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Fukushima y las crisis de derivados

CAMBRIDGE – Los analistas financieros han comparado el terremoto, el tsunami y la catástrofe nuclear de Japón con el papel de los derivados en la crisis financiera de 2008. La semajanza es lo suficientemente clara: cada actividad arroja grandes beneficios y conlleva un riesgo pequeño pero explosivo. Pero la similitud entre los dos tipos de crisis termina donde empieza la prevención para que no se vuelvan a producir. 

En el caso de la planta de energía nuclear de Fukushima, una inundación como nunca en 1.000 años y defectos de diseño normalmente inocuos se combinaron para privar a los reactores de refrigerante del agua circulante y causar serias filtraciones de radiación. En los mercados financieros, un colapso inesperado de los valores de los bienes raíces y defectos de diseño en los mercados de derivados y repos (certificados de recompra) se combinaron para dañar la capacidad de las instituciones financieras centrales para cumplir con sus obligaciones de pago.

Si bien los riesgos básicos se originaron fuera de los sistemas –un tsunami en el caso de Fukushima, un exceso de inversiòn en hipotecas inmobiliarias en el caso de las instituciones financieras-, los defectos de diseño y la mala suerte combinados hicieron que el sistema no pudiera contener el daño. En Estados Unidos, AIG, Bear Stearns y Lehman Brothers –todos con importantes inversiones en derivados y/o repos- quebraron, congelando los mercados de crédito durante unas semanas tenebrosas.

Ahora entendemos los riesgos y también los defectos de diseño de Fukushima. No así los riesgos de los derivados que pusieron en jaque a la economía global. En Fukushima, hay cuadrillas que valientemente intentan frenar la fuga de radiación. Pero en el caso de los derivados, los esfuerzos análogos están mal direccionados y no nos salvarán del incendio financiero la próxima vez. Estamos reconstruyendo los derivados y las estructuras financieras relacionadas encima de la mismas fallas todavía activas.

Los actores financieros usan los derivados para transferir riesgo: un actor asume el riesgo, digamos, de la fluctuación del euro, pero no quiere el riesgo del yen, mientras que con otro sucede todo lo contrario. Así, el primero promete entregar euros el próximo 1 de junio, mientras que el segundo promete entregar yenes. Si una de las monedas cae en relación a la otra, el perdedor paga la diferencia.

Las repos son transacciones financieras. Las firmas financieras venden activos, como bonos del Tesoro o títulos de bienes raíces, a cambio de efectivo, y prometen volver a comprar esos activos (es decir, recomprarlos o, en resumen, hacer una “repo”), normalmente al día siguiente. Pero, como el efectivo que proviene de las repos a corto plazo conforma gran parte de los balances de las firmas financieras centrales, los temblores en los mercados financieros las pueden afectar mucho, agotando el financiamiento de repos en algunos casos, como sucedió en 2008. Algunas firmas, como Bear Stearns, luego quebraron.

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Las transacciones individuales de derivados y repos no son malas en sí mismas. Cada una transfiere legítimamente el riesgo a quienes están en mejores condiciones de tolerarlo, o respalda hóldings financieros. Pero, cuando son utilizadas en exceso por firmas sistémicamente vitales, pueden hacer estallar el sistema financiero, debido a sus defectos de diseño. Aún hoy, aproximadamemte el 70% de los pasivos de las firmas financieras centrales de Estados Unidos son préstamos a muy corto plazo, como las repos a un día.

En Estados Unidos, los principales defectos de diseño están en la legislación sobre quiebras, que exime a los derivados y las repos de la mayoría de las restricciones en caso de quiebra. Por ejemplo, los inversores que tienen contratos de derivados y de repos con una institución financiera debilitada pueden apropiarse de los activos de la firma antes que sus acreedores regulares –y a expensas de ellos-, probablemente sellando así su destino cuando, con un poco más de tiempo, la firma podría haber sobrevivido. Estas corridas fueron la ruina de AIG, Bear Stearns y otras empresas durante la crisis financiera.

Peor aún, como los inversores en derivados y repos saltan a la cabeza de la línea de pago de tantas maneras, tienen menos incentivos para alentar la disciplina de mercado monitoreando de cerca la solvencia de sus contrapartes y racionando cuidadosamente su exposición a una única contraparte. Como sea, normalmente cobran.

Es verdad, alguien tiene que estar primero en la fila. Otros jugadores financieros asumen más riesgo porque las exenciones de quiebra para los que juegan con derivados y repos los ponen primero. Normalmente, uno esperaría que los demás tegan interés en una mayor disciplina de mercado. Pero el próximo jugador en la fila suele ser el gobierno de Estados Unidos, como garante de las instituciones financieras demasiado grandes para quebrar, y está mal posicionado para regular estos mercados sobre una base diaria. No es financieramente hábil; suele verse capturado por los regulados; y cuando los tiempos económicos son buenos, ningún funcionario quiere echar a perder la partida.

El Congreso de Estados Unidos tenía la oportunidad de reparar este defecto de diseño en la importante revisión financiera que se implementó el pasado verano (boreal) a través del proyecto de ley Dodd-Frank. Pero no lo hizo.

Si los inversores en derivados, repos y permutas de riesgo crediticio no tuvieran un trato preferencial, se comportarían de otra manera. Sobre todo, insistirían con más frecuencia en que sus contrapartes estuvieran bien capitalizadas. Aceptaron el riesgo implícito en las capitalizaciones ultra delgadas cuando lo que estaba en peligro era principalmente dinero del gobierno de Estados Unidos; serían más renuentes a hacerlo si fuera su dinero el que estuvieran apostando.

El público percibe los riesgos como el de Fukushima y los riesgos de los derivados de manera diferente. Muchos les temen a los riesgos nucleares, que son intensos y ralentizan el desarrollo de la industria en medio de preocupaciones por la seguridad. Pero los mercados de derivados y repos presentan riesgos que la gente no llega a entender bien, que son difíciles de comunicar en los medios y también difíciles para que los políticos puedan debatirlos y resolverlos. Durante una crisis, estos mercados atraen la atención y el desprecio del público pero, conforme la economía se estabiliza, la gente pierde interés y deja que la industria financiera controle su propio destino con asambleas legislativas.

Para los riesgos del tipo de Fukushima, los analistas ya están discutiendo cómo se pueden diseñar y construir las plantas nucleares para que se contengan los riesgos de terremotos y tsunamis a través del enfriamiento. Es posible, se dice ahora, diseñar y construir plantas nucleares que puedan mantener frías las varillas de combustible si se agota la energía.

Por el contrario, es poca la atención que se le ha dedicado todavía a prevenir el daño que podrían causar las prioridades en caso de quiebra de derivados y repos en otra crisis del sistema financiero. Se están desarrollando nuevas reglas para exigir que los usuarios finales (como las compañías petroleras que utilizan derivados para protegerse de los cambios inesperados en el precio del petróleo) y otros establezcan buenas garantías. Pero estas reglas no abordan el problema principal: los incentivos debilitados que tienen las instituciones financieras centrales para una disciplina de mercado. Es como si reaccionáramos ante Fukushima manejando mejor las emisiones de gases en los proyectos de esquisto bituminoso.

Deberíamos examinar la manera de hacer que los inversores en derivados y repos asuman el riesgo total de sus decisiones cuando operan con instituciones financieras sistémicamente vitales. Por el contrario, sobrevivimos al tsunami financiero de 2008 sólo para construir en el mismo lugar, sobre las mismas fallas financieras principales y utilizando el mismo diseño plagado de errores.

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