MILÁN – Con la 78.ª sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas y la Semana del Clima en Nueva York a punto de comenzar, y cada vez más cerca de la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28), es imprescindible que el mundo tenga claridad sobre la relación entre el crecimiento económico y la sostenibilidad medioambiental. Lejos de ser objetivos incompatibles, lo primero es requisito de lo segundo: el dinamismo económico y la mejora de los niveles de vida son esenciales para financiar la acción climática y asegurarle un adecuado nivel de apoyo público.
Felizmente ya es algo bien sabido. En junio, los gobiernos de algunas de las economías más grandes del mundo (entre ellas Brasil, los Estados Unidos, Japón, Sudáfrica y la Unión Europea) emitieron una declaración conjunta que describe la reducción de la pobreza y la protección del planeta como objetivos «convergentes». Asimismo, la declaración publicada tras la recién concluida cumbre del G20 en Nueva Delhi afirma que «ningún país debería tener que elegir entre el combate a la pobreza y el combate por el planeta».
Una investigación reciente del McKinsey Global Institute (MGI) asigna cifras a estos objetivos gemelos, y el resultado llama a la reflexión. Comencemos por el costo de actuar para proteger el planeta. El gasto adicional total en infraestructuras y tecnologías de reducción de emisiones que se necesita para cerrar en 2030 la brecha de inversión en descarbonización asciende a 41 billones de dólares (el 4% del PIB mundial anual).
Para cubrir estas necesidades de inversión y lograr la transición a una economía descarbonizada, se necesitarán grandes niveles de apoyo y participación de la gente. Como es más difícil que las personas que viven en la pobreza apoyen las acciones necesarias para combatir el cambio climático (sobre todo si perciben que sus necesidades están siendo relegadas), es esencial llevar adelante en simultáneo esfuerzos para la mejora de los niveles de vida.
Y no se trata solamente de llevar a más hogares por encima de la línea de pobreza extrema según la define el Banco Mundial (vivir con 2,15 dólares diarios, medidos según la paridad del poder adquisitivo). Para lograr un desarrollo sostenible, tenemos que superar un umbral más alto, que el MGI denomina «línea de empoderamiento».
La ubicación exacta de la línea de empoderamiento varía según el país, como resultado de diferencias en el costo de vida. Pero se refiere en todos los casos al umbral por encima del cual las familias tienen medios suficientes para satisfacer todas sus necesidades básicas (por ejemplo nutrición, vivienda digna, atención médica y educación de calidad) y buscar seguridad económica. Las familias sin capacidad de ahorro no pueden acumular reservas que las protejan en situaciones de emergencia (como las creadas por el cambio climático).
En todo el mundo, hay unos 4700 millones de personas que no están plenamente empoderadas en lo económico, y alrededor del 40% de esta población reside en la India y en África subsahariana (aunque es posible que en el primer caso la cifra se reduzca, de mantenerse el actual ritmo de crecimiento de la India). Además, en los países de ingresos medios y altos hay muchas personas con estilos de vida «de clase media» que carecen de reservas adecuadas para hacer frente a emergencias y situaciones críticas y tienen dificultades para procurarse vivienda y atención médica. Aunque formalmente tal vez no se las pueda considerar «pobres», no pueden hacer realidad todo su potencial y corren riesgo de caer en la pobreza.
Para cerrar la «brecha de empoderamiento» de aquí a 2030, el mundo tendría que aumentar en 37 billones de dólares (alrededor del 4% del PIB anual) el total de consumo de esos 4700 millones de personas. (Las cifras concretas dependen de la región.) Si lo sumamos a los 41 billones de dólares necesarios para cerrar la brecha de inversión en descarbonización, estamos hablando de alrededor del 8% del PIB anual de aquí a 2030.
La magnitud del desafío es enorme, pero no debería paralizarnos. Por el contrario, nuestra investigación también contiene una buena noticia que debería movilizar a todas las partes interesadas: calculamos que la aceleración del crecimiento, la innovación de las empresas y los avances tecnológicos pueden generar la mitad de los recursos necesarios para lograr ambos objetivos.
Pero se necesita más. Tenemos que actuar para proteger el crecimiento de base contra vientos de frente y comprometernos a aumentar la productividad mediante la inversión en tecnología, creación de empresas y desarrollo de habilidades. Oportunidades no faltan: las innovaciones en inteligencia artificial, tecnología financiera, biomedicina, ciencia de los materiales, etc., pueden colaborar con la mejora de la productividad, el crecimiento inclusivo y la transición energética.
Si la aceleración del crecimiento crea empleos mejor remunerados, y los empleadores se aseguran de que los trabajadores tengan las habilidades necesarias para desempeñarlos, se podrán eliminar casi dos tercios de la brecha mundial de empoderamiento (poco más de dos mil millones de personas cruzarán la línea de empoderamiento, y otros 600 millones escaparán de la pobreza). En tanto, de aquí a 2030 puede haber alternativas viables para la inversión privada en reducción de emisiones por casi diez billones de dólares. El crecimiento económico, sumado a los avances tecnológicos, puede reducir un 40% la brecha de inversión en descarbonización.
¿Qué se puede hacer para cerrar las dos brechas? Por el lado del empoderamiento, las opciones incluyen aumentar la inversión en vivienda económica, atención de la salud y educación y dar apoyo directo a los hogares vulnerables. Por el lado de la descarbonización, un fortalecimiento del apoyo público y políticas más audaces pueden movilizar más capital privado y así reducir todavía más el costo de las tecnologías de reducción de las emisiones. En conjunto, si las sociedades comprometen un promedio del 2% del PIB global anual (veinte billones de dólares en total), las dos brechas podrían cerrarse de aquí a 2030 (aunque existe el riesgo de que esos compromisos repercutan en forma negativa sobre la economía de base).
En cualquier caso, será esencial contar con mecanismos de financiación creativos. Las instituciones multilaterales, en particular, deben diseñar nuevos instrumentos para las economías en desarrollo, una iniciativa que puede fortalecerse mediante un aumento de la capitalización de esas instituciones y nuevas plataformas de intermediación de riesgos que ayuden a movilizar el capital privado. Y también se necesitarán otras soluciones innovadoras, por ejemplo, canalizar a la inversión verde los excedentes derivados del encarecimiento de la energía. Para ello, el sistema financiero internacional debe hallar modos innovadores de hacer posibles grandes flujos transfronterizos.
El avance será difícil y el precio será elevado. Pero lo que se invierta hoy en cerrar las brechas de empoderamiento y de inversión en descarbonización redituará en la forma de un mundo más próspero y estable. Y tal vez no haya mayor recompensa que eso.
Traducción: Esteban Flamini
MILÁN – Con la 78.ª sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas y la Semana del Clima en Nueva York a punto de comenzar, y cada vez más cerca de la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28), es imprescindible que el mundo tenga claridad sobre la relación entre el crecimiento económico y la sostenibilidad medioambiental. Lejos de ser objetivos incompatibles, lo primero es requisito de lo segundo: el dinamismo económico y la mejora de los niveles de vida son esenciales para financiar la acción climática y asegurarle un adecuado nivel de apoyo público.
Felizmente ya es algo bien sabido. En junio, los gobiernos de algunas de las economías más grandes del mundo (entre ellas Brasil, los Estados Unidos, Japón, Sudáfrica y la Unión Europea) emitieron una declaración conjunta que describe la reducción de la pobreza y la protección del planeta como objetivos «convergentes». Asimismo, la declaración publicada tras la recién concluida cumbre del G20 en Nueva Delhi afirma que «ningún país debería tener que elegir entre el combate a la pobreza y el combate por el planeta».
Una investigación reciente del McKinsey Global Institute (MGI) asigna cifras a estos objetivos gemelos, y el resultado llama a la reflexión. Comencemos por el costo de actuar para proteger el planeta. El gasto adicional total en infraestructuras y tecnologías de reducción de emisiones que se necesita para cerrar en 2030 la brecha de inversión en descarbonización asciende a 41 billones de dólares (el 4% del PIB mundial anual).
Para cubrir estas necesidades de inversión y lograr la transición a una economía descarbonizada, se necesitarán grandes niveles de apoyo y participación de la gente. Como es más difícil que las personas que viven en la pobreza apoyen las acciones necesarias para combatir el cambio climático (sobre todo si perciben que sus necesidades están siendo relegadas), es esencial llevar adelante en simultáneo esfuerzos para la mejora de los niveles de vida.
Y no se trata solamente de llevar a más hogares por encima de la línea de pobreza extrema según la define el Banco Mundial (vivir con 2,15 dólares diarios, medidos según la paridad del poder adquisitivo). Para lograr un desarrollo sostenible, tenemos que superar un umbral más alto, que el MGI denomina «línea de empoderamiento».
La ubicación exacta de la línea de empoderamiento varía según el país, como resultado de diferencias en el costo de vida. Pero se refiere en todos los casos al umbral por encima del cual las familias tienen medios suficientes para satisfacer todas sus necesidades básicas (por ejemplo nutrición, vivienda digna, atención médica y educación de calidad) y buscar seguridad económica. Las familias sin capacidad de ahorro no pueden acumular reservas que las protejan en situaciones de emergencia (como las creadas por el cambio climático).
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En todo el mundo, hay unos 4700 millones de personas que no están plenamente empoderadas en lo económico, y alrededor del 40% de esta población reside en la India y en África subsahariana (aunque es posible que en el primer caso la cifra se reduzca, de mantenerse el actual ritmo de crecimiento de la India). Además, en los países de ingresos medios y altos hay muchas personas con estilos de vida «de clase media» que carecen de reservas adecuadas para hacer frente a emergencias y situaciones críticas y tienen dificultades para procurarse vivienda y atención médica. Aunque formalmente tal vez no se las pueda considerar «pobres», no pueden hacer realidad todo su potencial y corren riesgo de caer en la pobreza.
Para cerrar la «brecha de empoderamiento» de aquí a 2030, el mundo tendría que aumentar en 37 billones de dólares (alrededor del 4% del PIB anual) el total de consumo de esos 4700 millones de personas. (Las cifras concretas dependen de la región.) Si lo sumamos a los 41 billones de dólares necesarios para cerrar la brecha de inversión en descarbonización, estamos hablando de alrededor del 8% del PIB anual de aquí a 2030.
La magnitud del desafío es enorme, pero no debería paralizarnos. Por el contrario, nuestra investigación también contiene una buena noticia que debería movilizar a todas las partes interesadas: calculamos que la aceleración del crecimiento, la innovación de las empresas y los avances tecnológicos pueden generar la mitad de los recursos necesarios para lograr ambos objetivos.
Pero se necesita más. Tenemos que actuar para proteger el crecimiento de base contra vientos de frente y comprometernos a aumentar la productividad mediante la inversión en tecnología, creación de empresas y desarrollo de habilidades. Oportunidades no faltan: las innovaciones en inteligencia artificial, tecnología financiera, biomedicina, ciencia de los materiales, etc., pueden colaborar con la mejora de la productividad, el crecimiento inclusivo y la transición energética.
Si la aceleración del crecimiento crea empleos mejor remunerados, y los empleadores se aseguran de que los trabajadores tengan las habilidades necesarias para desempeñarlos, se podrán eliminar casi dos tercios de la brecha mundial de empoderamiento (poco más de dos mil millones de personas cruzarán la línea de empoderamiento, y otros 600 millones escaparán de la pobreza). En tanto, de aquí a 2030 puede haber alternativas viables para la inversión privada en reducción de emisiones por casi diez billones de dólares. El crecimiento económico, sumado a los avances tecnológicos, puede reducir un 40% la brecha de inversión en descarbonización.
¿Qué se puede hacer para cerrar las dos brechas? Por el lado del empoderamiento, las opciones incluyen aumentar la inversión en vivienda económica, atención de la salud y educación y dar apoyo directo a los hogares vulnerables. Por el lado de la descarbonización, un fortalecimiento del apoyo público y políticas más audaces pueden movilizar más capital privado y así reducir todavía más el costo de las tecnologías de reducción de las emisiones. En conjunto, si las sociedades comprometen un promedio del 2% del PIB global anual (veinte billones de dólares en total), las dos brechas podrían cerrarse de aquí a 2030 (aunque existe el riesgo de que esos compromisos repercutan en forma negativa sobre la economía de base).
En cualquier caso, será esencial contar con mecanismos de financiación creativos. Las instituciones multilaterales, en particular, deben diseñar nuevos instrumentos para las economías en desarrollo, una iniciativa que puede fortalecerse mediante un aumento de la capitalización de esas instituciones y nuevas plataformas de intermediación de riesgos que ayuden a movilizar el capital privado. Y también se necesitarán otras soluciones innovadoras, por ejemplo, canalizar a la inversión verde los excedentes derivados del encarecimiento de la energía. Para ello, el sistema financiero internacional debe hallar modos innovadores de hacer posibles grandes flujos transfronterizos.
El avance será difícil y el precio será elevado. Pero lo que se invierta hoy en cerrar las brechas de empoderamiento y de inversión en descarbonización redituará en la forma de un mundo más próspero y estable. Y tal vez no haya mayor recompensa que eso.
Traducción: Esteban Flamini