VITERBO, ITALIA – Al pensar en la lucha contra el cambio climático, a la mayoría de la gente se le viene a la cabeza la reducción de las emisiones de gases de invernadero de coches, camiones y otros vehículos que usan combustibles fósiles. Pero si bien estos emisores sin duda tienen importancia, otro culpable recibe mucha menos atención de la que merece: lo que comemos.
La sostenibilidad agrícola y alimentaria es parte importante del rompecabezas del cambio climático, pero por el momento las dietas sostenibles para el medio ambiente no están en el menú. En el mundo en desarrollo, cerca de 821 millones de personas sufren hambre, mientras que los países ricos derrochan cada año comida suficiente para alimentar a 750 millones de personas.
Aquí es donde viene a cuento la conexión entre alimentación y cambio climático: a medida que la gente sale de la pobreza, como muchos lo están logrando, quiere consumir más carne y lácteos. Es una tendencia con serias implicancias para la huella ecológica de la agricultura, pues los animales consumen más alimentos que los que producen. Las vacas liberan grandes volúmenes de metano, que atrapa el calor. Y la deforestación de tierras para el pastoreo libera dióxido de carbono a un ritmo alarmante. Si los sectores de la carne y los lácteos fueran un país, serían el tercer mayor emisor de gases de invernadero, por detrás solo de Estados Unidos y China.
Afortunadamente, hay una solución: comer menos carne y más frutas y verduras. Si se baja el consumo de carnes rojas a dos veces por semana, las tierras agrícolas se reducirían en tres cuartos, un área equivalente a Estados Unidos, China, la Unión Europea y Australia combinadas. También sería un cambio con mucho sentido común: en la actualidad, la ganadería usa alrededor del 80% de la superficie útil del planeta, pero produce apenas un 18% de nuestras calorías. Lo peor de todo es que resulta una amenaza a nuestro suministro de agua; según el Instituto Hídrico Internacional de Estocolmo, para 2050 se podrían acabar las fuentes de agua potable a menos que la humanidad reduzca su consumo de productos de origen animal a apenas un 5% de sus necesidades calóricas diarias.
Algo tiene que cambiar, y rápido. Al Gore, gurú del clima y ex vicepresidente de los Estados Unidos, que viene de una familia ganadera, se volvió vegano, al igual que su ex jefe, el Presidente Bill Clinton. Las estrellas del tenis Serena y Venus Williams, la cantante de pop Beyoncé, y muchos otros están reduciendo su consumo de carne. Mientras tanto, alrededor del mundo las escuelas adoptan “Lunes sin carne” para enseñar sostenibilidad sus alumnos. Hasta McDonald’s ha empezado a ofrecer hamburguesas veganas en Escandinavia, aparentemente con reseñas entusiastas.
Un estudio reciente de la Unidad de Inteligencia de The Economist y la Fundación Barilla Center for Food and Nutrition (BCFN) determinó que las políticas oficiales para fomentar la alimentación sostenible y desmotivar el desecho de comida también están cambiando. Por ejemplo, en 2016 Francia se convirtió en el primer país del mundo en prohibir que las tiendas de alimentos desechen comida. Italia ha adoptado una ley similar. Los habitantes de apartamentos en Dinamarca, donde el Primer Ministro Lars Lokke Rasmussen ha puesto en la agenda política el desperdicio de comida, desechan un 25% menos que hace cinco años.
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El proyecto SU-Eatable Life, una iniciativa de tres años de la Comisión Europea que dirijo en colaboración con la BCFN, se propone demostrar que los cambios dietarios pueden tener un efecto ecológico importante. Los datos muestran que los consumidores europeos podrían reducir el consumo de agua en dos millones de metros cúbicos y las emisiones de CO2 en cerca de 5300 toneladas por año si comen menos carne y desechan menos alimentos.
¿Qué puede hacer cada uno de nosotros para apoyar estas iniciativas? Para comenzar, podríamos consumir más verduras y cereales, lo que sería tan ventajoso para el planeta como para nosotros mismos. Un estudio francés de 2017 concluyó que los vegetarianos suelen tener mejor salud que los carnívoros, ya que comen una dieta más variada y consumen menos calorías.
Deberíamos alimentarnos siguiendo la Doble Pirámide Alimenticia y Ambiental de la BCFN, que recomienda comidas con mayor valor nutricional y menor daño al medio ambiente: las proteínas vegetales son la mejor opción. De hecho, en un mundo en que predominaran los veganos, las emisiones agrícolas de gases de invernadero serían un 70% menores de lo que son en la actualidad. Sin duda, sería un bocado muy bienvenido.
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The economy played a critical role in the 2024 presidential race, creating the conditions not only for Donald Trump to trounce Kamala Harris, but also for a counter-elite to usher in a new power structure. Will the Democrats and “establishment” experts get the message?
explains how and why Democrats failed to connect with US voters’ pocketbook realities.
Kamala Harris lost to Donald Trump because she received around ten million fewer votes than Joe Biden did in 2020. The Democratic Party leadership was, at best, indifferent to the erosion of voting access, negligent in retaining newer voters, and proactive in marginalizing what remained of its left wing.
thinks the party has only itself to blame for losing the 2024 election on low voter turnout.
VITERBO, ITALIA – Al pensar en la lucha contra el cambio climático, a la mayoría de la gente se le viene a la cabeza la reducción de las emisiones de gases de invernadero de coches, camiones y otros vehículos que usan combustibles fósiles. Pero si bien estos emisores sin duda tienen importancia, otro culpable recibe mucha menos atención de la que merece: lo que comemos.
La sostenibilidad agrícola y alimentaria es parte importante del rompecabezas del cambio climático, pero por el momento las dietas sostenibles para el medio ambiente no están en el menú. En el mundo en desarrollo, cerca de 821 millones de personas sufren hambre, mientras que los países ricos derrochan cada año comida suficiente para alimentar a 750 millones de personas.
Aquí es donde viene a cuento la conexión entre alimentación y cambio climático: a medida que la gente sale de la pobreza, como muchos lo están logrando, quiere consumir más carne y lácteos. Es una tendencia con serias implicancias para la huella ecológica de la agricultura, pues los animales consumen más alimentos que los que producen. Las vacas liberan grandes volúmenes de metano, que atrapa el calor. Y la deforestación de tierras para el pastoreo libera dióxido de carbono a un ritmo alarmante. Si los sectores de la carne y los lácteos fueran un país, serían el tercer mayor emisor de gases de invernadero, por detrás solo de Estados Unidos y China.
Afortunadamente, hay una solución: comer menos carne y más frutas y verduras. Si se baja el consumo de carnes rojas a dos veces por semana, las tierras agrícolas se reducirían en tres cuartos, un área equivalente a Estados Unidos, China, la Unión Europea y Australia combinadas. También sería un cambio con mucho sentido común: en la actualidad, la ganadería usa alrededor del 80% de la superficie útil del planeta, pero produce apenas un 18% de nuestras calorías. Lo peor de todo es que resulta una amenaza a nuestro suministro de agua; según el Instituto Hídrico Internacional de Estocolmo, para 2050 se podrían acabar las fuentes de agua potable a menos que la humanidad reduzca su consumo de productos de origen animal a apenas un 5% de sus necesidades calóricas diarias.
Algo tiene que cambiar, y rápido. Al Gore, gurú del clima y ex vicepresidente de los Estados Unidos, que viene de una familia ganadera, se volvió vegano, al igual que su ex jefe, el Presidente Bill Clinton. Las estrellas del tenis Serena y Venus Williams, la cantante de pop Beyoncé, y muchos otros están reduciendo su consumo de carne. Mientras tanto, alrededor del mundo las escuelas adoptan “Lunes sin carne” para enseñar sostenibilidad sus alumnos. Hasta McDonald’s ha empezado a ofrecer hamburguesas veganas en Escandinavia, aparentemente con reseñas entusiastas.
Un estudio reciente de la Unidad de Inteligencia de The Economist y la Fundación Barilla Center for Food and Nutrition (BCFN) determinó que las políticas oficiales para fomentar la alimentación sostenible y desmotivar el desecho de comida también están cambiando. Por ejemplo, en 2016 Francia se convirtió en el primer país del mundo en prohibir que las tiendas de alimentos desechen comida. Italia ha adoptado una ley similar. Los habitantes de apartamentos en Dinamarca, donde el Primer Ministro Lars Lokke Rasmussen ha puesto en la agenda política el desperdicio de comida, desechan un 25% menos que hace cinco años.
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¿Qué puede hacer cada uno de nosotros para apoyar estas iniciativas? Para comenzar, podríamos consumir más verduras y cereales, lo que sería tan ventajoso para el planeta como para nosotros mismos. Un estudio francés de 2017 concluyó que los vegetarianos suelen tener mejor salud que los carnívoros, ya que comen una dieta más variada y consumen menos calorías.
Deberíamos alimentarnos siguiendo la Doble Pirámide Alimenticia y Ambiental de la BCFN, que recomienda comidas con mayor valor nutricional y menor daño al medio ambiente: las proteínas vegetales son la mejor opción. De hecho, en un mundo en que predominaran los veganos, las emisiones agrícolas de gases de invernadero serían un 70% menores de lo que son en la actualidad. Sin duda, sería un bocado muy bienvenido.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen