Los debates sobre los alimentos modificados genéticamente (MG) abarcan todos los rincones del globo. Aunque muchas de las preocupaciones sobre los alimentos MG son legítimas, esos debates reflejan principalmente los intereses de los países desarrollados. No obstante, las naciones que se enfrentan a amenazas constants a su suministro de alimentos consideran que el acceso a las nuevas técnicas biotecnológicas son esenciales para su desarrollo. Sus esperanzas de utilizar esas tecnologías de manera segura y responsible se ven amenazadas por el activismo ambiental y de los consumidores de los países industrializados.
Dado que la mayoría de los productos biotecnológicos se producen y consumen en unos cuantos países (Estados Unidos, Canadá, Argentina y China) se ha abierto una „brecha genética“ entre los países ricos y los pobres. Esta brecha seguramente provocará serios problemas debido a la importancia creciente de la biotecnología en la producción agrícola, el cuidado de la salud y el manejo ambiental.
Las posibilidades para cerrar la brecha estarán determinadas por al menos tres factores relacionados entre sí:
· La forma en que se resuelvan los debates sobre la seguridad de los alimentos modificados genéticamente.
· Que los países en desarrollo asuman la responsabilidad de construir las bases para participar en la cooperación internacional en materia de investigación biotecnológica.
· Que los países industrializados compartan tecnología y experiencias con un círculo más amplio de países en desarrollo.
En este momento, esas perspectivas no son muy halagüeñas. Varios países industrializados están reduciendo los apoyos para los programas internacionales de investigación biotecnológica enfocados a cubrir las necesidades de los países en desarrollo. Otros, se muestran reacios a aprobar programas internacionales de cooperación en la materia por temor a las reacciones políticas de los grupos ambientalistas y de consumidores.
Para complicar más las cosas, las organizaciones internacionales como la FAO y el Grupo Consultivo sobre la Investigación Agrícola Internacional (CGIAR) (creado expresamente para promover la seguridad global en material de alimentos) no pueden asumir un liderazgo en este tema, por las señales contradictorias de los gobiernos. Así, los mensajes emitidos por estos organismos son confusos y sus acciones están paralizadas.
Sin embargo, la culpa no está toda de un solo lado. Aunque la mayoría de los países en desarrollo están interesados en utilizar la biotecnología para satisfacer sus necesidades alimentarias, de salud y ambientales, sus políticas y recursos no se corresponden con esos deseos. Apenas un puñado de países en desarrollo (incluyendo a China, la India, Brasil y Argentina) tienen políticas claras sobre biotecnología. Se necesita hacer más en casi todas partes para alinear las políticas gubernamentales con las mejores prácticas globales.
Además, la mayoría de los países en desarrollo carecen de una regulación adecuada para garantizar la seguridad, proteger la inversión extranjera y promover la cooperación internacional mediante investigaciones locales más sólidas. La ausencia de reglamentos internos de seguridad hace que los países sean vulnerables ante las influencias externas, sobre todo a las fuerzas que quieren limitar el uso de la biotecnología. Todavía más significativa resulta la debilidad de las bases institucionales y científicas dentro de los países en desarrollo.
Ha llegado la hora de que los países en desarrollo revisen su infraestructura para la investigación y rediseñen sus universidades con el fin de orientarlas hacia metas económicas. Muchas de las universidades de los países en desarrollo siguen enfocadas a producir principalmente funcionarios gubernamentales, aunque el empleo en el sector público está disminuyendo. Dado que hay una escasez mundial de expertos científicos y técnicos en diversos campos, los países en desarrollo deben reorientar sus universidades hacia esas áreas.
También se necesita una mejor utilización de los recursos humanos. Los países en desarrollo lamentan la migración de científicos hacia los países industrializados, pero es poco lo que hacen para asegurar que esos científicos puedan contribuir desde donde sea que se encuentren. Las viejas ideas sobre la „fuga de cerebros“ deben dar paso a enfoques más creativos para el aprovechamiento de las habilidades en un mundo globalizado. En efecto, los avances en la tecnología de las comunicaciones permiten la utilización eficiente de los recursos humanos sin que importe su ubicación geográfica.
Al regresar a casa, los inventores de los países en desarrollo pronto comenzarán a exigir que los frutos del trabajo intelectual reciban el mismo nivel de respeto y protección que se les da a sus contrapartes en otros lugares del mundo. No obstante, los gobiernos de los países en desarrollo también deben garantizar que los patrones internacionales, como la protección a la propiedad intelectual, reflejen valores sociales más amplios, como se reconoce ya en el Acuerdo sobre la Propiedad Intelectual Relacionada con el Comercio (TRIPS) de la Organización Mundial de Comercio. Puede resultar difícil encontrarle la cuadratura a ese círculo, pero se debe hacer el esfuerzo.
Esos intentos pueden tener resultado si se permite que la ciencia ocupe un lugar adecuado y central en la sociedad. Los países que faciliten el flujo de conocimientos entre los diversos sectores de la sociedad estarán en mejor posición para hacer uso de los avances de la biotecnología. Aquéllos que no consigan rediseñar sus instituciones sociales quedarán marginados de campos nuevos e importantes.
Aun si se llevan a cabo con seriedad, los esfuerzos de los países en desarrollo no conducirán a nada a menos que la naciones industrializadas amplíen su cooperación con ellos mediante la creación de una verdadera capacidad científica en universidades e institutos de investigación del mundo en desarrollo. La decisión reciente de Monsanto de poner en el dominio público los datos de la secuencia del arroz debe ser el principio de un programa que involucre a más países en desarrollo.
Salvar la „brecha genética“ exigirá un esfuerzo entre todos los países. El punto de partida clave es que los países en desarrollo especifiquen con claridad sus objetivos de política y busquen participar en esfuerzos internacionales conjuntos con los países industrializados desde una perspectiva política mejor informada. Cualquier medida que no cumpla con este requisito básico sólo logrará ampliar la brecha.
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