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El caos de las divisas

BRUSELAS – El Ministro de Finanzas de Brasil, Guido Mantega, describió adecuadamente  el momento monetario actual cuando habló de una inminente "guerra de divisas." Lo que parecía una disputa bilateral entre los Estados Unidos y China por el tipo de cambio del renminbi se ha convertido en una controversia general por los flujos de capital y las divisas.

Parece que hoy en día todos los países quieren devaluar su moneda. Japón ha reanudado la intervención en el mercado de divisas y la Reserva Federal de los Estados Unidos y el Banco de Inglaterra están preparando otra compra a gran escala de bonos del gobierno –una medida llamada "facilitación cuantitativa", que disminuye las tasas de interés de largo plazo e indirectamente debilita la moneda.

China resiste tenazmente las presiones estadounidenses y europeas para acelerar la lenta apreciación del renminbi frente al dólar. Los países con mercados emergentes están recurriendo a una serie de técnicas para desalentar las entradas de capital o neutralizar sus efectos sobre el tipo de cambio.

Sólo la eurozona parece ir en contra de la tendencia, ya que el Banco Central Europeo ha permitido un aumento de la tasa de interés de corto plazo. Pero ni siquiera el BCE puede permanecer indiferente ante los riesgos de la apreciación, pues un euro fuerte podría complicar seriamente los ajustes económicos en países como España, Portugal, Grecia e Irlanda.

Ya ha habido precedentes de un mundo en el que todos quieren un tipo de cambio más débil. Sucedió en los treinta, cuando un país tras otro abandonaron el patrón oro con el fin de exportar su desempleo. Pero no todo el mundo puede tener una moneda débil al mismo tiempo, así que en 1944 se achacó la responsabilidad de las políticas de empobrecer al vecino  al Fondo Monetario Internacional, cuyo Convenio Constitutivo le ordena "ejercer una firme supervisión de las políticas de tipos de cambio" de los países miembros.

En vista de este mandato, parecería que el FMI debería ayudar a obtener concesiones de China y que el resto del mundo debería declarar una tregua. Esto, no obstante, sería ignorar la asimetría fundamental entre los países avanzados y los emergentes. Todos han padecido la crisis, pero no del mismo modo. Según el FMI, este año la producción real en los países avanzados seguirá siendo inferior a los niveles de 2007, mientras que en los países emergentes y en desarrollo será un 16% superior. De cara al futuro, los países avanzados seguirán sufriendo las consecuencias de la crisis de 2008, sobre todo el desapalancamiento de los hogares endeudados y los problemas de las finanzas públicas.

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El FMI también considera que los países avanzados deben reducir su gasto o aumentar sus impuestos en un promedio de 9 puntos porcentuales del PIB a lo largo de esta década, a fin de llevar el coeficiente de deuda al 60% del PIB para 2030. Sin embargo, los países emergentes no necesitan ninguna consolidación para mantener su coeficiente de deuda a 40% del PIB.

Una asimetría de esta magnitud requiere un ajuste significativo de los precios relativos. Los precios relativos de los bienes producidos en los países avanzados (su tipo de cambio real) deben disminuir en relación con los de los países emergentes a fin de compensar la reducción prevista de la demanda interna.

De hecho, esto sucederá independientemente del tipo de cambio de las divisas. La única diferencia es que, si los tipos de cambio permanecen fijos, los países avanzados tendrán que pasar por un período prolongado de inflación baja (o incluso de deflación), que hará que la carga de sus deudas sea aun más pesada, y los países emergentes entrarán en un período de inflación a medida que los capitales lleguen, las reservas aumenten y crezca la oferta monetaria, lo que al final presionará a los niveles de precios al alza. Para ambos grupos es más deseable permitir que el ajuste se lleve a cabo mediante modificaciones en los tipos de cambio nominales, lo que ayudaría a limitar la deflación en el norte y la inflación en el sur.

Sin embargo, en comparación con julio de 2007, cuando empezó la crisis, los tipos de cambio entre los países avanzados y los emergentes casi no han variado. Es cierto que algunas monedas han aumentado y otras han caído, pero en promedio casi nada ha sucedido. El ajuste que se necesita está bloqueado.

Para cada banco central la pregunta no es, qué sucede con los países emergentes en conjunto, por ejemplo, sino qué pasa con su propia moneda frente a sus competidores. Así pues, Brasil no quiere apreciar con respecto a otros países latinoamericanos, Tailandia no lo quiere hacer frente a otros países asiáticos y nadie quiere apreciar frente a China, que teme que la apreciación del renminbi provocaría que las industrias intensivas en mano de obra emigraran a Vietnam o Bangladesh. Por lo tanto, un cambio que es positivo para todos está paralizado por falta de coordinación.

La facilitación cuantitativa en los países avanzados también plantea cuestiones de coordinación. Esa medida es un instrumento legítimo de política monetaria, pero la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra tal vez no la adoptarían con tanto entusiasmo si no fuera por la depreciación del tipo de cambio prevista. De hecho, es probable que la percepción de que el BCE es renuente a aplicarla aumente los efectos de crecimiento previstos de las elecciones de política monetaria estadounidenses o británicas, a expensas de la eurozona.

Así pues, la controversia por la política de tipo de cambio de China no es simplemente una disputa comercial bilateral entre los Estados Unidos y ese país, sino más bien un choque macroeconómico global entre los países avanzados y los emergentes. Además, la falta de coordinación en ambos grupos de países indica que la solución a la guerra de divisas no es declarar una tregua, sino reconocer la naturaleza de la cuestión y superar los problemas que impiden adoptar soluciones comunes acordadas.

Esto no quiere decir que el tipo de cambio del renminbi sea una cuestión secundaria. Por el contrario, su importancia yace en el hecho de que China tiene la clave del ajuste global. Las reuniones anuales recientes del FMI/Banco Mundial indican que esto se está reconociendo gradualmente y los países emergentes se muestran cada vez más críticos de la inflexibilidad de China.

Por eso, este es el momento del FMI. El Fondo debe proponer un marco conceptual para las discusiones que se lleven a cabo sobre los problemas de los tipos de cambio mediante una evaluación objetiva de los ajustes que se necesitan y facilitando un acuerdo dentro del marco multilateral. El FMI no puede sustituir las elecciones de los gobiernos, pero sí puede contribuir a buscar una solución.

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