La desastrosa guerra de George W. Bush en Irak ha puesto a Europa en apuros. Estados Unidos ha sido durante mucho tiempo el protector de Europa. Ahora, debido a una guerra en la que no buscaba nada, Europa ve minada su seguridad.
El caos en Irak le dio poder a Irán –un país mucho más peligroso para Europa de lo que pueda haber sido Irak-. Y, con Estados Unidos empantanado en Irak, el presidente ruso, Vladimir Putin, resucitó las tácticas de provocación al estilo soviético. ¿De no ser así Rusia se habría atrevido a amenazar con redireccionar sus misiles nucleares hacia ciudades europeas?
No sólo Bush destrozó al enemigo más importante de Irán y sumergió a las tropas estadounidenses en una causa perdida; sino que también enriqueció a Irán y a Rusia, dos países con recursos energéticos abundantes, al perseguir una guerra que aumentó dramáticamente los precios de la energía. Los elevados precios del crudo hacen que a Irán le resulte más fácil construir armas nucleares y que Rusia utilice el chantaje energético para amenazar a Europa.
Pero Europa puede contraatacar. Al imponer un duro impuesto al consumo de energía, los europeos reducirían tanto el consumo de energía como su precio en los mercados mundiales, recortando a su vez el flujo de fondos a Rusia e Irán.
Dado que el crudo se cotiza en dólares estadounidenses, y que el dólar se depreció frente al euro, los consumidores europeos lograron sortear con relativa facilidad los crecientes precios energéticos. De manera que un impuesto a la energía aproximadamente equivalente a la apreciación del 33% del euro en los últimos años sería bastante apropiado.
A los europeos se les podría perdonar pensar que los norteamericanos, que fueron los primeros en hacer subir los precios del petróleo con su desventura militar en Irak, deberían ser los que “lo hagan bajar” con un impuesto a la energía. Pero, con un “petrolero de Texas” en la Casa Blanca, esto no sucederá. Tal vez después de 2008, la política en Estados Unidos cambie a favor de un impuesto a la energía, pero este tipo de impuesto se necesita ahora.
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Por otra parte, dada la fuerza del ambientalismo en Europa, la cuestión está hecha a la medida para que los europeos tomen la delantera. Es más, los europeos no igualan minuciosamente seguridad nacional con gasto militar. Ellos saben que, si se confiscaran las chequeras de Rusia e Irán, probablemente el mundo sería mucho más seguro que si se construyera otro submarino o portaaviones. De hecho, un impuesto a la energía no sólo se opondría de manera efectiva al argumento de que los europeos son “gorrones” cuando se trata de defensa; también sería equivalente a un liderazgo de defensa.
Aún así, como la cantidad de recursos reales transferidos a sus gobiernos ya es elevada, los europeos podrían negarse a un mayor incremento. Esta es la razón por la cual el impuesto a la energía debe imponerse como una sustitución impositiva, con una reducción simultánea del impuesto a los ingresos o a la masa salarial para mantener las transferencias de recursos reales al gobierno en un nivel constante. Esto aumentaría el crecimiento económico y afianzaría la seguridad nacional.
Los críticos a los que les preocupa el costo del impuesto a la energía no han pensado en sustituciones tributarias. Tampoco parecen darse cuenta de que un impuesto a la energía es una manera mucho más económica de que Europa se proteja de Irán y Rusia que otros medios alternativos, como un fortalecimiento de la defensa.
Europa actualmente carece de potencial militar porque hace medio siglo tomó la decisión de que Estados Unidos la protegiera, y de dedicar los recursos ahorrados en fortalecer su estado benefactor. Esta estrategia –que funcionó bien durante décadas- siempre conllevó el riesgo de que en algún momento los recursos de Estados Unidos se pudieran asignar a otro fin, dejando a Europa desprotegida. Ese riesgo se materializó con la guerra de Irak.
Pero los europeos manifiestan poca simpatía por un mayor gasto en defensa, con Irak o sin Irak. Incluso el nuevo presidente de Francia, Nicolas Zarkozy –quien para muchos es un halcón con una política exterior pro-norteamericana-, está alejándose de su promesa de campaña de mantener el gasto de defensa en el 2% del PBI.
En un discurso reciente dirigido a la industria de defensa francesa, Sarkozy visiblemente evitó repetir la promesa, advirtiendo, en cambio, que pronto podría recortar el presupuesto de defensa de Francia. Según una respetada publicación de la industria de defensa, Sarkozy cambió de opinión después de la victoria menor de lo esperada de su partido en la elección parlamentaria de junio.
La razón por la que los europeos se niegan a aumentar el gasto de defensa es el costo. Recortar los gastos en bienestar –donde está el dinero grande- sería doloroso. Tendrían que romperse las promesas solemnes formuladas a lo largo de los años (la gente no recibiría los servicios sociales por los que pagaron con una vida de impuestos elevados), se acortarían las vidas (menos dinero para hospitales y hogares para ancianos) y aumentarían las penurias en general.
Incluso el crecimiento económico no impedirá una negociación entre el gasto de defensa y bienestar para los europeos. Cincuenta años de dependencia de defensa de Estados Unidos crearon una poderosa “industria de la paz” en Europa cuyo negocio principal es el de combatir el gasto de defensa con dientes y uñas. Querrán proteger todo el gasto social, sin importar las consecuencias para la política exterior.
Un contrapeso para la “multitud pacífica” pueden ser los nuevos inmigrantes de Europa del este, para quienes los recortes en los servicios sociales no romperían ninguna promesa, y para quienes la disponibilidad de empleos y los niveles de salarios son más importantes. Pero pasará algún tiempo antes de que los nuevos inmigrantes cobren una influencia política decisiva, mientras que los problemas que Irán y Rusia le plantean a Europa exigen una atención inmediata.
En resumen, los europeos no permitirán que la guerra de Irak de Bush se convierta en una guerra contra su estado benefactor. Lo que torna particularmente atractivo como medida de defensa un impuesto energético como sustitución tributaria es que deja al estado benefactor intacto al mismo tiempo que hace que Europa sea más segura, más verde y más rica. ¿Por qué esperar?
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Like Islamic extremists, Russian President Vladimir Putin wraps himself in the garb of religious orthodoxy in order to present himself as an authentic exponent of traditional values. Yet one need only consider the lives of genuine spiritual fundamentalists to see this ruse for what it really is.
regards most violent religious conservatism as merely an inauthentic expression of resentment.
When tariffs are moderate and used to complement a domestic investment agenda, they need not do much harm; they can even be useful. When they are indiscriminate and are not supported by purposeful domestic policies, they do considerable damage – most of it at home.
argues that import duties are neither an all-purpose tool, as Donald Trump believes, nor a purposeless one.
La desastrosa guerra de George W. Bush en Irak ha puesto a Europa en apuros. Estados Unidos ha sido durante mucho tiempo el protector de Europa. Ahora, debido a una guerra en la que no buscaba nada, Europa ve minada su seguridad.
El caos en Irak le dio poder a Irán –un país mucho más peligroso para Europa de lo que pueda haber sido Irak-. Y, con Estados Unidos empantanado en Irak, el presidente ruso, Vladimir Putin, resucitó las tácticas de provocación al estilo soviético. ¿De no ser así Rusia se habría atrevido a amenazar con redireccionar sus misiles nucleares hacia ciudades europeas?
No sólo Bush destrozó al enemigo más importante de Irán y sumergió a las tropas estadounidenses en una causa perdida; sino que también enriqueció a Irán y a Rusia, dos países con recursos energéticos abundantes, al perseguir una guerra que aumentó dramáticamente los precios de la energía. Los elevados precios del crudo hacen que a Irán le resulte más fácil construir armas nucleares y que Rusia utilice el chantaje energético para amenazar a Europa.
Pero Europa puede contraatacar. Al imponer un duro impuesto al consumo de energía, los europeos reducirían tanto el consumo de energía como su precio en los mercados mundiales, recortando a su vez el flujo de fondos a Rusia e Irán.
Dado que el crudo se cotiza en dólares estadounidenses, y que el dólar se depreció frente al euro, los consumidores europeos lograron sortear con relativa facilidad los crecientes precios energéticos. De manera que un impuesto a la energía aproximadamente equivalente a la apreciación del 33% del euro en los últimos años sería bastante apropiado.
A los europeos se les podría perdonar pensar que los norteamericanos, que fueron los primeros en hacer subir los precios del petróleo con su desventura militar en Irak, deberían ser los que “lo hagan bajar” con un impuesto a la energía. Pero, con un “petrolero de Texas” en la Casa Blanca, esto no sucederá. Tal vez después de 2008, la política en Estados Unidos cambie a favor de un impuesto a la energía, pero este tipo de impuesto se necesita ahora.
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Por otra parte, dada la fuerza del ambientalismo en Europa, la cuestión está hecha a la medida para que los europeos tomen la delantera. Es más, los europeos no igualan minuciosamente seguridad nacional con gasto militar. Ellos saben que, si se confiscaran las chequeras de Rusia e Irán, probablemente el mundo sería mucho más seguro que si se construyera otro submarino o portaaviones. De hecho, un impuesto a la energía no sólo se opondría de manera efectiva al argumento de que los europeos son “gorrones” cuando se trata de defensa; también sería equivalente a un liderazgo de defensa.
Aún así, como la cantidad de recursos reales transferidos a sus gobiernos ya es elevada, los europeos podrían negarse a un mayor incremento. Esta es la razón por la cual el impuesto a la energía debe imponerse como una sustitución impositiva, con una reducción simultánea del impuesto a los ingresos o a la masa salarial para mantener las transferencias de recursos reales al gobierno en un nivel constante. Esto aumentaría el crecimiento económico y afianzaría la seguridad nacional.
Los críticos a los que les preocupa el costo del impuesto a la energía no han pensado en sustituciones tributarias. Tampoco parecen darse cuenta de que un impuesto a la energía es una manera mucho más económica de que Europa se proteja de Irán y Rusia que otros medios alternativos, como un fortalecimiento de la defensa.
Europa actualmente carece de potencial militar porque hace medio siglo tomó la decisión de que Estados Unidos la protegiera, y de dedicar los recursos ahorrados en fortalecer su estado benefactor. Esta estrategia –que funcionó bien durante décadas- siempre conllevó el riesgo de que en algún momento los recursos de Estados Unidos se pudieran asignar a otro fin, dejando a Europa desprotegida. Ese riesgo se materializó con la guerra de Irak.
Pero los europeos manifiestan poca simpatía por un mayor gasto en defensa, con Irak o sin Irak. Incluso el nuevo presidente de Francia, Nicolas Zarkozy –quien para muchos es un halcón con una política exterior pro-norteamericana-, está alejándose de su promesa de campaña de mantener el gasto de defensa en el 2% del PBI.
En un discurso reciente dirigido a la industria de defensa francesa, Sarkozy visiblemente evitó repetir la promesa, advirtiendo, en cambio, que pronto podría recortar el presupuesto de defensa de Francia. Según una respetada publicación de la industria de defensa, Sarkozy cambió de opinión después de la victoria menor de lo esperada de su partido en la elección parlamentaria de junio.
La razón por la que los europeos se niegan a aumentar el gasto de defensa es el costo. Recortar los gastos en bienestar –donde está el dinero grande- sería doloroso. Tendrían que romperse las promesas solemnes formuladas a lo largo de los años (la gente no recibiría los servicios sociales por los que pagaron con una vida de impuestos elevados), se acortarían las vidas (menos dinero para hospitales y hogares para ancianos) y aumentarían las penurias en general.
Incluso el crecimiento económico no impedirá una negociación entre el gasto de defensa y bienestar para los europeos. Cincuenta años de dependencia de defensa de Estados Unidos crearon una poderosa “industria de la paz” en Europa cuyo negocio principal es el de combatir el gasto de defensa con dientes y uñas. Querrán proteger todo el gasto social, sin importar las consecuencias para la política exterior.
Un contrapeso para la “multitud pacífica” pueden ser los nuevos inmigrantes de Europa del este, para quienes los recortes en los servicios sociales no romperían ninguna promesa, y para quienes la disponibilidad de empleos y los niveles de salarios son más importantes. Pero pasará algún tiempo antes de que los nuevos inmigrantes cobren una influencia política decisiva, mientras que los problemas que Irán y Rusia le plantean a Europa exigen una atención inmediata.
En resumen, los europeos no permitirán que la guerra de Irak de Bush se convierta en una guerra contra su estado benefactor. Lo que torna particularmente atractivo como medida de defensa un impuesto energético como sustitución tributaria es que deja al estado benefactor intacto al mismo tiempo que hace que Europa sea más segura, más verde y más rica. ¿Por qué esperar?