NUEVA YORK – "Maravillosa, maravillosa Copenhague", una canción popular del musical cinematográfico de 1952 "Hans Christian Andersen", probablemente sea ejecutada muchas veces este otoño (boreal), cuando los líderes mundiales se reúnan en la capital dinamarquesa en diciembre (y en Nueva York, en septiembre) para enfrentar el desafío del cambio climático. Pero, a menos que el razonamiento internacional se vuelva considerable y rápidamente más realista, lo que suceda en Copenhague será cualquier cosa menos maravilloso.
No debería causar sorpresa que exista poco consenso sobre un acuerdo integral que tenga un impacto significativo en el clima del mundo. Los gobiernos no sacrificarán el crecimiento económico a corto y mediano plazo a cambio de beneficios ambientales a largo plazo. Esto es particularmente válido hoy, dado que gran parte del mundo desarrollado está atravesando una recesión dolorosa. Estados Unidos, por caso, no aceptará techos que reduzcan considerablemente las emisiones de gases de tipo invernadero si esto implica aceptar mayores costos e impuestos que amenazan con retrasar la recuperación económica.
Los países en desarrollo, en todo caso, se oponen aún más a este tipo de techos o "topes". Cuatrocientos millones de indios todavía no tienen electricidad. No se puede esperar que India descarte un mayor uso de carbón si ésta resulta ser la mejor manera de producir electricidad para una tercera parte de sus ciudadanos. También es improbable que China acepte "topes" a las emisiones de algún tipo, dado el nivel de vida relativamente bajo de la mayoría de los chinos. Pero una postura de este tipo ensombrece las perspectivas de un nuevo tratado global, ya que los países desarrollados, con toda razón, insistirán en que los países más pobres sean parte de la solución.
Las consecuencias de un fracaso en Copenhague podrían ser considerables. En el corto plazo, perfectamente podríamos ver que los temas relacionados con el clima se convierten en la última excusa para un mayor proteccionismo comercial. Probablemente se introduzcan los llamados "aranceles de carbono" para penalizar las importaciones provenientes de países o compañías que, según se estima, no están haciendo lo suficiente para frenar las emisiones. El comercio mundial ya ha decaído marcadamente como resultado de la crisis económica; introducir nuevos aranceles inevitablemente reduciría aún más el comercio, causando la pérdida de empleos adicionales y generando nuevas fricciones.
Con el tiempo, la imposibilidad de reducir las emisiones de gases de tipo invernadero llevaría a un cambio climático adicional, lo que a su vez incrementaría la gravedad de la pobreza, la magnitud del desplazamiento interno y la migración, la escasez de agua, la prevalencia de las enfermedades y la cantidad e intensidad de las tormentas. Como resultado, podría haber más estados fallidos y más conflicto entre los estados. El cambio climático es tanto una cuestión de seguridad como un asunto económico y humano.
¿Qué debería hacerse entonces? El paso más importante para los que se preparan para Copenhague es adoptar políticas nacionales que incrementen la eficiencia energética y reduzcan las emisiones de gases de tipo invernadero. Estados Unidos finalmente ha hecho parte de esto al adoptar estándares nuevos y muy superiores para el rendimiento del combustible de los autos. La política regulatoria puede aumentar la eficiencia de los electrodomésticos, la vivienda y las maquinarias. Estas reformas deberían interesarles a los países ricos y pobres por igual, ya que reducirían el gasto en energía y la dependencia de las importaciones de petróleo.
Acciones nacionales coordinadas no son sinónimo de unilateralismo. No hay ninguna respuesta unilateral para lo que es un desafío global. Pero calificar a un desafío de global no implica sostener que el remedio sólo ha de encontrarse en un tratado ambicioso, formal y universal. Un acuerdo semejante podría ser deseable, pero simplemente no es una opción para el cambio climático en el corto plazo. El objetivo para los representantes de los casi 200 países que se reunirán en Copenhague no debería ser un único acuerdo general como un conjunto de acuerdos más modestos.
El carbón es un lugar para empezar, ya que seguirá generando una gran parte de la electricidad mundial durante las próximas décadas. Se necesita que se distribuyan mejor las tecnologías existentes para un carbón más limpio, al igual que un continuo desarrollo de plantas de carbón limpio de próxima generación.
La energía nuclear es otra área que exige atención. Sucede lo mismo con las formas de energía renovables, como la energía solar y eólica. Aquí también se necesitan mecanismos para compartir las nuevas tecnologías y ayudar a los países más pobres a pagar por ellas a cambio de la adopción de políticas que reduzcan las emisiones de gases de tipo invernadero.
Es más, frenar la destrucción de los bosques es esencial, dada la cantidad de carbono que hay atrapado allí. Un objetivo para Copenhague debería ser el de crear un fondo global bien solventado para respaldar políticas que desalienten la tala y el quemado de árboles, ayuden a países como Brasil e Indonesia a proteger sus selvas tropicales y proporcionen modos de vida alternativos para quienes actualmente se benefician con destruirlos.
Concentrarse en medidas como estas sería un gran avance hacia alcanzar el objetivo tan discutido de reducir a la mitad las emisiones de carbono globales para mediados de siglo. Pero alcanzar un acuerdo que establezca techos vinculantes para lo que cada país podrá emitir no es una opción en Copenhague. El consenso simplemente no existe.
Sin embargo, se puede y se deberían tomar medidas más pequeñas. Quienes quieran dominar el desafío del cambio climático hoy rechazarán este tipo de realismo. Pero, como suele suceder, quienes insisten en conseguir todo corren el riesgo de quedarse sin nada.
NUEVA YORK – "Maravillosa, maravillosa Copenhague", una canción popular del musical cinematográfico de 1952 "Hans Christian Andersen", probablemente sea ejecutada muchas veces este otoño (boreal), cuando los líderes mundiales se reúnan en la capital dinamarquesa en diciembre (y en Nueva York, en septiembre) para enfrentar el desafío del cambio climático. Pero, a menos que el razonamiento internacional se vuelva considerable y rápidamente más realista, lo que suceda en Copenhague será cualquier cosa menos maravilloso.
No debería causar sorpresa que exista poco consenso sobre un acuerdo integral que tenga un impacto significativo en el clima del mundo. Los gobiernos no sacrificarán el crecimiento económico a corto y mediano plazo a cambio de beneficios ambientales a largo plazo. Esto es particularmente válido hoy, dado que gran parte del mundo desarrollado está atravesando una recesión dolorosa. Estados Unidos, por caso, no aceptará techos que reduzcan considerablemente las emisiones de gases de tipo invernadero si esto implica aceptar mayores costos e impuestos que amenazan con retrasar la recuperación económica.
Los países en desarrollo, en todo caso, se oponen aún más a este tipo de techos o "topes". Cuatrocientos millones de indios todavía no tienen electricidad. No se puede esperar que India descarte un mayor uso de carbón si ésta resulta ser la mejor manera de producir electricidad para una tercera parte de sus ciudadanos. También es improbable que China acepte "topes" a las emisiones de algún tipo, dado el nivel de vida relativamente bajo de la mayoría de los chinos. Pero una postura de este tipo ensombrece las perspectivas de un nuevo tratado global, ya que los países desarrollados, con toda razón, insistirán en que los países más pobres sean parte de la solución.
Las consecuencias de un fracaso en Copenhague podrían ser considerables. En el corto plazo, perfectamente podríamos ver que los temas relacionados con el clima se convierten en la última excusa para un mayor proteccionismo comercial. Probablemente se introduzcan los llamados "aranceles de carbono" para penalizar las importaciones provenientes de países o compañías que, según se estima, no están haciendo lo suficiente para frenar las emisiones. El comercio mundial ya ha decaído marcadamente como resultado de la crisis económica; introducir nuevos aranceles inevitablemente reduciría aún más el comercio, causando la pérdida de empleos adicionales y generando nuevas fricciones.
Con el tiempo, la imposibilidad de reducir las emisiones de gases de tipo invernadero llevaría a un cambio climático adicional, lo que a su vez incrementaría la gravedad de la pobreza, la magnitud del desplazamiento interno y la migración, la escasez de agua, la prevalencia de las enfermedades y la cantidad e intensidad de las tormentas. Como resultado, podría haber más estados fallidos y más conflicto entre los estados. El cambio climático es tanto una cuestión de seguridad como un asunto económico y humano.
¿Qué debería hacerse entonces? El paso más importante para los que se preparan para Copenhague es adoptar políticas nacionales que incrementen la eficiencia energética y reduzcan las emisiones de gases de tipo invernadero. Estados Unidos finalmente ha hecho parte de esto al adoptar estándares nuevos y muy superiores para el rendimiento del combustible de los autos. La política regulatoria puede aumentar la eficiencia de los electrodomésticos, la vivienda y las maquinarias. Estas reformas deberían interesarles a los países ricos y pobres por igual, ya que reducirían el gasto en energía y la dependencia de las importaciones de petróleo.
BLACK FRIDAY SALE: Subscribe for as little as $34.99
Subscribe now to gain access to insights and analyses from the world’s leading thinkers – starting at just $34.99 for your first year.
Subscribe Now
Acciones nacionales coordinadas no son sinónimo de unilateralismo. No hay ninguna respuesta unilateral para lo que es un desafío global. Pero calificar a un desafío de global no implica sostener que el remedio sólo ha de encontrarse en un tratado ambicioso, formal y universal. Un acuerdo semejante podría ser deseable, pero simplemente no es una opción para el cambio climático en el corto plazo. El objetivo para los representantes de los casi 200 países que se reunirán en Copenhague no debería ser un único acuerdo general como un conjunto de acuerdos más modestos.
El carbón es un lugar para empezar, ya que seguirá generando una gran parte de la electricidad mundial durante las próximas décadas. Se necesita que se distribuyan mejor las tecnologías existentes para un carbón más limpio, al igual que un continuo desarrollo de plantas de carbón limpio de próxima generación.
La energía nuclear es otra área que exige atención. Sucede lo mismo con las formas de energía renovables, como la energía solar y eólica. Aquí también se necesitan mecanismos para compartir las nuevas tecnologías y ayudar a los países más pobres a pagar por ellas a cambio de la adopción de políticas que reduzcan las emisiones de gases de tipo invernadero.
Es más, frenar la destrucción de los bosques es esencial, dada la cantidad de carbono que hay atrapado allí. Un objetivo para Copenhague debería ser el de crear un fondo global bien solventado para respaldar políticas que desalienten la tala y el quemado de árboles, ayuden a países como Brasil e Indonesia a proteger sus selvas tropicales y proporcionen modos de vida alternativos para quienes actualmente se benefician con destruirlos.
Concentrarse en medidas como estas sería un gran avance hacia alcanzar el objetivo tan discutido de reducir a la mitad las emisiones de carbono globales para mediados de siglo. Pero alcanzar un acuerdo que establezca techos vinculantes para lo que cada país podrá emitir no es una opción en Copenhague. El consenso simplemente no existe.
Sin embargo, se puede y se deberían tomar medidas más pequeñas. Quienes quieran dominar el desafío del cambio climático hoy rechazarán este tipo de realismo. Pero, como suele suceder, quienes insisten en conseguir todo corren el riesgo de quedarse sin nada.