hurricane florence north carolina Chip Somodevilla/Getty Images

Los huracanes y las urnas

SINGAPUR – El huracán Florence, que la semana pasada se abatió sobre el sudeste de los Estados Unidos, es el último en una serie de fenómenos meteorológicos extremos que han aumentado el interés en la preparación para desastres. Ante la creciente frecuencia de grandes tormentas, las autoridades en todo el mundo están respondiendo con mejoras de los sistemas de alerta temprana y de los planes de evacuación y estrategias más activas para proveer refugio a la población.

Pero se acerca el día en que los incendios, las sequías y las tormentas, agravados por el calentamiento global, superarán con creces nuestra capacidad de respuesta. Cada nueva catástrofe hace más evidente la necesidad de reducir las emisiones de dióxido de carbono y frenar el ritmo de calentamiento antropogénico. Y la solución es clara: hay que elegir gobernantes que se tomen el cambio climático en serio. En Estados Unidos, la próxima oportunidad para hacerlo será en la elección legislativa intermedia de noviembre.

Han pasado tres décadas desde que James Hansen, entonces científico en la NASA, advirtió “con un alto grado de confianza” que la actividad humana estaba calentando el planeta. Pero en aquel momento muy pocos escucharon sus advertencias, y hoy todos pagamos el precio. En los primeros nueve meses de 2018, el mundo experimentó suficientes fenómenos meteorológicos “históricos” para toda una vida: desde incendios forestales provocados por sequías en la costa oeste de los Estados Unidos, Grecia y Suecia hasta inundaciones en Hawaii, el sur de la India y otros lugares del sur de Asia. Mientras Florence azotaba las Carolinas, el tifón Mangkhut anegaba las Filipinas y el sur de China.

Las advertencias de Hansen llegaron cuando la ciencia climática todavía estaba en su infancia, pero hoy los científicos han establecido la relación entre las emisiones de CO2, el cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos. Por ejemplo, hay investigaciones que vinculan el calentamiento global con las olas de calor extremo, como las que hace poco padecieron California, China, Japón y Corea del Sur. También hay datos que muestran la relación entre la gravedad de los huracanes en el sur de Estados Unidos y el calentamiento de las aguas del Golfo de México. El huracán Harvey, que azotó Texas y otras áreas en 2017, llegó a descargar más de un metro de lluvia en algunos lugares.

Por supuesto, la planificación para desastres sigue salvando vidas. En Houston, las autoridades estaban preparadas para recibir a Harvey, en parte por las enseñanzas aprendidas del huracán Katrina, que devastó Nueva Orleans en 2005 (Katrina provocó 1833 muertes, mientras que durante Harvey murieron al menos 88 personas).

En la India hubo una muestra todavía más notable del valor del aprendizaje. En octubre de 2013, a los residentes del estado de Odisha se les advirtió con tiempo de la llegada del ciclón Phailin. Cuando la tormenta tocó tierra, muchos ya se habían evacuado. Phailin se cobró 45 vidas, pero en 1999 una tormenta de similar magnitud en la misma región mató a 10 000 personas.

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Sin embargo, a las iniciativas de respuesta a emergencias les será difícil seguirle el ritmo al caos provocado por el cambio climático. Esto se debe a que incluso mientras se acumula la evidencia científica, existe una peligrosa desconexión entre el conocimiento y la acción. Por ejemplo, muchos asesores económicos todavía piensan que las soluciones para el cambio climático son perjudiciales para el crecimiento (en vez de favorecerlo), pese al hecho de que la adopción de tecnologías de baja emisión de carbono crea nuevas oportunidades de inversión y empleos. También hay renuencia de las autoridades a promover cambios significativos, por ejemplo impuestos a las emisiones o la eliminación de subsidios a los combustibles fósiles. La dirigencia de la mayoría de los países considera que el statu quo es políticamente más seguro. Y ni siquiera los informes del clima en televisión suelen mencionar el cambio climático como una causa subyacente de los fenómenos meteorológicos extremos.

Pero las falencias más evidentes se dan en el nivel de la formulación de políticas, sobre todo en Estados Unidos. Justo cuando la respuesta internacional al cambio climático se encuentra en una encrucijada, el gobierno de Trump está poniendo la economía estadounidense en una senda hacia una mayor emisión de CO2, al derogar límites a las emisiones de centrales termoeléctricas a carbón, alentar más producción de combustibles fósiles y revertir el apoyo a la energía eólica y solar.

Nada de esto tiene sentido económicamente. Para colmo, la Casa Blanca propuso recortes al Servicio Meteorológico Nacional, y su flexibilización de normas ambientales y de zonificación pondrá más obstáculos al manejo de desastres.

Por ser el mayor emisor de CO2 per cápita del mundo, Estados Unidos tiene una responsabilidad especial de ayudar a resolver el problema del cambio climático. También los votantes estadounidenses. Al momento de votar en noviembre, deben analizar las políticas de los candidatos en relación con el cambio climático. Aunque los votantes tengan la atención puesta ante todo en cuestiones locales, fenómenos meteorológicos extremos como Harvey y Florence han convertido el calentamiento global en un problema local con incidencia electoral directa.

Traducción: Esteban Flamini

https://prosyn.org/tmNVRNnes