69b24a0346f86fe80eee6703_jo4265c.jpg John Overmyer

¿Podría el sol salvar a Grecia?

BRUSELAS – El ministro alemán de Hacienda, Wolfgang Schäuble, ha señalado que el desarrollo de recursos energéticos verdes sería una forma adecuada para crear un crecimiento económico muy necesario en Grecia. En el papel, parece una solución perfecta para los terribles problemas fiscales del país: según Schäuble, Grecia podría exportar electricidad solar a Alemania.

A primera vista, la de monetizar un recurso natural abundante (la energía solar) para fortalecer las cuentas nacionales parece una idea lógica, en particular en vista de que la electricidad en la Europa central y septentrional está volviéndose más escasa y cara a consecuencia de la decisión adoptada este año por Alemania de eliminar progresivamente la energía nuclear, pero, ¿de verdad ha encontrado Schäuble una bala mágica para rebajar los precios de la electricidad en Alemania y al tiempo restablecer el crecimiento económico en Grecia? Sí y no.

En primer lugar, la mala noticia: la electricidad actualmente producida en las instalaciones fotovoltaicas dista de ser competitiva en materia de precios con las tecnologías tradicionales. La “paridad con la red” –en el sentido de que el costo de la electricidad producida por una placa solar en un tejado sea igual al de la electricidad procedente del enchufe en la pared– no se conseguirá hasta mediados de este decenio.

Incluso entonces, la energía solar seguirá siendo más cara que la electricidad producida de forma tradicional, porque la “paridad con la red” excluye los costos de transmisión y distribución, que suelen representar la mitad, aproximadamente, del precio final de la electricidad. Además, aun cuando la energía solar fuera competitiva, exportarla a Alemania no tendría sentido económicamente: no existen las líneas de transmisión necesarias y las pérdidas de energía que entraña el transporte de electricidad por largas distancias son disuasorias para la inversión en su construcción.

De hecho, los precios de la electricidad en Alemania no son sistemáticamente mayores que en Grecia, que en la actualidad es importadora de electricidad. A consecuencia de ello, la electricidad solar griega sólo serviría, por encima de todo, para substituir la generación tradicional y más cara en Grecia.

Ni siquiera la reducción de la necesidad de importaciones de combustible (la cuarta parte de la electricidad de Grecia se produce con petróleo y gas) tendría una gran repercusión en la cuenta corriente griega. Al fin y al cabo, como no es probable que se puedan producir dentro del país las placas solares, se tendrá que importarlas.

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Dicho en pocas palabras, el problema estriba en que la producción de electricidad solar no promete grandes beneficios. Requiere gran cantidad de capital y sólo se crearía un pequeño número de puestos de trabajo (para el montaje de las placas). Aun cuando Grecia pudiera producir electricidad solar excedente, las exportaciones reportarían pocos ingresos, porque con la tecnología normalizada las empresas y los países apenas pueden obtener ventajas en materia de productividad. En cuanto la electricidad solar resulte competitiva en Grecia, otros países con niveles similares de irradiación (España, Italia, Portugal, Bulgaria, etcétera) entrarán en el mercado, lo que acercará rápidamente los precios de la electricidad al costo de producción, a medida que la capacidad para generar energía solar en Europa se acerque a la demanda de electricidad.

Pero, si bien Grecia no puede abrigar con sensatez la esperanza de que un desarrollo en gran escala de los sistemas fotovoltaicos la conviertan en la Arabia Saudí de la electricidad solar, Schäuble tiene razón al señalar que producirla en Grecia tiene más sentido que hacerlo en Alemania. De hecho, el apoyo alemán a la energía solar va encaminado a reducir el costo de las placas solares, que es la justificación principal para pagar un precio alto a los proveedores (actualmente, unos €200/MWh, frente a los actuales precios de la electricidad de €55/Mwh, aproximadamente).

Naturalmente, la reducción del costo no depende de dónde se produzca el desarrollo: utilizar dinero alemán para apoyar el despliegue solar en la soleada Grecia sería más eficiente que utilizarlo para apoyar el despliegue en la más nublada Alemania. Un sistema fotovoltaico instalado en Grecia podría sufragar un porcentaje mayor de su costo, por lo que necesitaría menores subvenciones.

La forma mejor de velar por que el dinero alemán y el sol griego apoyen el desarrollo de la tecnología de la energía solar sería la de aplicar un «sistema verde certificado» europeo. Conforme a un sistema semejante, todos los proveedores europeos de electricidad tendrían que garantizar que cierto porcentaje de la electricidad que vendieran procedía de fuentes de energía renovables. Se podrían diferenciar las metas de los proveedores para reflejar los diversos potenciales de los países con vistas a desplegar las renovables o desarrollar industrias de tecnología renovable.

Los países que puedan desplegar más renovables (por ejemplo, Grecia) podrán después vender los certificados a países que necesiten más (por ejemplo, Alemania), con lo que el apoyo alemán a las renovables resultaría más barato y produciría algunos ingresos en Grecia, sin comprometer el despliegue de las renovables europeas, pero nadie debe abrigar la esperanza de encontrar una mina de oro solar.

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