PRINCETON – Hace cuarenta años, me encontraba, junto con unos cuantos estudiantes más, en una calle bulliciosa de Oxford repartiendo octavillas a fin de protestar por la utilización de jaulas para gallinas en granjas de avicultura intensiva. La mayoría de quienes cogían las octavillas no sabían que los huevos que compraban procedían de gallinas mantenidas en jaulas tan pequeñas, que ni siquiera una sola ave –las jaulas suelen albergar cuatro– podría estirar del todo las alas y aletear. Las gallinas nunca podrían caminar por ellas ni poner los huevos en un nido.
PRINCETON – Hace cuarenta años, me encontraba, junto con unos cuantos estudiantes más, en una calle bulliciosa de Oxford repartiendo octavillas a fin de protestar por la utilización de jaulas para gallinas en granjas de avicultura intensiva. La mayoría de quienes cogían las octavillas no sabían que los huevos que compraban procedían de gallinas mantenidas en jaulas tan pequeñas, que ni siquiera una sola ave –las jaulas suelen albergar cuatro– podría estirar del todo las alas y aletear. Las gallinas nunca podrían caminar por ellas ni poner los huevos en un nido.