LONDRES – Hace mucho tiempo que los científicos vienen advirtiendo que el cambio climático afectará adversamente los patrones climáticos y las condiciones de vida en todo el mundo. Estas advertencias hoy se están convirtiendo en una dolorosa realidad. Peor aún, la variedad de desenlaces posibles ha demostrado tener “una cola cada vez más gruesa”: los episodios climáticos extremos como las olas de calor, las tormentas severas y las inundaciones son más factibles de lo que predecían las distribuciones estadísticas normales.
Nada de esto es un buen augurio para la estabilidad política o la prosperidad económica futuras. Nuestra mejor esperanza es que el aguijón filoso de estas colas nos urja a tomar la acción correctiva necesaria antes de que las cosas empeoren. Pero, ¿será así?
La población es cada vez más consciente de que el calentamiento global está generando un clima más volátil. Se han registrado olas de calor sin antecedentes en todo el mundo este año, no sólo en la India –donde las temperaturas alcanzaron 49,2° Celsius (120,5°F)-, sino también en lugares como el Reino Unido (40,2°C). Francia y China están experimentando sus peores sequías de las que haya registro y cuatro años consecutivos de temporadas de lluvia fallidas en el este de África han puesto a más de 50 millones de personas en riesgo de una “inseguridad alimentaria aguda”. Mientras tanto, tormentas e inundaciones devastadoras han azotado a Madagascar, Australia, Estados Unidos, Alemania, Bangladesh y Sudáfrica.
Estos episodios están causando cientos de miles de muertes y enormes daños económicos y financieros cada año, lo que hace que la volatilidad climática sea un factor cada vez más importante en la evaluación del riesgo. Mientras que los incrementos de temperatura de 0,5°C aquí o allá son apenas perceptibles, las sequías, las inundaciones y otras fluctuaciones climáticas de corto plazo pueden causar estragos mortales.
Asimismo, los episodios climáticos extremos pueden provocar cambios que duran mucho más allá del shock y del daño inmediatos, especialmente cuando aceleran acontecimientos que de otra manera podrían haber llevado muchos años. Los científicos están cada vez más preocupados por los “puntos de inflexión” –como el derretimiento de las capas de hielo polar- que nos harían traspasar umbrales de cambio irreversible. Eso podría causar ciclos de retroalimentación perjudiciales entre los riesgos climáticos interconectados que se derramarían en su totalidad en la economía, generando defaults, pérdidas de empleos que perjudican desproporcionadamente a las comunidades desventajadas y agitación política.
Más allá del daño al medio ambiente físico, el clima extremo por ende puede generar cambios abruptos y a veces permanentes en las actitudes sociales y las políticas públicas. Cuando la gente empieza a perder sus casas, sus sustentos o hasta sus vidas, los políticos deben responder.
Curiosamente, si bien somos profundamente conscientes del clima extremo, los pronosticadores en general siguen subestimando su rol en la aceleración de cambios estructurales. Los científicos climáticos y los economistas convencionales tienden a centrarse en los efectos de más largo plazo del cambio climático generados por el calentamiento global, con un énfasis en escenarios que implican alzas globales de las temperaturas promedio en el rango de apenas 1,5°C-2°C –las metas encumbradas en el acuerdo climático de París-. Y aún en escenarios de temperaturas más altas, se supone que los efectos –en los niveles de los océanos y en la producción agrícola, por ejemplo- sólo se acumularán gradualmente, lo que implica que para el ajuste final de cuentas faltan varias décadas.
Sin embargo, un documento reciente –“Final de juego climático: explorando escenarios de cambio climático catastróficos”- demuestra que este análisis de escenarios convencionales subestima seriamente los riesgos de largo plazo, porque no les otorga a los desenlaces climáticos más extremos (las colas gruesas) la atención que merecen. Como señaló el estadístico Nassim Taleb en el contexto de los mercados financieros, los modelos convencionales no consideran las consecuencias de los episodios de cola gruesa, creando un punto ciego peligroso en su pronóstico.
Los escenarios de temperaturas más altas desencadenarían lo que los autores llaman los “cuatro jinetes” del final de juego climático: hambre y desnutrición, clima extremo, conflicto y enfermedades transmitidas por vectores. No hace falta tener mucha imaginación para ver el caos social y político que podría crear este tropel de presagios apocalípticos, especialmente cuando galopan todos juntos –como está sucediendo hoy con la crisis alimentaria global, una nueva guerra en Europa y la pandemia en curso-. Peor aún, la mención del segundo jinete sugiere que todavía se subestiman los riesgos más inmediatos del cambio climático. Después de todo, el clima extremo también mueve a los otros tres jinetes, lo que lo torna sin duda el más importante.
Los shocks climáticos causan un sufrimiento que atrae la atención de la sociedad más que las advertencias abstractas (aunque no menos justificadas) de la fatalidad de largo plazo. Las encuestas demuestran que el apoyo de la acción climática es mayor entre quienes han experimentado personalmente el clima extremo. Si bien el aumento actual de la inflación significa que la gente se muestra menos entusiasta frente a medidas que podrían afectar sus propias finanzas, la reciente incidencia de los desastres está achicando la minoría que todavía descree del cambio climático o de las políticas climáticas.
De esta manera, es mucho más probable que las colas gruesas del clima –más que las colas gruesas del cambio climático de largo plazo- impulsen la acción en los horizontes de más corto plazo que preocupan a los políticos y a las empresas. Esperemos que en la medida que los aguijones de estas colas se vuelvan más comunes y dolorosos, nos impulsen a sustentar las políticas necesarias para mantener a los caballos climáticos en sus establos.
LONDRES – Hace mucho tiempo que los científicos vienen advirtiendo que el cambio climático afectará adversamente los patrones climáticos y las condiciones de vida en todo el mundo. Estas advertencias hoy se están convirtiendo en una dolorosa realidad. Peor aún, la variedad de desenlaces posibles ha demostrado tener “una cola cada vez más gruesa”: los episodios climáticos extremos como las olas de calor, las tormentas severas y las inundaciones son más factibles de lo que predecían las distribuciones estadísticas normales.
Nada de esto es un buen augurio para la estabilidad política o la prosperidad económica futuras. Nuestra mejor esperanza es que el aguijón filoso de estas colas nos urja a tomar la acción correctiva necesaria antes de que las cosas empeoren. Pero, ¿será así?
La población es cada vez más consciente de que el calentamiento global está generando un clima más volátil. Se han registrado olas de calor sin antecedentes en todo el mundo este año, no sólo en la India –donde las temperaturas alcanzaron 49,2° Celsius (120,5°F)-, sino también en lugares como el Reino Unido (40,2°C). Francia y China están experimentando sus peores sequías de las que haya registro y cuatro años consecutivos de temporadas de lluvia fallidas en el este de África han puesto a más de 50 millones de personas en riesgo de una “inseguridad alimentaria aguda”. Mientras tanto, tormentas e inundaciones devastadoras han azotado a Madagascar, Australia, Estados Unidos, Alemania, Bangladesh y Sudáfrica.
Estos episodios están causando cientos de miles de muertes y enormes daños económicos y financieros cada año, lo que hace que la volatilidad climática sea un factor cada vez más importante en la evaluación del riesgo. Mientras que los incrementos de temperatura de 0,5°C aquí o allá son apenas perceptibles, las sequías, las inundaciones y otras fluctuaciones climáticas de corto plazo pueden causar estragos mortales.
Asimismo, los episodios climáticos extremos pueden provocar cambios que duran mucho más allá del shock y del daño inmediatos, especialmente cuando aceleran acontecimientos que de otra manera podrían haber llevado muchos años. Los científicos están cada vez más preocupados por los “puntos de inflexión” –como el derretimiento de las capas de hielo polar- que nos harían traspasar umbrales de cambio irreversible. Eso podría causar ciclos de retroalimentación perjudiciales entre los riesgos climáticos interconectados que se derramarían en su totalidad en la economía, generando defaults, pérdidas de empleos que perjudican desproporcionadamente a las comunidades desventajadas y agitación política.
Más allá del daño al medio ambiente físico, el clima extremo por ende puede generar cambios abruptos y a veces permanentes en las actitudes sociales y las políticas públicas. Cuando la gente empieza a perder sus casas, sus sustentos o hasta sus vidas, los políticos deben responder.
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Curiosamente, si bien somos profundamente conscientes del clima extremo, los pronosticadores en general siguen subestimando su rol en la aceleración de cambios estructurales. Los científicos climáticos y los economistas convencionales tienden a centrarse en los efectos de más largo plazo del cambio climático generados por el calentamiento global, con un énfasis en escenarios que implican alzas globales de las temperaturas promedio en el rango de apenas 1,5°C-2°C –las metas encumbradas en el acuerdo climático de París-. Y aún en escenarios de temperaturas más altas, se supone que los efectos –en los niveles de los océanos y en la producción agrícola, por ejemplo- sólo se acumularán gradualmente, lo que implica que para el ajuste final de cuentas faltan varias décadas.
Sin embargo, un documento reciente –“Final de juego climático: explorando escenarios de cambio climático catastróficos”- demuestra que este análisis de escenarios convencionales subestima seriamente los riesgos de largo plazo, porque no les otorga a los desenlaces climáticos más extremos (las colas gruesas) la atención que merecen. Como señaló el estadístico Nassim Taleb en el contexto de los mercados financieros, los modelos convencionales no consideran las consecuencias de los episodios de cola gruesa, creando un punto ciego peligroso en su pronóstico.
Los escenarios de temperaturas más altas desencadenarían lo que los autores llaman los “cuatro jinetes” del final de juego climático: hambre y desnutrición, clima extremo, conflicto y enfermedades transmitidas por vectores. No hace falta tener mucha imaginación para ver el caos social y político que podría crear este tropel de presagios apocalípticos, especialmente cuando galopan todos juntos –como está sucediendo hoy con la crisis alimentaria global, una nueva guerra en Europa y la pandemia en curso-. Peor aún, la mención del segundo jinete sugiere que todavía se subestiman los riesgos más inmediatos del cambio climático. Después de todo, el clima extremo también mueve a los otros tres jinetes, lo que lo torna sin duda el más importante.
Los shocks climáticos causan un sufrimiento que atrae la atención de la sociedad más que las advertencias abstractas (aunque no menos justificadas) de la fatalidad de largo plazo. Las encuestas demuestran que el apoyo de la acción climática es mayor entre quienes han experimentado personalmente el clima extremo. Si bien el aumento actual de la inflación significa que la gente se muestra menos entusiasta frente a medidas que podrían afectar sus propias finanzas, la reciente incidencia de los desastres está achicando la minoría que todavía descree del cambio climático o de las políticas climáticas.
De esta manera, es mucho más probable que las colas gruesas del clima –más que las colas gruesas del cambio climático de largo plazo- impulsen la acción en los horizontes de más corto plazo que preocupan a los políticos y a las empresas. Esperemos que en la medida que los aguijones de estas colas se vuelvan más comunes y dolorosos, nos impulsen a sustentar las políticas necesarias para mantener a los caballos climáticos en sus establos.