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Piketty y el Zeitgeist

PRINCETON – Últimamente, donde sea que vaya todos me preguntan lo mismo: ¿qué piensa de Thomas Piketty? En realidad, son dos preguntas en una: ¿qué piensa de Piketty, el libro, y qué piensa de Piketty, el fenómeno?

La primera pregunta es mucho más fácil de responder. Quiso la suerte que yo fuera uno de los primeros lectores de la versión en inglés de Capital in the Twenty-First Century[El capital en el siglo XXI]. La editorial que lo publicó, Harvard University Press, me envió las galeradas del libro con la esperanza de que yo escribiera un comentario elogioso para la contratapa. Cosa que hice con agrado, ya que el alcance, la profundidad y la ambición del libro me parecieron impresionantes.

Desde luego que ya conocía el trabajo empírico que Piketty y otros colegas (entre ellos Emmanuel Saez y Anthony Atkinson) hicieron en relación con la distribución del ingreso. Ya antes de la publicación del libro, esta investigación entregó hallazgos sorprendentes sobre el aumento de ingresos de los súper ricos y demostró que en muchas economías avanzadas, la desigualdad alcanzó niveles que no se veían desde principios del siglo XX. Fue un auténtico tour de force.

Pero el libro va mucho más allá de ese trabajo empírico, al presentar un fascinante relato de la dinámica de la riqueza en el capitalismo, a modo de advertencia. Piketty nos exhorta a no dejarnos engañar por la aparente estabilidad y prosperidad que experimentaron las economías avanzadas durante unas pocas décadas de la segunda mitad del siglo XX: según su relato, puede ser que las fuerzas dominantes del capitalismo sean fuerzas productoras de desigualdad e inestabilidad.

Tal vez más que el argumento en sí, lo que hace de Capital in the Twenty-First Century una lectura excelente es la sensación de estar viendo a una mente brillante encarar las grandes preguntas de nuestro tiempo. El énfasis de Piketty en la naturaleza política de la distribución del ingreso; el sutil camino de ida y vuelta que recorre entre las leyes generales del capitalismo y el papel de la contingencia; y que esté dispuesto a ofrecer remedios audaces para salvar al capitalismo de sí mismo (aunque para muchos tal vez sean impracticables) son hechos tan refrescantes para un economista cuanto son escasos.

Así que me gustaría poder decir que tuve la clarividencia de prever el enorme éxito académico y popular que tendría el libro publicado. Pero lo cierto es que la acogida que recibió me tomó totalmente por sorpresa.

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Por una sencilla razón: el libro no es nada fácil de leer. Tiene casi 700 páginas (incluidas las notas), y aunque Piketty no le dedica mucho espacio a la teoría formal, no puede evitar de vez en cuando alguna que otra ecuación o letra griega. Las reseñas del libro hablaron mucho de las referencias de Piketty a Honoré de Balzac y Jane Austen, pero lo cierto es que el lector se encontrará ante todo la prosa seca y acompañada de estadísticas propia de un economista, mientras que las alusiones literarias son pocas y muy espaciadas.

La respuesta de la profesión económica no fue uniformemente positiva. El argumento del libro gira en torno de varias identidades contables que relacionan el ahorro, el crecimiento y la rentabilidad del capital con la distribución de la riqueza en las sociedades. Piketty tiene el mérito de darles vida a estas relaciones abstractas poniéndolas en cifras reales cuya evolución sigue a lo largo de la historia, pero son relaciones ya conocidas por los economistas.

El pronóstico pesimista de Piketty se basa en una ligera extensión de este marco contable. Bajo ciertos supuestos razonables (a saber, que los ricos ahorren una cantidad suficiente) la ratio entre la riqueza heredada y la renta de la economía (o los salarios) tenderá a crecer siempre que r, la tasa de rentabilidad promedio del capital, sea superior a g, la tasa de crecimiento de la economía en su conjunto. Piketty afirma que esta ha sido la norma histórica, excepto durante la tumultuosa primera mitad del siglo XX. Si el futuro se presenta así, entonces nos espera una distopía en la que la desigualdad aumentará a niveles nunca antes vistos.

Sin embargo, en economía es peligroso extrapolar, y las pruebas que presenta Piketty en apoyo de su tesis distan de ser concluyentes. Como muchos argumentaron, también puede ocurrir que la rentabilidad del capital, r, empiece a disminuir si el stock de capital de la economía llega a ser demasiado grande respecto de la mano de obra y otros recursos, y si la tasa de innovación se desacelera. O, como señalaron otros, cambios en los países emergentes y en desarrollo podrían impulsar una aceleración de la economía global. Las ideas de Piketty merecen ser tomadas en serio, pero no son de ningún modo una ley de hierro.

Tal vez la causa del éxito del libro haya que ir a buscarla al Zeitgeist. Si el libro se hubiera publicado hace diez, incluso hace cinco años, justo después de la crisis financiera global, probablemente no hubiera tenido el mismo éxito, aun cuando entonces se hubieran podido reunir argumentos y pruebas similares. Hace ya bastante que en Estados Unidos se viene incubando malestar por el aumento de la desigualdad. Pese a la recuperación de la economía, los ingresos de la clase media están estancados o en disminución. De modo que ahora parece aceptable hablar de la desigualdad en Estados Unidos como el principal problema al que se enfrenta el país. Tal vez esto explique por qué el libro de Piketty concitó más atención allí que en su país de origen, Francia.

Capital in the Twenty-First Century renovó el interés de los economistas en la dinámica de la riqueza y su distribución, un tema que preocupó a economistas clásicos como Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx. Llevó al debate público detalles empíricos fundamentales y un marco analítico sencillo pero útil. Cualesquiera sean las razones de su éxito, su aporte a la profesión económica y al discurso público ya es innegable.

Traducción: Esteban Flamini

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