CANBERRA – Las arriesgadas acciones de China en los mares vecinos han provocado un cambio en la política australiana, digno de la atención internacional. Al hacer del mantenimiento de un “orden global basado en reglas” una prioridad estratégica central, la nueva doctrina de defensa de Australia adopta un lenguaje que no es común hallar en posición tan prominente en los programas de defensa nacionales. Y lo que más sorprende es que la medida viene de un gobierno conservador generalmente habituado al seguidismo de Estados Unidos.
Australia necesitaba una base fácilmente defendible para contrarrestar los reclamos chinos, y ya no bastaba para ello una mera repetición de la posición estadounidense. Para un país que (como otros de la región) intenta evitar una elección excluyente entre un socio estratégico (Estados Unidos) y un socio económico (China), la redacción del documento del Departamento de Defensa es muy habilidosa y digna de emulación.
Parte del atractivo de un “orden global basado en reglas” es que supone límites para todos los actores relevantes. En Estados Unidos (a diferencia de la mayor parte del mundo), la idea no resulta inherentemente atractiva. Aunque los funcionarios estadounidenses proclaman regirse por ella (como todos), lo cierto es que someterse a normas internacionales no está en su ADN.
Primera prueba: la invasión a Irak en 2003. Pero no es la única; otras son la extensión indebida (junto con el Reino Unido y Francia) del mandato del Consejo de Seguridad de la ONU en Libia en 2011 y el “cementerio de compromisos multilaterales” al que alude Jessica Mathews en relación con la actitud de Estados Unidos hacia los tratados vinculantes, incluidos la Convención sobre Biodiversidad, el Tratado Integral de Prohibición de Pruebas Nucleares, el Protocolo contra la Tortura y (de especial importancia para el mar de China meridional) la Convención sobre el Derecho del Mar (CDM) de las Naciones Unidas.
La nueva estrategia de defensa australiana interpela especialmente a China. Lo que está ocurriendo en los mares vecinos no se condice con el respeto de un orden global basado en reglas: para ello sería necesario que Beijing introduzca diversos cambios a su conducta.
En primer lugar, articular en forma clara y específica sus reclamos de soberanía, sustentándolos en pruebas de uso u ocupación prolongada de islas habitables concretas, sean del grupo de las Spratly, las Paracel u otras. Si se superponen con los de otros países (como la mayoría), China debe estar dispuesta a resolver el conflicto, preferentemente por medio del arbitraje o el fallo de tribunales internacionales (algo a lo que hasta ahora se ha opuesto firmemente), o por lo menos a través de la negociación sincera y flexible.
At a time of escalating global turmoil, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided.
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En segundo lugar, China debe renunciar al uso de la “línea de nueve segmentos” como base no solo para sus reclamos de soberanía sobre tierras emergidas incluidas en ese perímetro sino también sobre otros conceptos vagos como las “aguas históricas” o las “áreas de pesca tradicionales de China”. Dadas las sistemáticas incursiones de barcos de pesca chinos en lo que hasta ahora han sido, de conformidad con la CDM, zonas económicas exclusivas (ZEE) indiscutidas de otros países por la regla de las 200 millas náuticas, estos reclamos ya son causa de fricciones reales con países como Indonesia.
La CDM (aceptada generalmente como derecho internacional consuetudinario, incluso por países que, como Estados Unidos, no la suscribieron) es el único marco admisible para la solución de estas cuestiones. Aun si todos los reclamos actuales de China en relación con islas habitables particulares fueran aceptados, las 12 millas náuticas de aguas territoriales y las 200 millas náuticas de ZEE asociadas con cada una de ellas no se convertirían en el 80% del mar de China meridional, que es la superficie encerrada por la línea de los nueve segmentos.
En tercer lugar, China debe limitar drásticamente sus acciones relacionadas con arrecifes y bancos de arena que nunca fueron habitables; como rescatar terrenos del mar, construir pistas de aterrizaje y otras instalaciones aptas para uso militar, y procurar negar a otros países el uso de aguas y espacios aéreos vecinos. El derecho internacional tolera hasta cierto punto estas construcciones (Filipinas, Vietnam y Malasia llevan años haciéndolo, aunque en escala mucho menor), pero no tolera usos militares ni la creación de “zonas de seguridad” de más de 500 metros en torno de tales instalaciones: ni mares territoriales, ni ZEE, ni “zonas de identificación aérea” ni nada por el estilo.
En cuarto lugar, China debe moderar su negativa a aceptar actividades de vigilancia o inteligencia por parte de barcos o aeronaves extranjeros no solo dentro de sus aguas territoriales (algo respecto de lo cual el derecho internacional es claro), sino en toda su ZEE (respecto de lo cual, los argumentos de China carecen de toda validez). La insistencia en esta postura perpetúa un riesgo constante de incidentes potencialmente explosivos.
Mientras China se niegue a regirse por reglas internacionales aceptadas, otros países tendrán derecho a responder, lo cual incluye sobrevuelos o ejercicios navales de paso inofensivo cerca de la costa, como los realizados por Estados Unidos, y que Australia y otros países deberían imitar por separado. Hay que creerle a China cuando afirma que no tiene intención de interferir con los corredores marítimos o aéreos comerciales, ya que si hiciera lo contrario sería la primera perjudicada. Pero su conducta está poniendo a prueba los límites de la comprensión y la paciencia de todos en la región y el mundo.
Dar al “orden global basado en reglas” un lugar central en la política de defensa tiene otro atractivo: también le impone autodisciplina a Australia (como a cualquier otro estado que adopte este lenguaje). Si queremos que se nos tome en serio, los australianos tendremos que predicar con el ejemplo; esto implica aceptar deberes y responsabilidades ante la comunidad internacional (por ejemplo, ayudar a detener matanzas en sitios remotos), que aunque no suponen un beneficio económico o de seguridad inmediato son condición de la buena ciudadanía internacional.
En el caso de Australia, esto implica reconsiderar algunos intentos de limitar nuestra exposición al Tribunal Internacional de Justicia y ciertos mecanismos de resolución de disputas conforme la CDM. En un mundo imperfecto, se tolera bastante bien toda clase de conductas imperfectas; pero no se perdona la hipocresía. No está bien predicar a otros las virtudes de un orden basado en reglas y al mismo tiempo hacernos los desentendidos en relación con algunas de ellas.
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Donald Trump’s immediate, aggressive use of import tariffs has revealed a fundamental difference between his first and second term. Far from a mere negotiating strategy, the goal this time is to replace a global rules-based system of managed economic integration with coerced decoupling.
emphasizes a fundamental difference between the US trade agenda now and during the president’s first term.
Recent actions by the United States may foreshadow its withdrawal from the world’s foremost multilateral institution. Paradoxically, however, the breakdown of the multilateral order the US helped establish nearly eight decades ago could serve as a catalyst for greater international cooperation.
thinks the paradigm shift in US foreign policy could end up strengthening global solidarity.
CANBERRA – Las arriesgadas acciones de China en los mares vecinos han provocado un cambio en la política australiana, digno de la atención internacional. Al hacer del mantenimiento de un “orden global basado en reglas” una prioridad estratégica central, la nueva doctrina de defensa de Australia adopta un lenguaje que no es común hallar en posición tan prominente en los programas de defensa nacionales. Y lo que más sorprende es que la medida viene de un gobierno conservador generalmente habituado al seguidismo de Estados Unidos.
Australia necesitaba una base fácilmente defendible para contrarrestar los reclamos chinos, y ya no bastaba para ello una mera repetición de la posición estadounidense. Para un país que (como otros de la región) intenta evitar una elección excluyente entre un socio estratégico (Estados Unidos) y un socio económico (China), la redacción del documento del Departamento de Defensa es muy habilidosa y digna de emulación.
Parte del atractivo de un “orden global basado en reglas” es que supone límites para todos los actores relevantes. En Estados Unidos (a diferencia de la mayor parte del mundo), la idea no resulta inherentemente atractiva. Aunque los funcionarios estadounidenses proclaman regirse por ella (como todos), lo cierto es que someterse a normas internacionales no está en su ADN.
Primera prueba: la invasión a Irak en 2003. Pero no es la única; otras son la extensión indebida (junto con el Reino Unido y Francia) del mandato del Consejo de Seguridad de la ONU en Libia en 2011 y el “cementerio de compromisos multilaterales” al que alude Jessica Mathews en relación con la actitud de Estados Unidos hacia los tratados vinculantes, incluidos la Convención sobre Biodiversidad, el Tratado Integral de Prohibición de Pruebas Nucleares, el Protocolo contra la Tortura y (de especial importancia para el mar de China meridional) la Convención sobre el Derecho del Mar (CDM) de las Naciones Unidas.
La nueva estrategia de defensa australiana interpela especialmente a China. Lo que está ocurriendo en los mares vecinos no se condice con el respeto de un orden global basado en reglas: para ello sería necesario que Beijing introduzca diversos cambios a su conducta.
En primer lugar, articular en forma clara y específica sus reclamos de soberanía, sustentándolos en pruebas de uso u ocupación prolongada de islas habitables concretas, sean del grupo de las Spratly, las Paracel u otras. Si se superponen con los de otros países (como la mayoría), China debe estar dispuesta a resolver el conflicto, preferentemente por medio del arbitraje o el fallo de tribunales internacionales (algo a lo que hasta ahora se ha opuesto firmemente), o por lo menos a través de la negociación sincera y flexible.
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La CDM (aceptada generalmente como derecho internacional consuetudinario, incluso por países que, como Estados Unidos, no la suscribieron) es el único marco admisible para la solución de estas cuestiones. Aun si todos los reclamos actuales de China en relación con islas habitables particulares fueran aceptados, las 12 millas náuticas de aguas territoriales y las 200 millas náuticas de ZEE asociadas con cada una de ellas no se convertirían en el 80% del mar de China meridional, que es la superficie encerrada por la línea de los nueve segmentos.
En tercer lugar, China debe limitar drásticamente sus acciones relacionadas con arrecifes y bancos de arena que nunca fueron habitables; como rescatar terrenos del mar, construir pistas de aterrizaje y otras instalaciones aptas para uso militar, y procurar negar a otros países el uso de aguas y espacios aéreos vecinos. El derecho internacional tolera hasta cierto punto estas construcciones (Filipinas, Vietnam y Malasia llevan años haciéndolo, aunque en escala mucho menor), pero no tolera usos militares ni la creación de “zonas de seguridad” de más de 500 metros en torno de tales instalaciones: ni mares territoriales, ni ZEE, ni “zonas de identificación aérea” ni nada por el estilo.
En cuarto lugar, China debe moderar su negativa a aceptar actividades de vigilancia o inteligencia por parte de barcos o aeronaves extranjeros no solo dentro de sus aguas territoriales (algo respecto de lo cual el derecho internacional es claro), sino en toda su ZEE (respecto de lo cual, los argumentos de China carecen de toda validez). La insistencia en esta postura perpetúa un riesgo constante de incidentes potencialmente explosivos.
Mientras China se niegue a regirse por reglas internacionales aceptadas, otros países tendrán derecho a responder, lo cual incluye sobrevuelos o ejercicios navales de paso inofensivo cerca de la costa, como los realizados por Estados Unidos, y que Australia y otros países deberían imitar por separado. Hay que creerle a China cuando afirma que no tiene intención de interferir con los corredores marítimos o aéreos comerciales, ya que si hiciera lo contrario sería la primera perjudicada. Pero su conducta está poniendo a prueba los límites de la comprensión y la paciencia de todos en la región y el mundo.
Dar al “orden global basado en reglas” un lugar central en la política de defensa tiene otro atractivo: también le impone autodisciplina a Australia (como a cualquier otro estado que adopte este lenguaje). Si queremos que se nos tome en serio, los australianos tendremos que predicar con el ejemplo; esto implica aceptar deberes y responsabilidades ante la comunidad internacional (por ejemplo, ayudar a detener matanzas en sitios remotos), que aunque no suponen un beneficio económico o de seguridad inmediato son condición de la buena ciudadanía internacional.
En el caso de Australia, esto implica reconsiderar algunos intentos de limitar nuestra exposición al Tribunal Internacional de Justicia y ciertos mecanismos de resolución de disputas conforme la CDM. En un mundo imperfecto, se tolera bastante bien toda clase de conductas imperfectas; pero no se perdona la hipocresía. No está bien predicar a otros las virtudes de un orden basado en reglas y al mismo tiempo hacernos los desentendidos en relación con algunas de ellas.
Traducción: Esteban Flamini