NUEVA YORK – La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP24) celebrada este mes en Katowice (Polonia) consiguió elaborar un conjunto de reglas para la implementación del acuerdo de París (2015) sobre el clima. Pero aunque todos los miembros de la ONU lo suscribieron, no bastará para evitar una catástrofe climática. Es hora de llamar a los ingenieros.
El éxito diplomático logrado en la COP24 fue notable, en vista del cabildeo y obstruccionismo incesante de la industria de los combustibles fósiles. Los diplomáticos leyeron la ciencia y saben la verdad: sin una transición veloz a un sistema energético global descarbonizado de aquí a mediados de siglo, la humanidad correrá un serio peligro. Estos últimos años millones de personas sufrieron los rigores de olas de calor extremas, sequías, inundaciones, potentes huracanes y devastadores incendios forestales, porque la temperatura de la Tierra ya está 1,1 °C por encima del promedio preindustrial. Si durante este siglo el calentamiento se extiende a más de 1,5 o 2 °C (hasta niveles que jamás se experimentaron en los 10 000 años de historia de la civilización humana) el mundo se volverá mucho más peligroso.
El acuerdo de París compromete a los gobiernos nacionales a “mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 °C con respecto a los niveles preindustriales”. Ya tenemos reglas para medir las emisiones de gases de efecto invernadero, compartir conocimiento práctico y medir las transferencias financieras de países ricos a pobres. Pero nos faltan planes para cambiar el sistema energético mundial por uno basado en fuentes de energía renovables, de aquí a mediados del siglo.
Los diplomáticos, por supuesto, no son expertos en tecnología. Para la siguiente etapa el mundo necesita ingenieros expertos en generación y transmisión de energía, vehículos eléctricos, celdas de combustible basadas en hidrógeno, inteligencia artificial para la gestión de sistemas de energía, diseño urbano para la eficiencia energética y el transporte público y otros especialistas relacionados. Hace 24 años que los protagonistas de las cumbres de la ONU sobre el clima son los diplomáticos, no los ingenieros. Ya es hora de que estos ocupen el centro de la escena.
El acuerdo de París da por sentado que cada gobierno consultará a ingenieros locales para idear una estrategia energética nacional, de modo que básicamente cada uno de los 193 miembros de la ONU elaborará un plan separado. Este enfoque refleja una profunda falta de comprensión de cómo debe ser la transición energética global. Necesitamos soluciones acordadas y coordinadas en el nivel internacional, no país por país.
Los sistemas de ingeniería globales demandan coordinación global. Piénsese en la aviación civil, un triunfo de la ingeniería con coordinación mundial. En 2017, hubo 41,8 millones de vuelos sin accidentes mortales que involucraran aviones de pasajeros.
El buen funcionamiento del sistema de aviación civil se debe a que todos los países usan aeronaves fabricadas por unas pocas compañías internacionales y comparten procedimientos operativos estándar para navegación, control de tráfico aéreo, seguridad de aeropuertos y aviones, mantenimiento, seguros y otras operaciones. Similar coordinación existe en otros sistemas internacionales. Cada día en promedio se realizan transferencias interbancarias en dólares por la asombrosa cifra de 2,7 billones de dólares, en forma totalmente rutinaria, usando protocolos bancarios y de comunicaciones estandarizados. El uso de protocolos compartidos también hace posibles miles de millones de llamadas móviles y comunicaciones por Internet al día. La escala y la confiabilidad de estos sistemas tecnológicos de avanzada globalmente conectados son sorprendentes, y se basan en soluciones implementadas en el nivel internacional, no país por país.
Si los gobiernos finalmente pusieran al frente a los ingenieros, la transición a fuentes de energía renovables sería mucho más rápida. En mayo de 1961, el presidente John F. Kennedy llamó a los estadounidenses a llevar a un hombre a la Luna y traerlo de vuelta sano y salvo a la Tierra, antes del final de la década. La NASA movilizó en poco tiempo a cientos de miles de ingenieros y otros expertos, y en julio de 1969 completó la misión a la Luna, dentro del plazo notablemente ambicioso fijado por JFK.
Hace poco integré un panel con tres economistas y un veterano ingeniero del ámbito empresarial. Después de que los economistas hablaron de precios del carbono, de internalizar externalidades, de pagar a los usuarios por inyectar energía en la red, de compensar emisiones, etcétera, el ingeniero habló poco y atinado. “La verdad no entiendo lo que dijeron ustedes los economistas, pero tengo una sugerencia. Dennos a los ingenieros las especificaciones y el plazo, nosotros sabremos cómo hacerlo”. Y no es una bravuconada.
Las especificaciones son estas. Para evitar un calentamiento superior a 1,5 °C, es necesario descarbonizar el sistema energético mundial de aquí a mediados de siglo. Esto demandará una enorme movilización de fuentes de energía descarbonizadas, por ejemplo eólica, solar e hídrica, lo cual implica un sistema capaz de manejar una provisión de energía intermitente que depende del sol, del viento y del caudal de los ríos.
Esta electricidad descarbonizada impulsará vehículos eléctricos que reemplazarán a los autos con motor de combustión interna. También se usará para producir combustibles descarbonizados tales como hidrógeno para transporte marítimo e hidrocarburos sintéticos para los aviones. Las casas y edificios de oficinas se calentarán con electricidad descarbonizada en vez de con carbón, petróleo o gas natural. Y las industrias con alto consumo de energía (como las del acero y el aluminio) también reemplazarán los combustibles fósiles con electricidad descarbonizada e hidrógeno.
Estas soluciones descarbonizadas exceden los límites de cualquier país. Las fuentes de energía renovables más baratas y abundantes suelen estar muy lejos de los centros poblados, en desiertos y montañas, y mar adentro en el caso del viento. De modo que habrá que transmitir esta energía a grandes distancias, a menudo cruzando fronteras nacionales, con líneas de transmisión de alto voltaje especiales. La Organización de Cooperación y Desarrollo para la Interconexión Energética Global (una asociación mundial de instituciones y empresas de ingeniería formada en 2016 por la Corporación Estatal de la Red Eléctrica de China) ha explicado muy bien las ventajas de un sistema de transmisión internacional de larga distancia.
En un plan de descarbonización global sensato, muchos de los países y empresas que hoy exportan combustibles fósiles se convertirán en exportadores de energía descarbonizada. Los países petroleros del Golfo deberían exportar energía solar desde el vasto desierto de Arabia a Europa y Asia. Australia, productora de carbón, debería exportar energía solar desde su enorme desierto interior hasta el sudeste de Asia por cable submarino. Canadá debería aumentar sus exportaciones de energía hídrica descarbonizada al mercado estadounidense y terminar de una vez sus intentos de exportar productos derivados de sus arenas petrolíferas.
En la conferencia de Katowice sobre el clima, los diplomáticos presentaron el manual de reglas a tiempo y según lo prometido, lo cual es un logro enorme. La siguiente proeza es para los ingenieros. La transformación energética en pos de la seguridad climática es la misión a la Luna del siglo XXI. Cuando en septiembre los jefes de Estado vuelvan a reunirse en la ONU, los mejores ingenieros del mundo tendrían que estar allí para recibirlos con un marco tecnológico avanzado para la acción global.
Traducción: Esteban Flamini
NUEVA YORK – La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP24) celebrada este mes en Katowice (Polonia) consiguió elaborar un conjunto de reglas para la implementación del acuerdo de París (2015) sobre el clima. Pero aunque todos los miembros de la ONU lo suscribieron, no bastará para evitar una catástrofe climática. Es hora de llamar a los ingenieros.
El éxito diplomático logrado en la COP24 fue notable, en vista del cabildeo y obstruccionismo incesante de la industria de los combustibles fósiles. Los diplomáticos leyeron la ciencia y saben la verdad: sin una transición veloz a un sistema energético global descarbonizado de aquí a mediados de siglo, la humanidad correrá un serio peligro. Estos últimos años millones de personas sufrieron los rigores de olas de calor extremas, sequías, inundaciones, potentes huracanes y devastadores incendios forestales, porque la temperatura de la Tierra ya está 1,1 °C por encima del promedio preindustrial. Si durante este siglo el calentamiento se extiende a más de 1,5 o 2 °C (hasta niveles que jamás se experimentaron en los 10 000 años de historia de la civilización humana) el mundo se volverá mucho más peligroso.
El acuerdo de París compromete a los gobiernos nacionales a “mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 °C con respecto a los niveles preindustriales”. Ya tenemos reglas para medir las emisiones de gases de efecto invernadero, compartir conocimiento práctico y medir las transferencias financieras de países ricos a pobres. Pero nos faltan planes para cambiar el sistema energético mundial por uno basado en fuentes de energía renovables, de aquí a mediados del siglo.
Los diplomáticos, por supuesto, no son expertos en tecnología. Para la siguiente etapa el mundo necesita ingenieros expertos en generación y transmisión de energía, vehículos eléctricos, celdas de combustible basadas en hidrógeno, inteligencia artificial para la gestión de sistemas de energía, diseño urbano para la eficiencia energética y el transporte público y otros especialistas relacionados. Hace 24 años que los protagonistas de las cumbres de la ONU sobre el clima son los diplomáticos, no los ingenieros. Ya es hora de que estos ocupen el centro de la escena.
El acuerdo de París da por sentado que cada gobierno consultará a ingenieros locales para idear una estrategia energética nacional, de modo que básicamente cada uno de los 193 miembros de la ONU elaborará un plan separado. Este enfoque refleja una profunda falta de comprensión de cómo debe ser la transición energética global. Necesitamos soluciones acordadas y coordinadas en el nivel internacional, no país por país.
Los sistemas de ingeniería globales demandan coordinación global. Piénsese en la aviación civil, un triunfo de la ingeniería con coordinación mundial. En 2017, hubo 41,8 millones de vuelos sin accidentes mortales que involucraran aviones de pasajeros.
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El buen funcionamiento del sistema de aviación civil se debe a que todos los países usan aeronaves fabricadas por unas pocas compañías internacionales y comparten procedimientos operativos estándar para navegación, control de tráfico aéreo, seguridad de aeropuertos y aviones, mantenimiento, seguros y otras operaciones. Similar coordinación existe en otros sistemas internacionales. Cada día en promedio se realizan transferencias interbancarias en dólares por la asombrosa cifra de 2,7 billones de dólares, en forma totalmente rutinaria, usando protocolos bancarios y de comunicaciones estandarizados. El uso de protocolos compartidos también hace posibles miles de millones de llamadas móviles y comunicaciones por Internet al día. La escala y la confiabilidad de estos sistemas tecnológicos de avanzada globalmente conectados son sorprendentes, y se basan en soluciones implementadas en el nivel internacional, no país por país.
Si los gobiernos finalmente pusieran al frente a los ingenieros, la transición a fuentes de energía renovables sería mucho más rápida. En mayo de 1961, el presidente John F. Kennedy llamó a los estadounidenses a llevar a un hombre a la Luna y traerlo de vuelta sano y salvo a la Tierra, antes del final de la década. La NASA movilizó en poco tiempo a cientos de miles de ingenieros y otros expertos, y en julio de 1969 completó la misión a la Luna, dentro del plazo notablemente ambicioso fijado por JFK.
Hace poco integré un panel con tres economistas y un veterano ingeniero del ámbito empresarial. Después de que los economistas hablaron de precios del carbono, de internalizar externalidades, de pagar a los usuarios por inyectar energía en la red, de compensar emisiones, etcétera, el ingeniero habló poco y atinado. “La verdad no entiendo lo que dijeron ustedes los economistas, pero tengo una sugerencia. Dennos a los ingenieros las especificaciones y el plazo, nosotros sabremos cómo hacerlo”. Y no es una bravuconada.
Las especificaciones son estas. Para evitar un calentamiento superior a 1,5 °C, es necesario descarbonizar el sistema energético mundial de aquí a mediados de siglo. Esto demandará una enorme movilización de fuentes de energía descarbonizadas, por ejemplo eólica, solar e hídrica, lo cual implica un sistema capaz de manejar una provisión de energía intermitente que depende del sol, del viento y del caudal de los ríos.
Esta electricidad descarbonizada impulsará vehículos eléctricos que reemplazarán a los autos con motor de combustión interna. También se usará para producir combustibles descarbonizados tales como hidrógeno para transporte marítimo e hidrocarburos sintéticos para los aviones. Las casas y edificios de oficinas se calentarán con electricidad descarbonizada en vez de con carbón, petróleo o gas natural. Y las industrias con alto consumo de energía (como las del acero y el aluminio) también reemplazarán los combustibles fósiles con electricidad descarbonizada e hidrógeno.
Estas soluciones descarbonizadas exceden los límites de cualquier país. Las fuentes de energía renovables más baratas y abundantes suelen estar muy lejos de los centros poblados, en desiertos y montañas, y mar adentro en el caso del viento. De modo que habrá que transmitir esta energía a grandes distancias, a menudo cruzando fronteras nacionales, con líneas de transmisión de alto voltaje especiales. La Organización de Cooperación y Desarrollo para la Interconexión Energética Global (una asociación mundial de instituciones y empresas de ingeniería formada en 2016 por la Corporación Estatal de la Red Eléctrica de China) ha explicado muy bien las ventajas de un sistema de transmisión internacional de larga distancia.
En un plan de descarbonización global sensato, muchos de los países y empresas que hoy exportan combustibles fósiles se convertirán en exportadores de energía descarbonizada. Los países petroleros del Golfo deberían exportar energía solar desde el vasto desierto de Arabia a Europa y Asia. Australia, productora de carbón, debería exportar energía solar desde su enorme desierto interior hasta el sudeste de Asia por cable submarino. Canadá debería aumentar sus exportaciones de energía hídrica descarbonizada al mercado estadounidense y terminar de una vez sus intentos de exportar productos derivados de sus arenas petrolíferas.
En la conferencia de Katowice sobre el clima, los diplomáticos presentaron el manual de reglas a tiempo y según lo prometido, lo cual es un logro enorme. La siguiente proeza es para los ingenieros. La transformación energética en pos de la seguridad climática es la misión a la Luna del siglo XXI. Cuando en septiembre los jefes de Estado vuelvan a reunirse en la ONU, los mejores ingenieros del mundo tendrían que estar allí para recibirlos con un marco tecnológico avanzado para la acción global.
Traducción: Esteban Flamini