PRAGA – En los países ricos del mundo, los escolares han abandonado las aulas y han salido a las calles llamando a la acción contra el cambio climático. Su inspiración es Greta Thunberg, activista sueca de 16 años que acusa a los medios y los políticos de ignorar el calentamiento global y quiere que “sintamos pánico”. Para el 15 de marzo hay planeado un día de acción global.
Si bien la pasión de los estudiantes es admirable, están desorientados en el objeto de su protesta. Esto se debe en gran medida a los adultos, que tienen que asumir la responsabilidad de asustarlos innecesariamente sobre el cambio climático. No es de sorprender, que los pequeños sientan miedo cuando los mayores pintan una imagen tan aterradora del calentamiento global.
Para comenzar, políticos prominentes y gran parte de los medios hanpriorizado el cambio climático por sobre otros problemas que enfrenta el planeta. En septiembre pasado, el Secretario General de las Naciones Unidas António Guterres calificó el cambio climático como una “amenaza existencial directa” que puede convertirse en un problema “desbocado”. Apenas el mes pasado TheNew York Times publicó una columna en primera plana sobre el tema, titulada “Time to Panic” (Tiempo de sentir pánico). Y algunos políticos destacados, así como muchos activistas, han citado el último informe del Panel Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC) para sugerir que el mundo se acabaría en 12 años más.
Esta normalización de palabras extremas refleja décadas de alarmismo sobre el cambio climático. El clip más conocido de la película An Inconvenient Truth (Una verdad incómoda) de 2006 de Al Gore muestra los efectos de una elevación de 6 metros del nivel del mar en Florida, Nueva York, Holanda, Bangladés y Shanghái, omitiendo el hecho de que eso es siete veces peor que el peor de los escenarios.
Un informe por separado de ese año describía como este alarmismo “podría incluso convertirse en secretamente excitante, en la práctica una forma de porno climático”. Y en 2007, TheWashington Postpublicaba en un reportaje que “para muchos niños y adultos jóvenes, el calentamiento global es el equivalente actual a la bomba atómica.”
Cuando el lenguaje deja de asustar, pasa a intensificarse. Por ejemplo, el activista ambiental británico George Monbiot ha sugerido que el término “cambio climático” ya no es adecuado y que habría que reemplazarlo por “colapso climático catastrófico.”
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Los materiales educativos no ayudan mucho, tampoco. Un manual escolar de geografía con apoyo oficial sugiere que el calentamiento global será peor que las hambrunas, las plagas o la guerra nuclear, mientras que Education Scotland ha recomendadoEl Día Después como adecuada para educar sobre el cambio climático. Recordemos que en esta película el cambio climático produce un congelamiento mundial y la inundación de Nueva York por una masa de 15 metros de agua, lobos comehombres escapan del zoo y –alerta de spoiler- el helicóptero congelado de la Reina Isabel II cae desde las alturas.
La realidad vendería muchos menos periódicos. Sí, el calentamiento global es un problema, pero no de los niveles catastróficos que nos anuncian. El IPCC estima que el impacto global del calentamiento global para la década de los 2070 será equivalente a una pérdida de ingreso de entre el 0,2 y el 2%, algo similar a una recesión en la próxima mitad de siglo. El panel dice también que el cambio climático tendrá un “pequeño” impacto económico en comparación con los cambios en la población, edad, ingresos, tecnología, precios relativos, estilo de vida, normativas y gobernanza.
Y mientras los medios exhiben los aterradores efectos de cada huracán, el IPCC ve que “a nivel mundial, se puede confiar poco en la atribución de cambios [en los huracanes] a la influencia humana”. Es más, el número de huracanes que tocan tierra en los Estados Unidos ha bajado, así como la cantidad de huracanes de alta intensidad. Ajustados por población y riqueza, los costes de los huracanes muestran “ninguna tendencia”, según un nuevo estudio publicado en la revista Nature.
Otro estudio publicado por Nature muestra que, si bien el cambio climático elevará los daños de los huracanes, nuestra mayor riqueza nos hará cada vez más resistentes. Hoy en día, los huracanes le cuestan al mundo un 0,04% del PIB, pero en 2100, incluso con calentamiento global, costarán la mitad de eso, o un 0,02% del PIB. Y, contrariamente a lo que anuncian los frenéticos reportajes de los medios, el coste global relativo de todas las condiciones climáticas extremas ha estado declinando, no aumentando, desde 1990.
Quizás incluso más sorprendente es que la cantidad de personas que mueren cada año como consecuencia de catástrofes relacionadas con el clima se haya desplomado en un 95% a lo largo del siglo pasado, desde casi medio millón a menos de 20.000 hoy, todo esto mientras la población planetaria se ha cuadruplicado.
Mientras tanto, décadas de catastrofismo nos han llevado casi a ningún sitio. Han dado motivos a gestos políticos altisonantes, como los recortes poco realistas en emisiones de dióxido de carbono a los que casi cada país se ha comprometido en el acuerdo climático de París de 2015. En total, el coste de estos recortes será de entre $1 y 2 billones por año. Pero la suma de estas promesas es menos del 1% de lo que se necesita, y los últimos análisis muestran que son muy pocos los países que están cumpliendo esos compromisos.
En este respecto, los jóvenes manifestantes están en lo cierto: el mundo sí está fracasando en dar solución al cambio climático. Pero también fracasará la política que se impulsa (promesas incluso mayores de recortes a las emisiones de carbono), porque la energía verde todavía no está lista. Las energías solar y eólica proporcionan en la actualidad menos del 1% de la energía mundial, y ya precisan de subsidios de $129 mil millones al año. El mundo tiene que invertir más en investigación y desarrollo de energías verdes para hacer que los precios de las renovables caigan por debajo de los precios de los combustibles fósiles, para que todos nos pasemos a ellos.
Y si bien los medios describen las protestas climáticas de los jóvenes como “mundiales”, se han realizado casi exclusivamente en países ricos que han superado los problemas de supervivencia más urgentes. Una encuesta verdaderamente global muestra que el cambio climático es una de las menores prioridades de la gente, muy por detrás de salud, educación y empleos.
En el mundo occidental, décadas de exageración sobre el cambio climático han generado temor en los niños, titulares febriles y promesas políticas grandilocuentes que no se han podido cumplir. Necesitamos un enfoque más tranquilo que dé respuesta al cambio climático sin asustarnos innecesariamente y que preste atención a los muchos otros retos que enfrenta el planeta.
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Not only did Donald Trump win last week’s US presidential election decisively – winning some three million more votes than his opponent, Vice President Kamala Harris – but the Republican Party he now controls gained majorities in both houses on Congress. Given the far-reaching implications of this result – for both US democracy and global stability – understanding how it came about is essential.
By voting for Republican candidates, working-class voters effectively get to have their cake and eat it, expressing conservative moral preferences while relying on Democrats to fight for their basic economic security. The best strategy for Democrats now will be to permit voters to face the consequences of their choice.
urges the party to adopt a long-term strategy aimed at discrediting the MAGA ideology once and for all.
PRAGA – En los países ricos del mundo, los escolares han abandonado las aulas y han salido a las calles llamando a la acción contra el cambio climático. Su inspiración es Greta Thunberg, activista sueca de 16 años que acusa a los medios y los políticos de ignorar el calentamiento global y quiere que “sintamos pánico”. Para el 15 de marzo hay planeado un día de acción global.
Si bien la pasión de los estudiantes es admirable, están desorientados en el objeto de su protesta. Esto se debe en gran medida a los adultos, que tienen que asumir la responsabilidad de asustarlos innecesariamente sobre el cambio climático. No es de sorprender, que los pequeños sientan miedo cuando los mayores pintan una imagen tan aterradora del calentamiento global.
Para comenzar, políticos prominentes y gran parte de los medios hanpriorizado el cambio climático por sobre otros problemas que enfrenta el planeta. En septiembre pasado, el Secretario General de las Naciones Unidas António Guterres calificó el cambio climático como una “amenaza existencial directa” que puede convertirse en un problema “desbocado”. Apenas el mes pasado TheNew York Times publicó una columna en primera plana sobre el tema, titulada “Time to Panic” (Tiempo de sentir pánico). Y algunos políticos destacados, así como muchos activistas, han citado el último informe del Panel Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC) para sugerir que el mundo se acabaría en 12 años más.
Esta normalización de palabras extremas refleja décadas de alarmismo sobre el cambio climático. El clip más conocido de la película An Inconvenient Truth (Una verdad incómoda) de 2006 de Al Gore muestra los efectos de una elevación de 6 metros del nivel del mar en Florida, Nueva York, Holanda, Bangladés y Shanghái, omitiendo el hecho de que eso es siete veces peor que el peor de los escenarios.
Un informe por separado de ese año describía como este alarmismo “podría incluso convertirse en secretamente excitante, en la práctica una forma de porno climático”. Y en 2007, TheWashington Postpublicaba en un reportaje que “para muchos niños y adultos jóvenes, el calentamiento global es el equivalente actual a la bomba atómica.”
Cuando el lenguaje deja de asustar, pasa a intensificarse. Por ejemplo, el activista ambiental británico George Monbiot ha sugerido que el término “cambio climático” ya no es adecuado y que habría que reemplazarlo por “colapso climático catastrófico.”
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La realidad vendería muchos menos periódicos. Sí, el calentamiento global es un problema, pero no de los niveles catastróficos que nos anuncian. El IPCC estima que el impacto global del calentamiento global para la década de los 2070 será equivalente a una pérdida de ingreso de entre el 0,2 y el 2%, algo similar a una recesión en la próxima mitad de siglo. El panel dice también que el cambio climático tendrá un “pequeño” impacto económico en comparación con los cambios en la población, edad, ingresos, tecnología, precios relativos, estilo de vida, normativas y gobernanza.
Y mientras los medios exhiben los aterradores efectos de cada huracán, el IPCC ve que “a nivel mundial, se puede confiar poco en la atribución de cambios [en los huracanes] a la influencia humana”. Es más, el número de huracanes que tocan tierra en los Estados Unidos ha bajado, así como la cantidad de huracanes de alta intensidad. Ajustados por población y riqueza, los costes de los huracanes muestran “ninguna tendencia”, según un nuevo estudio publicado en la revista Nature.
Otro estudio publicado por Nature muestra que, si bien el cambio climático elevará los daños de los huracanes, nuestra mayor riqueza nos hará cada vez más resistentes. Hoy en día, los huracanes le cuestan al mundo un 0,04% del PIB, pero en 2100, incluso con calentamiento global, costarán la mitad de eso, o un 0,02% del PIB. Y, contrariamente a lo que anuncian los frenéticos reportajes de los medios, el coste global relativo de todas las condiciones climáticas extremas ha estado declinando, no aumentando, desde 1990.
Quizás incluso más sorprendente es que la cantidad de personas que mueren cada año como consecuencia de catástrofes relacionadas con el clima se haya desplomado en un 95% a lo largo del siglo pasado, desde casi medio millón a menos de 20.000 hoy, todo esto mientras la población planetaria se ha cuadruplicado.
Mientras tanto, décadas de catastrofismo nos han llevado casi a ningún sitio. Han dado motivos a gestos políticos altisonantes, como los recortes poco realistas en emisiones de dióxido de carbono a los que casi cada país se ha comprometido en el acuerdo climático de París de 2015. En total, el coste de estos recortes será de entre $1 y 2 billones por año. Pero la suma de estas promesas es menos del 1% de lo que se necesita, y los últimos análisis muestran que son muy pocos los países que están cumpliendo esos compromisos.
En este respecto, los jóvenes manifestantes están en lo cierto: el mundo sí está fracasando en dar solución al cambio climático. Pero también fracasará la política que se impulsa (promesas incluso mayores de recortes a las emisiones de carbono), porque la energía verde todavía no está lista. Las energías solar y eólica proporcionan en la actualidad menos del 1% de la energía mundial, y ya precisan de subsidios de $129 mil millones al año. El mundo tiene que invertir más en investigación y desarrollo de energías verdes para hacer que los precios de las renovables caigan por debajo de los precios de los combustibles fósiles, para que todos nos pasemos a ellos.
Y si bien los medios describen las protestas climáticas de los jóvenes como “mundiales”, se han realizado casi exclusivamente en países ricos que han superado los problemas de supervivencia más urgentes. Una encuesta verdaderamente global muestra que el cambio climático es una de las menores prioridades de la gente, muy por detrás de salud, educación y empleos.
En el mundo occidental, décadas de exageración sobre el cambio climático han generado temor en los niños, titulares febriles y promesas políticas grandilocuentes que no se han podido cumplir. Necesitamos un enfoque más tranquilo que dé respuesta al cambio climático sin asustarnos innecesariamente y que preste atención a los muchos otros retos que enfrenta el planeta.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen