MADRID – En la reunión del Consejo Europeo de la semana pasada en Bruselas, las cuestiones energéticas dominaron la agenda por tercera vez en este año. Esta relevancia tiene sentido para los líderes europeos ya que en la energía confluyen tres amenazas existenciales para la Unión Europea: el revisionismo ruso, la declinante competitividad de las empresas europeas, y el cambio climático. Como respuesta a estos desafíos a los valores europeos, a la viabilidad de su modelo social y a la seguridad del planeta a largo plazo, los jefes de Estado y de gobierno establecieron las bases para la construcción de un nuevo sistema energético que garantice un suministro fiable, a precio razonable y sostenible desde el punto de vista ecológico.
A partir de esta reunión cabe desarrollar un marco que facilite esta iniciativa, y esto es una buena noticia. De hecho, las conclusiones del Consejo Europeo, que abarcan elementos clave para adoptar un enfoque práctico y eficaz en materia energética, van más allá de los largamente discutidos objetivos de producción para 2030 -que cubren las emisiones de gases de efecto invernadero, la eficiencia energética y las energías renovables-. Sin embargo, para pasar del diseño abstracto a la implementación concreta, los europeos han de alcanzar una unidad de propósito frente a la política energética de la UE, que hoy brilla por su ausencia.
El elemento más visible del emergente marco de política energética de la UE es el mercado interior de la energía que, una vez completado, permitirá la circulación sin trabas tanto de la energía como de las inversiones conexas en toda la UE. Esta integración conducirá a un ahorro significativo - estimado en € 40 mil millones ($ 51 millones) al año para 2030 - proporcionando así el impulso a la competitividad que la UE tanto necesita.
Por otra parte, el mercado interior de la energía mejorará la seguridad energética de Europa. Aunque la UE en su conjunto presenta un mix energético razonable, con un suministro equilibrado entre gas, carbón, petróleo, energías renovables y energía nuclear, varios Estados miembros dependen en exceso de una sola fuente y, lo que es más peligroso, de un solo proveedor: Rusia. Los flujos de energía sin restricciones dentro de la UE mitigarían el impacto y los riesgos de la interrupción de suministro.
Además, el establecimiento de un mercado interior de la energía no es únicamente una cuestión política. La UE precisa de la infraestructura adecuada para facilitar el movimiento de la energía entre estados y regiones.
En este frente queda mucho por hacer. España, por ejemplo, sólo puede exportar al resto de Europa el 1,5% de su capacidad de generación eléctrica en la actualidad debido, por un lado, a la falta de infraestructuras de interconexión en los Pirineos y, por otro, a la renuencia de Francia a abrir su mercado energético a la competencia de la Península Ibérica.
El Consejo Europeo reconoce la trascendencia de este asunto, por lo que ha hecho un llamamiento para lograr una interconexión eléctrica del 10% de la capacidad de generación para 2020 y del 15% para el año 2030; esto es, que los países exporten 15 megavatios de electricidad por cada 100 megavatios que produzcan. Para lograr estos objetivos será necesaria una importante inversión de capital así como un cambio de mentalidad de los estados miembro de la UE a fin de que temores como los de Francia no se erijan en obstáculo al progreso. Los países tienen que saber que sus empresas no sufrirán durante etapas de escasez como consecuencia de la exportación de electricidad a otros países de la UE, ni por un aumento de precios como consecuencia del creciente énfasis en energías renovables.
La emergente "Unión de la Energía" europea que el Consejo ha aprobado podría ser el vehículo ideal para facilitar este cambio. El problema es que los líderes de la UE aún tienen que definir una estrategia convincente y eficaz para la construcción de la misma.
De hecho, aunque Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, haya creado una vicepresidencia de Unión de la Energía con ese título -ocupada por Maroš Šefčovič - nadie parece saber lo que dicha posición implicará. Hasta el momento Šefčovič sólo ha presentado cinco imprecisos pilares para la unión de la energía, lo que lleva a muchos a considerar que la política actual para lograr tal objetivo carece de contenido.
La UE necesita una estrategia energética bien definida que le ayude a superar el déficit de confianza que obstaculiza la adopción de soluciones eficaces. Esto significa, en primer lugar, establecer normas comunitarias claras y previsibles, así como unas políticas orientadas a la contención de costes.
Ello ayudaría a que la UE logre otro objetivo fundamental: presentar una voz unida frente al resto del mundo. Las recientes conclusiones del Consejo reconocen este imperativo y la nueva estructura de la Comisión favorece la coherencia de las políticas. Corresponde ahora a los Estados miembros alinearse.
Una prueba importante será la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21) que tendrá lugar el próximo año en París. La conferencia de 2009 en Copenhague fue un desastre sin paliativos, dado que el enfoque de Europa de "predicar con el ejemplo" no logró conquistar partidarios. La UE no puede permitirse el lujo, una vez más, de aislarse o malinterpretar las fuerzas geopolíticas en juego.
Por suerte, el Consejo parece haber interiorizado esta lección, dejando abierta la posibilidad de reconsiderar sus compromisos tras el COP21. Pero hay mucho que hacer antes de esta fecha, no sólo para fijar un enfoque unificado, sino también para traducir ese enfoque en tácticas eficaces y en un mensaje claro en el COP21. El éxito en París daría un espaldarazo a esta ambiciosa agenda energética.
Si la UE quiere hacer frente a retos clave como la seguridad energética, los precios competitivos, y la sostenibilidad, necesitará un planteamiento político unificado, comprensivo y convincente. Las bases de este enfoque -el mercado interior de la energía y la estructura de la Unión de la Energía, así como la consecución de una voz externa cohesionada – están tomando forma. Ahora Europa tiene que ponerse manos a la obra y conseguir que funcione.
MADRID – En la reunión del Consejo Europeo de la semana pasada en Bruselas, las cuestiones energéticas dominaron la agenda por tercera vez en este año. Esta relevancia tiene sentido para los líderes europeos ya que en la energía confluyen tres amenazas existenciales para la Unión Europea: el revisionismo ruso, la declinante competitividad de las empresas europeas, y el cambio climático. Como respuesta a estos desafíos a los valores europeos, a la viabilidad de su modelo social y a la seguridad del planeta a largo plazo, los jefes de Estado y de gobierno establecieron las bases para la construcción de un nuevo sistema energético que garantice un suministro fiable, a precio razonable y sostenible desde el punto de vista ecológico.
A partir de esta reunión cabe desarrollar un marco que facilite esta iniciativa, y esto es una buena noticia. De hecho, las conclusiones del Consejo Europeo, que abarcan elementos clave para adoptar un enfoque práctico y eficaz en materia energética, van más allá de los largamente discutidos objetivos de producción para 2030 -que cubren las emisiones de gases de efecto invernadero, la eficiencia energética y las energías renovables-. Sin embargo, para pasar del diseño abstracto a la implementación concreta, los europeos han de alcanzar una unidad de propósito frente a la política energética de la UE, que hoy brilla por su ausencia.
El elemento más visible del emergente marco de política energética de la UE es el mercado interior de la energía que, una vez completado, permitirá la circulación sin trabas tanto de la energía como de las inversiones conexas en toda la UE. Esta integración conducirá a un ahorro significativo - estimado en € 40 mil millones ($ 51 millones) al año para 2030 - proporcionando así el impulso a la competitividad que la UE tanto necesita.
Por otra parte, el mercado interior de la energía mejorará la seguridad energética de Europa. Aunque la UE en su conjunto presenta un mix energético razonable, con un suministro equilibrado entre gas, carbón, petróleo, energías renovables y energía nuclear, varios Estados miembros dependen en exceso de una sola fuente y, lo que es más peligroso, de un solo proveedor: Rusia. Los flujos de energía sin restricciones dentro de la UE mitigarían el impacto y los riesgos de la interrupción de suministro.
Además, el establecimiento de un mercado interior de la energía no es únicamente una cuestión política. La UE precisa de la infraestructura adecuada para facilitar el movimiento de la energía entre estados y regiones.
En este frente queda mucho por hacer. España, por ejemplo, sólo puede exportar al resto de Europa el 1,5% de su capacidad de generación eléctrica en la actualidad debido, por un lado, a la falta de infraestructuras de interconexión en los Pirineos y, por otro, a la renuencia de Francia a abrir su mercado energético a la competencia de la Península Ibérica.
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El Consejo Europeo reconoce la trascendencia de este asunto, por lo que ha hecho un llamamiento para lograr una interconexión eléctrica del 10% de la capacidad de generación para 2020 y del 15% para el año 2030; esto es, que los países exporten 15 megavatios de electricidad por cada 100 megavatios que produzcan. Para lograr estos objetivos será necesaria una importante inversión de capital así como un cambio de mentalidad de los estados miembro de la UE a fin de que temores como los de Francia no se erijan en obstáculo al progreso. Los países tienen que saber que sus empresas no sufrirán durante etapas de escasez como consecuencia de la exportación de electricidad a otros países de la UE, ni por un aumento de precios como consecuencia del creciente énfasis en energías renovables.
La emergente "Unión de la Energía" europea que el Consejo ha aprobado podría ser el vehículo ideal para facilitar este cambio. El problema es que los líderes de la UE aún tienen que definir una estrategia convincente y eficaz para la construcción de la misma.
De hecho, aunque Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, haya creado una vicepresidencia de Unión de la Energía con ese título -ocupada por Maroš Šefčovič - nadie parece saber lo que dicha posición implicará. Hasta el momento Šefčovič sólo ha presentado cinco imprecisos pilares para la unión de la energía, lo que lleva a muchos a considerar que la política actual para lograr tal objetivo carece de contenido.
La UE necesita una estrategia energética bien definida que le ayude a superar el déficit de confianza que obstaculiza la adopción de soluciones eficaces. Esto significa, en primer lugar, establecer normas comunitarias claras y previsibles, así como unas políticas orientadas a la contención de costes.
Ello ayudaría a que la UE logre otro objetivo fundamental: presentar una voz unida frente al resto del mundo. Las recientes conclusiones del Consejo reconocen este imperativo y la nueva estructura de la Comisión favorece la coherencia de las políticas. Corresponde ahora a los Estados miembros alinearse.
Una prueba importante será la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21) que tendrá lugar el próximo año en París. La conferencia de 2009 en Copenhague fue un desastre sin paliativos, dado que el enfoque de Europa de "predicar con el ejemplo" no logró conquistar partidarios. La UE no puede permitirse el lujo, una vez más, de aislarse o malinterpretar las fuerzas geopolíticas en juego.
Por suerte, el Consejo parece haber interiorizado esta lección, dejando abierta la posibilidad de reconsiderar sus compromisos tras el COP21. Pero hay mucho que hacer antes de esta fecha, no sólo para fijar un enfoque unificado, sino también para traducir ese enfoque en tácticas eficaces y en un mensaje claro en el COP21. El éxito en París daría un espaldarazo a esta ambiciosa agenda energética.
Si la UE quiere hacer frente a retos clave como la seguridad energética, los precios competitivos, y la sostenibilidad, necesitará un planteamiento político unificado, comprensivo y convincente. Las bases de este enfoque -el mercado interior de la energía y la estructura de la Unión de la Energía, así como la consecución de una voz externa cohesionada – están tomando forma. Ahora Europa tiene que ponerse manos a la obra y conseguir que funcione.