LONDRES – El 9 de julio, los líderes de las principales economías del mundo se reunirán en L'Aquila, Italia, en el Foro de las Grandes Economías (MEF, tal su sigla en inglés) para discutir los progresos hacia un nuevo acuerdo climático global. En seis meses, se supone que se sellará un convenio en Copenhague, de manera que la reunión del MEF tiene lugar en un momento vital. Cuando muchos de los mismos líderes se reunieron en abril para afrontar la crisis económica, acertadamente se comprometieron a hacer "lo que fuera necesario". El mismo espíritu tiene que animar el encuentro de L'Aquila.
Existe una enorme voluntad de que así sea. El nuevo gobierno norteamericano está respaldando una fuerte acción por parte de Estados Unidos. China se está planteando objetivos ambiciosos para reducir la intensidad de energía y hacer inversiones masivas en energía renovable. India ha presentado su propio plan de acción. Europa fijó el objetivo de reducir las emisiones en un 30% por debajo de los niveles de 1990 para 2020 si existe un acuerdo global ambicioso. Japón ha publicado sus propuestas para importantes reducciones de carbono. En todo el mundo, se han hecho compromisos.
Sin embargo, siguen existiendo desafíos prácticos. Lo que se está pidiendo es que las emisiones globales sean inferiores a la mitad de sus niveles de 1990 para 2050, después de alcanzar un pico antes de 2020. Ya que las emisiones de los países en desarrollo son, en términos generales, inferiores a las del mundo desarrollado -y tendrán que seguir aumentando en el corto plazo mientras mantienen el crecimiento económico y encaran la pobreza- se ha propuesto que los países desarrollados recorten las emisiones en por lo menos el 80% en relación a 1990 para 2050, al mismo tiempo que se toman medidas importantes para alcanzar este objetivo en la próxima década.
Los países en desarrollo también tendrán que hacer su parte, desacelerando significativamente las emisiones y alcanzando su pico máximo de crecimiento en las próximas décadas. Para Estados Unidos, estos compromisos significarían recortar las emisiones a aproximadamente una décima parte del nivel per capita actual, mientras que para China implicaría crear un nuevo modelo de desarrollo económico reducido en carbono. Para todos los países, este es un desafío importante -una revolución que implica un gigantesco cambio de política.
La buena noticia es que si nos concentramos en objetivos claros, prácticos y alcanzables, se pueden hacer reducciones importantes para asegurar que, no importa cual fuera el objetivo preciso de mediano plazo, el mundo diseñe una nueva estrategia radical en un plazo manejable. Un nuevo informe del proyecto "Breaking the Climate Deadlock" (Destrabando el atolladero climático), una sociedad estratégica entre mi oficina y The Climate Group, demuestra que se pueden implementar reducciones importantes incluso para 2020 si centramos la acción en ciertas tecnologías clave, si aplicamos políticas que hayan resultado efectivas y si invertimos ahora en desarrollar esas tecnologías futuras que demorarán en madurar.
Quizás el dato más interesante que surge sea que el 70% de las reducciones necesarias para 2020 se pueden lograr invirtiendo en tres áreas: aumentando la eficiencia energética, reduciendo la deforestación y utilizando fuentes de energía bajas en carbono, incluso nucleares y renovables. Implementar apenas siete políticas comprobadas -normas de energía renovable (por ejemplo, precios fijos regulados o normas de carteras renovables); medidas de eficiencia industrial; códigos de edificación; normas de eficiencia vehicular; normas de contenido de combustible; normas de electrodomésticos, y políticas para menores emisiones causadas por la deforestación y la degradación (REDD, tal su sigla en inglés)- puede permitir estas reducciones.
Las siete políticas ya han sido implementadas exitosamente en países de todo el mundo, pero es necesario incrementarlas progresivamente. Mientras los sistemas de comercialización de derechos de emisión u otros medios de ponerle un precio a las emisiones de carbono pueden ayudar a ofrecer incentivos para que las empresas inviertan en soluciones bajas en carbono, en el corto plazo al menos, estas siete medidas -así como acciones directas e inversiones implementadas por los gobiernos- son necesarias para alcanzar los objetivos.
En el más largo plazo, también necesitamos tecnologías como la captura y almacenamiento de carbono (CCS, tal su sigla en inglés), una energía nuclear ampliada y nuevas generaciones de energía solar, junto con el desarrollo de tecnologías cuyo potencial o incluso existencia todavía es desconocido. Lo importante para Copenhague es que se tomen decisiones ahora que darán beneficios más adelante.
Por ejemplo, la abrumadora mayoría de las nuevas centrales de energía en China e India -necesarias para impulsar la industrialización que sacará a cientos de millones de personas de la pobreza- estarán alimentadas a carbón. Esto no es más que un hecho. De manera que desarrollar CCS o una alternativa que permita que el carbón se convierta en energía limpia es esencial para alcanzar el objetivo de 2050. Pero necesitamos invertir ahora, de manera seria y mediante la colaboración global, de manera que para 2020 estemos en condiciones de aumentar progresivamente el procedimiento de CCS o estar preparados para poner en marcha otras alternativas.
El renacimiento de la energía nuclear requerirá una gran expansión de científicos e ingenieros calificados. Los vehículos eléctricos necesitarán grandes ajustes de infraestructura. Los sistemas de grilla inteligente pueden permitir grandes ahorros de emisiones, pero exigen un plan para poder ser implementados. Estas medidas llevarán tiempo, pero requieren inversiones ahora. Mientras tanto, en el corto plazo, la iluminación de bajo consumo de energía y los motores industriales eficientes pueden sonar obvios, pero estamos lejos de utilizarlos todo lo que podríamos.
De manera que sabemos lo que tenemos que hacer, y tenemos las herramientas para lograr nuestros objetivos. Los líderes del MEF por lo tanto pueden confiar en adoptar los objetivos de mediano y largo plazo recomendados por la comunidad científica: mantener el calentamiento a menos de dos grados Celsius; llegar a un pico de emisiones en el lapso de la próxima década, y al menos reducir a la mitad las emisiones globales para 2050 con respecto a 1990.
Los países desarrollados podrán comprometerse a reducir sus emisiones en un 80% en comparación con 1990 para mediados de siglo, como ya lo han hecho muchos de ellos, y ofrecer el respaldo financiero y tecnológico necesario para los esfuerzos de adaptación y mitigación de los países en desarrollo. Con ese respaldo, los países en desarrollo a su vez necesitarán diseñar e implementar "Planes de crecimiento reducidos en carbono" que desaceleren significativamente el crecimiento de las emisiones y que, llegado el caso, ayuden a que se alcance un pico de emisiones. Al efectuar estos compromisos, los líderes del MFE, cuyos países representan más de las tres cuartas partes de las emisiones globales, sentarían una base firme para el éxito en Copenhague.
Entre L'Aquila y Copenhague, sin duda habrá discusiones difíciles sobre los objetivos de mediano plazo para los países desarrollados. Si bien esos objetivos son importantes, lo que más importa es el acuerdo sobre las medidas que en definitiva colocarán al mundo en un nuevo sendero hacia un futuro con bajas emisiones de carbono.
Durante años, el énfasis se puso, acertadamente, en persuadir a la gente de que debe haber "voluntad" suficiente para afrontar el cambio climático. Pero los líderes, que luchan por hacer frente a este desafío incluso en medio de la crisis económica, necesitan saber que también existe "una manera". Sólo combinando ambas tendremos éxito. Afortunadamente, esa manera -inmensamente desafiante pero de todos modos factible- existe.
LONDRES – El 9 de julio, los líderes de las principales economías del mundo se reunirán en L'Aquila, Italia, en el Foro de las Grandes Economías (MEF, tal su sigla en inglés) para discutir los progresos hacia un nuevo acuerdo climático global. En seis meses, se supone que se sellará un convenio en Copenhague, de manera que la reunión del MEF tiene lugar en un momento vital. Cuando muchos de los mismos líderes se reunieron en abril para afrontar la crisis económica, acertadamente se comprometieron a hacer "lo que fuera necesario". El mismo espíritu tiene que animar el encuentro de L'Aquila.
Existe una enorme voluntad de que así sea. El nuevo gobierno norteamericano está respaldando una fuerte acción por parte de Estados Unidos. China se está planteando objetivos ambiciosos para reducir la intensidad de energía y hacer inversiones masivas en energía renovable. India ha presentado su propio plan de acción. Europa fijó el objetivo de reducir las emisiones en un 30% por debajo de los niveles de 1990 para 2020 si existe un acuerdo global ambicioso. Japón ha publicado sus propuestas para importantes reducciones de carbono. En todo el mundo, se han hecho compromisos.
Sin embargo, siguen existiendo desafíos prácticos. Lo que se está pidiendo es que las emisiones globales sean inferiores a la mitad de sus niveles de 1990 para 2050, después de alcanzar un pico antes de 2020. Ya que las emisiones de los países en desarrollo son, en términos generales, inferiores a las del mundo desarrollado -y tendrán que seguir aumentando en el corto plazo mientras mantienen el crecimiento económico y encaran la pobreza- se ha propuesto que los países desarrollados recorten las emisiones en por lo menos el 80% en relación a 1990 para 2050, al mismo tiempo que se toman medidas importantes para alcanzar este objetivo en la próxima década.
Los países en desarrollo también tendrán que hacer su parte, desacelerando significativamente las emisiones y alcanzando su pico máximo de crecimiento en las próximas décadas. Para Estados Unidos, estos compromisos significarían recortar las emisiones a aproximadamente una décima parte del nivel per capita actual, mientras que para China implicaría crear un nuevo modelo de desarrollo económico reducido en carbono. Para todos los países, este es un desafío importante -una revolución que implica un gigantesco cambio de política.
La buena noticia es que si nos concentramos en objetivos claros, prácticos y alcanzables, se pueden hacer reducciones importantes para asegurar que, no importa cual fuera el objetivo preciso de mediano plazo, el mundo diseñe una nueva estrategia radical en un plazo manejable. Un nuevo informe del proyecto "Breaking the Climate Deadlock" (Destrabando el atolladero climático), una sociedad estratégica entre mi oficina y The Climate Group, demuestra que se pueden implementar reducciones importantes incluso para 2020 si centramos la acción en ciertas tecnologías clave, si aplicamos políticas que hayan resultado efectivas y si invertimos ahora en desarrollar esas tecnologías futuras que demorarán en madurar.
Quizás el dato más interesante que surge sea que el 70% de las reducciones necesarias para 2020 se pueden lograr invirtiendo en tres áreas: aumentando la eficiencia energética, reduciendo la deforestación y utilizando fuentes de energía bajas en carbono, incluso nucleares y renovables. Implementar apenas siete políticas comprobadas -normas de energía renovable (por ejemplo, precios fijos regulados o normas de carteras renovables); medidas de eficiencia industrial; códigos de edificación; normas de eficiencia vehicular; normas de contenido de combustible; normas de electrodomésticos, y políticas para menores emisiones causadas por la deforestación y la degradación (REDD, tal su sigla en inglés)- puede permitir estas reducciones.
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Las siete políticas ya han sido implementadas exitosamente en países de todo el mundo, pero es necesario incrementarlas progresivamente. Mientras los sistemas de comercialización de derechos de emisión u otros medios de ponerle un precio a las emisiones de carbono pueden ayudar a ofrecer incentivos para que las empresas inviertan en soluciones bajas en carbono, en el corto plazo al menos, estas siete medidas -así como acciones directas e inversiones implementadas por los gobiernos- son necesarias para alcanzar los objetivos.
En el más largo plazo, también necesitamos tecnologías como la captura y almacenamiento de carbono (CCS, tal su sigla en inglés), una energía nuclear ampliada y nuevas generaciones de energía solar, junto con el desarrollo de tecnologías cuyo potencial o incluso existencia todavía es desconocido. Lo importante para Copenhague es que se tomen decisiones ahora que darán beneficios más adelante.
Por ejemplo, la abrumadora mayoría de las nuevas centrales de energía en China e India -necesarias para impulsar la industrialización que sacará a cientos de millones de personas de la pobreza- estarán alimentadas a carbón. Esto no es más que un hecho. De manera que desarrollar CCS o una alternativa que permita que el carbón se convierta en energía limpia es esencial para alcanzar el objetivo de 2050. Pero necesitamos invertir ahora, de manera seria y mediante la colaboración global, de manera que para 2020 estemos en condiciones de aumentar progresivamente el procedimiento de CCS o estar preparados para poner en marcha otras alternativas.
El renacimiento de la energía nuclear requerirá una gran expansión de científicos e ingenieros calificados. Los vehículos eléctricos necesitarán grandes ajustes de infraestructura. Los sistemas de grilla inteligente pueden permitir grandes ahorros de emisiones, pero exigen un plan para poder ser implementados. Estas medidas llevarán tiempo, pero requieren inversiones ahora. Mientras tanto, en el corto plazo, la iluminación de bajo consumo de energía y los motores industriales eficientes pueden sonar obvios, pero estamos lejos de utilizarlos todo lo que podríamos.
De manera que sabemos lo que tenemos que hacer, y tenemos las herramientas para lograr nuestros objetivos. Los líderes del MEF por lo tanto pueden confiar en adoptar los objetivos de mediano y largo plazo recomendados por la comunidad científica: mantener el calentamiento a menos de dos grados Celsius; llegar a un pico de emisiones en el lapso de la próxima década, y al menos reducir a la mitad las emisiones globales para 2050 con respecto a 1990.
Los países desarrollados podrán comprometerse a reducir sus emisiones en un 80% en comparación con 1990 para mediados de siglo, como ya lo han hecho muchos de ellos, y ofrecer el respaldo financiero y tecnológico necesario para los esfuerzos de adaptación y mitigación de los países en desarrollo. Con ese respaldo, los países en desarrollo a su vez necesitarán diseñar e implementar "Planes de crecimiento reducidos en carbono" que desaceleren significativamente el crecimiento de las emisiones y que, llegado el caso, ayuden a que se alcance un pico de emisiones. Al efectuar estos compromisos, los líderes del MFE, cuyos países representan más de las tres cuartas partes de las emisiones globales, sentarían una base firme para el éxito en Copenhague.
Entre L'Aquila y Copenhague, sin duda habrá discusiones difíciles sobre los objetivos de mediano plazo para los países desarrollados. Si bien esos objetivos son importantes, lo que más importa es el acuerdo sobre las medidas que en definitiva colocarán al mundo en un nuevo sendero hacia un futuro con bajas emisiones de carbono.
Durante años, el énfasis se puso, acertadamente, en persuadir a la gente de que debe haber "voluntad" suficiente para afrontar el cambio climático. Pero los líderes, que luchan por hacer frente a este desafío incluso en medio de la crisis económica, necesitan saber que también existe "una manera". Sólo combinando ambas tendremos éxito. Afortunadamente, esa manera -inmensamente desafiante pero de todos modos factible- existe.