LONDRES – Tal vez resulte sorprendente que, con todos los desafíos que enfrentan actualmente los bancos centrales, su contribución a la lucha contra el cambio climático haya escalado posiciones para acercarse a los primeros puestos de la lista en la agenda de los responsables de las políticas; pero una mirada más atenta revela el porqué: es posible que los balances de los bancos centrales —que se agigantaron después de una década de programas de compra de activos (la llamada flexibilización cuantitativa)— muestren un sesgo a favor de activos que impiden la transición hacia una economía verde.
LONDRES – Tal vez resulte sorprendente que, con todos los desafíos que enfrentan actualmente los bancos centrales, su contribución a la lucha contra el cambio climático haya escalado posiciones para acercarse a los primeros puestos de la lista en la agenda de los responsables de las políticas; pero una mirada más atenta revela el porqué: es posible que los balances de los bancos centrales —que se agigantaron después de una década de programas de compra de activos (la llamada flexibilización cuantitativa)— muestren un sesgo a favor de activos que impiden la transición hacia una economía verde.