HONG KONG – Si damos una mirada retrospectiva al año 2016, puede parecer que no existe mucho motivo de celebración. Únicamente en términos de salud mundial, el año pasado aparentemente fue un año de implacable tragedia. Sin ni siquiera considerar las historias de hospitales bombardeados en zonas de conflicto, el año pasado el virus zika emergió como una creciente amenaza. También se proliferaron los microbios resistentes a los antibióticos, las llamadas “superbacterias”, y hubo rebrotes continuos de fiebre amarilla y un rebrote de poliomielitis en Nigeria, país que anteriormente había sido declarado como libre de polio. Se desvanecieron las esperanzas de lograr una vacuna contra el virus respiratorio sintical. Y, en Europa, se incrementó la incidencia de muertes relacionadas con el alcohol.
HONG KONG – Si damos una mirada retrospectiva al año 2016, puede parecer que no existe mucho motivo de celebración. Únicamente en términos de salud mundial, el año pasado aparentemente fue un año de implacable tragedia. Sin ni siquiera considerar las historias de hospitales bombardeados en zonas de conflicto, el año pasado el virus zika emergió como una creciente amenaza. También se proliferaron los microbios resistentes a los antibióticos, las llamadas “superbacterias”, y hubo rebrotes continuos de fiebre amarilla y un rebrote de poliomielitis en Nigeria, país que anteriormente había sido declarado como libre de polio. Se desvanecieron las esperanzas de lograr una vacuna contra el virus respiratorio sintical. Y, en Europa, se incrementó la incidencia de muertes relacionadas con el alcohol.