MADRID – Durante la última década, las inevitables reflexiones y predicciones de fin de año se han vuelto más y más sombrías. Y es comprensible ser pesimista; razones no faltan: desde el significativo aumento de la desigualdad, y más aún de la percepción de desigualdad en las sociedades de nuestro entorno, o la erosión sostenida de los valores y principios de gobierno democrático, hasta la velocidad de la transformación tecnológica de nuestras economías y nuestras comunidades. Todo ello genera sensación de impotencia e inseguridad. Pero no debemos permitir que predicciones pesimistas se conviertan en profecías autocumplidas.
MADRID – Durante la última década, las inevitables reflexiones y predicciones de fin de año se han vuelto más y más sombrías. Y es comprensible ser pesimista; razones no faltan: desde el significativo aumento de la desigualdad, y más aún de la percepción de desigualdad en las sociedades de nuestro entorno, o la erosión sostenida de los valores y principios de gobierno democrático, hasta la velocidad de la transformación tecnológica de nuestras economías y nuestras comunidades. Todo ello genera sensación de impotencia e inseguridad. Pero no debemos permitir que predicciones pesimistas se conviertan en profecías autocumplidas.