DAVOS – La primera reunión del Foro Económico Mundial en más de dos años fue marcadamente diferente de las muchas conferencias previas de Davos a las que asistí desde 1995. No se trató simplemente de que la nieve brillante y los cielos despejados de enero fueran remplazados por pistas de esquí vacías y una llovizna de mayo lúgubre. Fue, más bien, que un foro tradicionalmente comprometido con la defensa de la globalización estaba preocupado principalmente por los fracasos de la globalización: cadenas de suministro alteradas, inflación de los precios de los alimentos y de la energía y un régimen de propiedad intelectual (PI) que dejó a miles de millones de personas sin vacunas contra el COVID-19 simplemente para que unas pocas compañías farmacéuticas pudieran ganar miles de millones de dólares en ganancias adicionales.
DAVOS – La primera reunión del Foro Económico Mundial en más de dos años fue marcadamente diferente de las muchas conferencias previas de Davos a las que asistí desde 1995. No se trató simplemente de que la nieve brillante y los cielos despejados de enero fueran remplazados por pistas de esquí vacías y una llovizna de mayo lúgubre. Fue, más bien, que un foro tradicionalmente comprometido con la defensa de la globalización estaba preocupado principalmente por los fracasos de la globalización: cadenas de suministro alteradas, inflación de los precios de los alimentos y de la energía y un régimen de propiedad intelectual (PI) que dejó a miles de millones de personas sin vacunas contra el COVID-19 simplemente para que unas pocas compañías farmacéuticas pudieran ganar miles de millones de dólares en ganancias adicionales.