garicano2_tom werner_getty Images_student Tom Werner/Getty Images

Mayor financiación para las universidades europeas rezagadas a nivel mundial

BRUSELAS – Una de las muchas consecuencias negativas de Brexit es que la que se constituyó en una superpotencia educativa en el escenario mundial se ha convertido en contendiente de segunda categoría. Con la salida del Reino Unido, la Unión Europea perdió de sus filas a universidades de primer nivel, como por ejemplo a Cambridge, Oxford, UCL, Imperial College London, y a la universidad en la cual enseñé, la London School of Economics.

Peor aún, Brexit ha revelado una verdad que es muy incómoda para las autoridades europeas: las que permanecen como universidades ubicadas dentro de la UE no se encuentran para nada en los primeros puestos de las clasificaciones mundiales. En el Ranking 2020 de QS World University, la universidad de la UE mejor clasificada se sitúa en el puesto número 50 (Universidad de Tecnología Delft). En el Ranking Académico de las Universidades del Mundo, la representante de la UE mejor ubicada es la Universidad de París-Sur, que ocupa el lugar 37. En la Clasificación académica de universidades del THE, la mejor situada es la Universidad de Múnich, que se encuentra en el puesto 32. En cambio, Suiza, China, Japón y el resto de las economías desarrolladas del Asia oriental cuentan con universidades que se sitúan próximas a la cima en algunas, o en todas, las clasificaciones principales.

La respuesta más común que he encontrado entre los funcionarios de la UE es la negación de la realidad. Cuando se les cuestiona, los altos funcionarios de la Comisión Europea simplemente dicen: “No creo en las clasificaciones” y ensalzan las maravillas de las universidades de los Estados miembros de la UE.

Sin duda, existe una sólida “clase media alta” de universidades europeas: los Países Bajos y Suecia tienen varias. Lo que nos falta son instituciones excelentes: universidades que puedan atraer a los mejores investigadores del mundo en cualquier campo y puedan ofrecerles un salario considerable y fondos abundantes para la investigación. Lo cierto es que, como ocurre en otros ámbitos de acción, el talento investigador está muy concentrado: a los buenos investigadores les gusta trabajar con otros buenos investigadores, y el talento aislado es caro.

Además, los sistemas universitarios continentales, sobre todo en Alemania, Francia, Italia y España, se ven obstaculizados por sistemas de gobernanza anticuados, burocráticos y, a menudo, endogámicos. Es difícil obtener financiación externa, es difícil gastarla y es un desafío contratar a los mejores investigadores. Como resultado, en todos estos países, las mejores universidades son un pálido reflejo de sus gloriosos pasados.

Las consecuencias de estos problemas son evidentes: sin recursos suficientes y sin una buena gobernanza, nuestras universidades no pueden liderar áreas clave, como por ejemplo en los ámbitos de la inteligencia artificial y las biotecnologías. Y, sin universidades líderes en investigación, la UE no puede competir en la carrera tecnológica mundial. No es de extrañar que ocho de las 15 principales empresas de tecnología del mundo clasificadas según sus ingresos sean estadounidenses. Tres sean japonesas, y China, Corea del Sur y Taiwán representen a las cuatro restantes. Los funcionarios de la UE deberían apreciar la importancia de la ausencia de Europa en esa clasificación.

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Para abordar lo antedicho, la UE debe actuar para obtener financiación y mejorar su gobernanza. Hoy en día, la mejor fuente de financiación es el Consejo Europeo de Investigación. Este Consejo financia a investigadores individuales destacados, seleccionándolos por meritocracia y con transparencia, sin tener en cuenta el equilibrio geográfico. Asombrosamente, el acuerdo del Consejo Europeo de julio pasado, que pone en marcha el Fondo de Recuperación, reduce de manera sustancial los recursos inicialmente comprometidos al Consejo Europeo de Investigación, la única herramienta eficaz que tiene Europa para elevar el nivel de su sector de investigación. Esta es una respuesta inaceptable a lo que se constituye en una situación de gravedad crítica para el sector universitario europeo.

Europa tiene otra fuente de fondos disponibles: el Instituto Europeo de Innovación y Tecnología (IEIT), dotado con un presupuesto de 2.400 millones de euros (2.800 millones de dólares) en el presupuesto más reciente de la UE. ¿Nunca oyó usted hablar del mismo? Tampoco yo lo había hecho hasta hace unos meses. A la manera europea tradicional, los miembros de la UE no pudieron ponerse de acuerdo sobre dónde ubicarlo físicamente; y, si bien decidieron ubicarlo en Budapest, en los hechos se ha convertido en una universidad virtual.

Este Instituto también ha sido un fracaso rotundo. Sin embargo, este fracaso no ha impulsado a la UE a repensar al IEIT. El Parlamento Europeo está revisando aspectos limitados del mismo, pero el informe encubrirá la realidad. Si se utiliza correctamente, el dinero que se está desperdiciando en el IET podría sentar las bases para una adecuada institución de investigación que esté a la vanguardia.

No obstante, la financiación no es suficiente. Todas las universidades de Europa continental comparten los mismos sistemas de gobernanza anticuados, que les impiden tomar decisiones cruciales, como por ejemplo decisiones sobre asignaciones presupuestarias y opciones de contratación, en una manera independiente y orientada a los resultados. Como Philippe Aghion y otros investigadores han mostrado, la falta de autonomía y la ausencia de un carácter competitivo dentro de las universidades europeas obstaculizan su actuación. La UE debe lanzar un proyecto de “buena gobernanza” para difundir las mejores prácticas, como, por ejemplo, mecanismos eficaces de rendición de cuentas, subvenciones basadas en el mérito y un mayor carácter competitivo con respecto a profesores y estudiantes.

Como parte de este proyecto de “buena gobernanza”, los recursos que se gastan actualmente en el IEIT podrían utilizarse para crear un nuevo fondo que premiaría sólo a los mejores departamentos y universidades en Europa en términos de investigación y enseñanza. Este nuevo marco tendría por objeto crear incentivos para que las instituciones se esfuercen por alcanzar la excelencia y adapten sus prácticas de gobernanza y gestión a un sistema de financiación basado en objetivos.

Lamentablemente, nada de esto es una prioridad para las instituciones de la UE. El presidente francés Emmanuel Macron sí propuso una Universidad Europea en su discurso en la Sorbona del año 2017, pero, como con muchas de las otras buenas ideas contenidas en dicho discurso, Europa ha hecho poco o nada al respecto.

Cuando tiene la voluntad, Europa sí puede poner en práctica verdaderas y eficaces iniciativas conjuntas de investigación, como por ejemplo el Consejo Europeo de Investigación (CEI), que incorpora conocimientos profundos provenientes de la investigación en el desempeño de las universidades. Si queremos alcanzar el liderazgo tecnológico mundial, como sostiene el reciente Documento técnico (White Paper) sobre Inteligencia Artificial de la Comisión, debemos actuar y no solamente hablar, y debemos presionar para que se lleven a cabo reformas profundas que garanticen que las universidades europeas se sitúen en el lugar que les pertenece: la cima académica.

Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos

https://prosyn.org/iP1ZzFges