en buena compañía. Y la experiencia me dice que el mayor bien que puede hacerse con la riqueza es usarla para mejorar la atención sanitaria en los países en desarrollo.
Este artículo expresa opiniones personales del autor.
Traducción: Esteban Flamini