NEW HAVEN – Mientras la guerra hace estragos en Ucrania, las «Dos sesiones» anuales de China transmiten la imagen de un país en estado de negación. Durante la reunión del Partido Comunista y su órgano asesor en Pekín este mes, prácticamente nada se dijo sobre los trastornos sísmicos en el orden mundial, una omisión aún más flagrante considerando el profundo sentido de los chinos sobre su lugar especial en la historia. Con la intención completamente desenfadada de convertirse en una gran potencia, la China moderna bien puede estar ante una disyuntiva decisiva.
Dos documentos: el acuerdo de cooperación conjunta chino-rusa —firmado el 4 de febrero durante la apertura de los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín— y el Informe de trabajo —presentado el 5 de marzo por el primer ministro chino Li Keqiang ante la Asamblea Popular Nacional de China— encapsulan la desconexión de China. La amplia declaración de cooperación chino-rusa menciona la «amistad ilimitada entre ambos estados» e incluye una enumeración de sus intereses comunes cuya longitud casi hace perder el aliento, además de compromisos para abordar el cambio climático, la salud mundial, la cooperación económica, la política comercial, y ambiciones regionales y geoestratégicas. Es una advertencia para Occidente de que su nuevo adversario en Oriente es una combinación poderosa.
Sin embargo, apenas 29 días más tarde, para el primer ministro Li —quien presentó lo que a esta altura constituye el texto estándar de la receta anual china para el desarrollo y la prosperidad— todo seguía como siempre. Una lista familiar de reformas puso de relieve los compromisos en curso de China para reducir la pobreza, crear empleo, digitalizar, proteger el medio ambiente, solucionar los desafíos demográficos, prevenir enfermedades y una amplia gama de problemas económicos y financieros. Sin embargo, hubo un notorio ajuste al pronóstico económico —la meta de crecimiento para 2022, de «aproximadamente el 5,5%», aunque débil para los estándares chinos, fue en realidad ligeramente superior a la esperada— y algunos indicios de probable apoyo a las políticas por las autoridades fiscales, monetarias y regulatorias. Pero este informe de trabajo destaca porque limitó al máximo los comentarios sobre la agitación que reina en el mundo.
Sin embargo, China no puede quedar bien con Dios y con el diablo. No hay forma de mantener el rumbo, como sugiere Li, sin adherir al acuerdo de asociación con Rusia anunciado por Xi Jinping y Vladímir Putin. Muchos creían que Rusia y China se habían unido para dar forma a una gran estrategia que produciría una nueva Guerra Fría. Yo la llamé «el gambito de triangulación de China»: unirse con Rusia para acorralar a Estados Unidos, exactamente como el acercamiento chino-estadounidense logró acorralar hace 50 años a la ex Unión Soviética. EE. UU., arquitecto de la triangulación anterior, estaba ahora en la mira.
Sin embargo, en el transcurso de apenas un mes, la espantosa guerra de Putin contra Ucrania invirtió completamente ese concepto. Si China mantiene su nueva asociación con Rusia, se expone a ser considerada culpable por asociación. Así como Rusia quedó aislada por las sanciones draconianas de Occidente, que podrían devastar su economía durante décadas, China correría la misma suerte si profundiza su nueva asociación. Este resultado, por supuesto, se contradice completamente con las metas de desarrollo para China recién afirmadas por Li, pero representa un riesgo muy real si China mantiene su apoyo ilimitado a Rusia (entre otras cosas, limitando el impacto de las sanciones de Occidente) como implica una lectura literal del acuerdo del 4 de febrero.
Los líderes chinos parecen percibir este dilema insostenible. Después de que la invasión de Rusia a Ucrania fuera recibida con un silencio poco característico del Comité Permanente del Buró Político —los siete líderes principales del partido—, China recalcó el principio, que ha mantenido una y otra vez en su historia, de respetar la soberanía nacional. En la conferencia de seguridad de Múnich el mes pasado, el ministro de Relaciones Exteriores Wang Yi destacó este punto, junto con la insistencia china de larga data de no intervenir en los asuntos internos de otros estados, un argumento directamente relacionado con Taiwán.
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Pero en la Asamblea Popular Nacional, el 7 de marzo, Wang se plantó e insistió en que «China y Rusia avanzarán ininterrumpidamente en su asociación estratégica integral». Pareciera que Putin sabía perfectamente cuando visitó Pekín a principios de febrero que estaba tendiéndole una trampa a China.
Xi enfrenta ahora una decisión crítica. Es el líder en mejor situación en el mundo para lograr un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania. Para lograrlo debe enviar un fuerte mensaje a Putin de que la brutal invasión rusa cruza la línea roja de los principios chinos sobre soberanía territorial. Eso implica que tendrá que presentar una fuerte objeción a los esfuerzos Putin para reescribir la historia pos Guerra Fría y revivir a la Rusia imperial. Para negociar el fin del devastador conflicto que desató Putin, Xi tendrá que poner nuevamente sobre la mesa el compromiso de asociación del 4 de febrero como un elemento decisivo de negociación. Las perspectivas son sombrías para Rusia en el mejor de los casos; sin China, desaparecen. China tiene la carta del triunfo para la supervivencia final de la Rusia de Putin.
Es posible que el lugar del propio Xi en la historia también esté en juego. El 20.° Congreso del Partido tendrá lugar en Pekín este año. El principal componente de la agenda no es para nada secreto: el nombramiento sin precedentes de Xi como Secretario General del Partido durante un tercer quinquenio. Los observadores de China, entre los que me incluyo, suponemos desde hace mucho que nada se interpondrá a este resultado tan anunciado, pero la historia, y los eventos que le dan forma, tienen el extraño don de afectar el cálculo del liderazgo en todos los países. Esto no solo ocurre en las democracias como EE. UU., también sucede en autocracias como Rusia y China.
La opción para Xi es clara: puede mantener el curso fijado por el acuerdo del 4 de febrero con Rusia, lo que empañaría su imagen para siempre por las sanciones, el aislamiento y las tremendas presiones económicas y financieras que conllevaría esa postura. O puede negociar la paz que salvará al mundo y consolidar la posición de China como la de una gran potencia liderada por un gran estadista.
Como arquitecto del «sueño chino» y lo que considera el rejuvenecimiento aún más grande de una gran nación, no tiene alternativa. Mi apuesta es que Xi hará lo impensable: desactivar la amenaza rusa, antes de que sea demasiado tarde.
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Not only did Donald Trump win last week’s US presidential election decisively – winning some three million more votes than his opponent, Vice President Kamala Harris – but the Republican Party he now controls gained majorities in both houses on Congress. Given the far-reaching implications of this result – for both US democracy and global stability – understanding how it came about is essential.
By voting for Republican candidates, working-class voters effectively get to have their cake and eat it, expressing conservative moral preferences while relying on Democrats to fight for their basic economic security. The best strategy for Democrats now will be to permit voters to face the consequences of their choice.
urges the party to adopt a long-term strategy aimed at discrediting the MAGA ideology once and for all.
NEW HAVEN – Mientras la guerra hace estragos en Ucrania, las «Dos sesiones» anuales de China transmiten la imagen de un país en estado de negación. Durante la reunión del Partido Comunista y su órgano asesor en Pekín este mes, prácticamente nada se dijo sobre los trastornos sísmicos en el orden mundial, una omisión aún más flagrante considerando el profundo sentido de los chinos sobre su lugar especial en la historia. Con la intención completamente desenfadada de convertirse en una gran potencia, la China moderna bien puede estar ante una disyuntiva decisiva.
Dos documentos: el acuerdo de cooperación conjunta chino-rusa —firmado el 4 de febrero durante la apertura de los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín— y el Informe de trabajo —presentado el 5 de marzo por el primer ministro chino Li Keqiang ante la Asamblea Popular Nacional de China— encapsulan la desconexión de China. La amplia declaración de cooperación chino-rusa menciona la «amistad ilimitada entre ambos estados» e incluye una enumeración de sus intereses comunes cuya longitud casi hace perder el aliento, además de compromisos para abordar el cambio climático, la salud mundial, la cooperación económica, la política comercial, y ambiciones regionales y geoestratégicas. Es una advertencia para Occidente de que su nuevo adversario en Oriente es una combinación poderosa.
Sin embargo, apenas 29 días más tarde, para el primer ministro Li —quien presentó lo que a esta altura constituye el texto estándar de la receta anual china para el desarrollo y la prosperidad— todo seguía como siempre. Una lista familiar de reformas puso de relieve los compromisos en curso de China para reducir la pobreza, crear empleo, digitalizar, proteger el medio ambiente, solucionar los desafíos demográficos, prevenir enfermedades y una amplia gama de problemas económicos y financieros. Sin embargo, hubo un notorio ajuste al pronóstico económico —la meta de crecimiento para 2022, de «aproximadamente el 5,5%», aunque débil para los estándares chinos, fue en realidad ligeramente superior a la esperada— y algunos indicios de probable apoyo a las políticas por las autoridades fiscales, monetarias y regulatorias. Pero este informe de trabajo destaca porque limitó al máximo los comentarios sobre la agitación que reina en el mundo.
Sin embargo, China no puede quedar bien con Dios y con el diablo. No hay forma de mantener el rumbo, como sugiere Li, sin adherir al acuerdo de asociación con Rusia anunciado por Xi Jinping y Vladímir Putin. Muchos creían que Rusia y China se habían unido para dar forma a una gran estrategia que produciría una nueva Guerra Fría. Yo la llamé «el gambito de triangulación de China»: unirse con Rusia para acorralar a Estados Unidos, exactamente como el acercamiento chino-estadounidense logró acorralar hace 50 años a la ex Unión Soviética. EE. UU., arquitecto de la triangulación anterior, estaba ahora en la mira.
Sin embargo, en el transcurso de apenas un mes, la espantosa guerra de Putin contra Ucrania invirtió completamente ese concepto. Si China mantiene su nueva asociación con Rusia, se expone a ser considerada culpable por asociación. Así como Rusia quedó aislada por las sanciones draconianas de Occidente, que podrían devastar su economía durante décadas, China correría la misma suerte si profundiza su nueva asociación. Este resultado, por supuesto, se contradice completamente con las metas de desarrollo para China recién afirmadas por Li, pero representa un riesgo muy real si China mantiene su apoyo ilimitado a Rusia (entre otras cosas, limitando el impacto de las sanciones de Occidente) como implica una lectura literal del acuerdo del 4 de febrero.
Los líderes chinos parecen percibir este dilema insostenible. Después de que la invasión de Rusia a Ucrania fuera recibida con un silencio poco característico del Comité Permanente del Buró Político —los siete líderes principales del partido—, China recalcó el principio, que ha mantenido una y otra vez en su historia, de respetar la soberanía nacional. En la conferencia de seguridad de Múnich el mes pasado, el ministro de Relaciones Exteriores Wang Yi destacó este punto, junto con la insistencia china de larga data de no intervenir en los asuntos internos de otros estados, un argumento directamente relacionado con Taiwán.
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Xi enfrenta ahora una decisión crítica. Es el líder en mejor situación en el mundo para lograr un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania. Para lograrlo debe enviar un fuerte mensaje a Putin de que la brutal invasión rusa cruza la línea roja de los principios chinos sobre soberanía territorial. Eso implica que tendrá que presentar una fuerte objeción a los esfuerzos Putin para reescribir la historia pos Guerra Fría y revivir a la Rusia imperial. Para negociar el fin del devastador conflicto que desató Putin, Xi tendrá que poner nuevamente sobre la mesa el compromiso de asociación del 4 de febrero como un elemento decisivo de negociación. Las perspectivas son sombrías para Rusia en el mejor de los casos; sin China, desaparecen. China tiene la carta del triunfo para la supervivencia final de la Rusia de Putin.
Es posible que el lugar del propio Xi en la historia también esté en juego. El 20.° Congreso del Partido tendrá lugar en Pekín este año. El principal componente de la agenda no es para nada secreto: el nombramiento sin precedentes de Xi como Secretario General del Partido durante un tercer quinquenio. Los observadores de China, entre los que me incluyo, suponemos desde hace mucho que nada se interpondrá a este resultado tan anunciado, pero la historia, y los eventos que le dan forma, tienen el extraño don de afectar el cálculo del liderazgo en todos los países. Esto no solo ocurre en las democracias como EE. UU., también sucede en autocracias como Rusia y China.
La opción para Xi es clara: puede mantener el curso fijado por el acuerdo del 4 de febrero con Rusia, lo que empañaría su imagen para siempre por las sanciones, el aislamiento y las tremendas presiones económicas y financieras que conllevaría esa postura. O puede negociar la paz que salvará al mundo y consolidar la posición de China como la de una gran potencia liderada por un gran estadista.
Como arquitecto del «sueño chino» y lo que considera el rejuvenecimiento aún más grande de una gran nación, no tiene alternativa. Mi apuesta es que Xi hará lo impensable: desactivar la amenaza rusa, antes de que sea demasiado tarde.
Traducción al español por Ant-Translation