Chinese buildings STR | Stringer via getty images

Por qué China puede crecer según lo planeado

BEIJING – El décimo tercer plan quinquenal que China acaba de finalizar planifica su estrategia y ambición económicas para el período 2016-2020. Entre sus objetivos figuran una duplicación del PIB y los ingresos promedio de hogares rurales y urbanos con relación a sus niveles de 2010.

Estos objetivos exigirían que la economía de China creciera a una tasa anual promedio de por lo menos el 6,5% durante los próximos cinco años. Si bien este ritmo sería significativamente más lento que el crecimiento del 9,7% que el país ha promediado desde 1979, es incuestionablemente rápido en términos internacionales. Y, considerando que el crecimiento de China se ha desacelerado cada trimestre desde el inicio de 2010, algunos han cuestionado si es una meta alcanzable. Yo creo que sí.

El crecimiento económico resulta de incrementos en la productividad laboral causados por el progreso tecnológico y la actualización industrial. Los países de altos ingresos, ya a la vanguardia de la productividad, deben conseguir sus incrementos a través de avances tecnológicos y organizacionales; en consecuencia, su tasa de crecimiento típica es de aproximadamente el 3%. Los países en desarrollo, en cambio, podrían acelerar potencialmente el crecimiento de la productividad, y por ende el crecimiento del PIB, si pidieran prestados recursos tecnológicos a los países avanzados -valiéndose, en otras palabras, de la ventaja de los rezagados, como ha venido haciendo China.

El interrogante para China, después de 36 años de políticas para salir del atraso, es cuánto tiempo más puede seguir beneficiándose de este proceso. Algunos académicos creen que ya alcanzó sus límites. Apelan a datos históricos compilados por el historiador económico Angus Maddison para mostrar que otros países del este de Asia experimentaron una desaceleración del crecimiento económico después de que su PIB per capita alcanzara unos 11.000 dólares en términos de paridad de poder adquisitivo en relación a los precios constantes en dólares estadounidenses de 1990, o 17.000 dólares en precios constantes en dólares estadounidenses de 2005.

Por ejemplo, en los cinco años posteriores al momento en que Japón alcanzó ese nivel, su economía creció a una tasa anual promedio del 3,6%. En Corea del Sur, el crecimiento cayó a 4,8%. En Hong Kong, se desaceleró a 5,8%. Si, como se proyecta, China traspasa el mismo umbral en algún momento de este año, muchos creen que su crecimiento anual promedio en los próximos cinco años caerá muy por debajo del 7%.

No estoy de acuerdo. Lo que este análisis no tiene en cuenta es que los países avanzados no están sentados de brazos cruzados; están creciendo y haciendo progresos tecnológicos. Y eso crea oportunidades para que los países en desarrollo sigan aprendiendo.

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Quienes predicen una desaceleración en China hacen lo correcto al analizar su PIB per capita, que es un reflejo de la productividad laboral promedio de un país y, por ende, el nivel de su progreso técnico e industrial. Pero el mejor indicador del crecimiento potencial de China no es su PIB per capita en relación a algún umbral arbitrario; es la diferencia en el PIB per capita entre China y Estados Unidos, la economía más avanzada del mundo. Y, si se tiene en cuenta este patrón, China tiene mucho margen para expandirse.

Cuando Japón cruzó el umbral de los 11.000 dólares en 1972, su PIB per capita era 72% del nivel de Estados Unidos. Cuando Taiwán lo traspasó en 1992, su PIB per capita era 48% del de Estados Unidos. La cifra comparable para China hoy es apenas 30% aproximadamente.

En 2008 -el último año del cual Maddison proporcionó cifras antes de morir en 2010- el PIB per capita de China era 21% del nivel de Estados Unidos. Si examinamos cómo se desempeñaron otras economías del este de Asia cuando estuvieron en un punto similar en comparación con Estados Unidos, podemos estimar el potencial de crecimiento de China.

El PIB per capita de Japón era 21% del de Estados Unidos en 1951, y en los 20 años siguientes creció a una tasa promedio del 9,2%. En las dos décadas posteriores a que Singapur alcanzara ese nivel en 1967, creció a un promedio del 8,6%. Y la historia es similar en Taiwán, Hong Kong y Corea del Sur: en los 20 años luego de que su PIB per capita era 21% del nivel de Estados Unidos, crecieron alrededor del 8%. No hay ninguna razón para no creer que China pueda hacer lo mismo hasta 2018.

La desaceleración actual de la economía china es el resultado de factores externos y cíclicos, no de un cierto límite natural. China ha venido sufriendo las consecuencias de la crisis financiera de 2008 y la caída de la demanda de exportaciones. De 1979 a 2013, el crecimiento anual de las exportaciones promedió el 16,8%. En 2014, cayó al 6,1%. En el año 2015, se desmoronó aún más, a -1,8%.

Este estorbo proveniente del exterior probablemente continúe, ya que la política en los países desarrollados dificulta los esfuerzos por implementar las reformas estructurales -como reducción de salarios, disminución de los beneficios sociales, desapalancamiento financiero y consolidación de los déficits presupuestarios- necesarias para reanimar el crecimiento económico. Por cierto, al igual que Japón a partir de 1991, gran parte del mundo desarrollado corre el riesgo de experimentar décadas perdidas.

Para lograr sus objetivos de crecimiento, China tendrá que depender de la demanda interna, incluida la inversión y el consumo. Afortunadamente, tiene fuertes perspectivas en ambas áreas. A diferencia de los países desarrollados, a los que suele costarles encontrar oportunidades de inversión productivas, China puede llevar a cabo mejoras en infraestructura, esfuerzos de urbanización, gestión ambiental e industrias de alta tecnología. Y, a diferencia de muchos de sus rivales entre los países en desarrollo, China tiene un amplio espacio fiscal, ahorros de hogares y reservas en moneda extranjera para este tipo de inversiones. Las inversiones generarán empleos, ingresos de los hogares y consumo.

En consecuencia, inclusive si las condiciones externas no mejoran, alcanzar un crecimiento anual del 6,5% y más está perfectamente dentro de las posibilidades de China. En ese caso, el país seguirá siendo el principal motor económico del mundo, aportando alrededor del 30% del crecimiento global hasta por lo menos 2020.

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