NUEVA YORK – Los críticos de la ayuda extranjera se equivocan. Una creciente oleada de datos demuestra que las tasas de mortalidad en muchos países pobres están cayendo marcadamente, y que los programas respaldados por la ayuda extranjera destinados a ofrecer atención sanitaria desempeñaron un papel importante. La ayuda funciona; salva vidas.
Uno de los estudios más recientes, a cargo de Gabriel Demombynes y Sofia Trommlerova, demuestra que la mortalidad infantil de Kenia (muertes antes de cumplirse un año de vida) decayó en los últimos años, y lo atribuye, en gran medida, al uso masivo de mosquiteros para cama destinados a combatir la malaria. Estos hallazgos coinciden un importante estudio de las tasas de mortalidad causada por la malaria realizado por Chris Murray y otros, que de la misma manera determinó una caída significativa y rápida de las muertes ocasionadas por la malaria después de 2004 en el África subsahariana, como resultado de las medidas de control de la malaria respaldadas por la ayuda extranjera.
Volvamos el reloj atrás una docena de años. En 2000, África luchaba contra tres epidemias importantes. El sida mataba más de dos millones de personas por año, y se propagaba rápidamente. La malaria estaba en aumento, debido a la creciente resistencia del parásito a la medicina convencional en ese momento. La tuberculosis también crecía, en parte como resultado de la epidemia del sida y en parte por la aparición de una tuberculosis resistente a la droga. Por otro lado, cientos de miles de mujeres morían al dar a luz cada año, porque no tenían acceso a partos seguros en una clínica u hospital, o a ayuda de emergencia cuando la necesitaban.
Estas crisis interconectadas llevaron a que se tomaran medidas. Los estados miembro de las Naciones Unidas adoptaron los Objetivos de Desarrollo del Milenio en septiembre de 2000. Tres de los ocho objetivos -reducciones de las muertes infantiles, muertes maternas y enfermedades epidémicas- se centran directamente en la salud.
En la misma línea, la Organización Mundial de la Salud emitió un llamado importante para que se aumente la asistencia para la salud. Y los líderes africanos, encabezados por el presidente de Nigeria en su momento, Olusegun Obasanjo, asumieron el desafío de combatir las epidemias del continente. Nigeria fue sede de dos cumbres históricas, sobre malaria en 2000 y sobre sida en 2001, que fueron un estímulo crucial para la acción.
En la segunda de estas cumbres, el entonces secretario general de las Naciones Unidas Kofi Annan hizo un llamado a la creación del Fondo Global para Combatir el Sida, la Tuberculosis y la Malaria. El Fondo Global comenzó a funcionar en 2002, financiando la prevención, el tratamiento y los programas de atención para las tres enfermedades. Los países con ingresos elevados finalmente también acordaron reducir la deuda de los países pobres altamente endeudados, permitiéndoles gastar más en atención médica y menos en pagos agobiantes a los acreedores.
Estados Unidos también llevó a cabo medidas, como la adopción de dos programas importantes, uno para combatir el sida y otro para combatir la malaria. En 2005, el Proyecto Milenio de las Naciones Unidas recomendó maneras específicas de mejorar la atención médica primaria en los países más pobres, a la vez que los países de altos ingresos ayudaban a cubrir los costos que los más pobres no podían pagar por sí solos. La Asamblea General de las Naciones Unidas respaldó muchas de las recomendaciones del proyecto, que luego se implementaron en varios países de bajos ingresos.
En efecto, la ayuda de los donantes comenzó a aumentar marcadamente como resultado de todos estos esfuerzos. En 1995, la ayuda total para la atención médica era de aproximadamente 7.900 millones de dólares. Este nivel deficiente comenzó a aumentar lentamente y llegó a 10.500 millones de dólares en el año 2000. En 2005, sin embargo, la ayuda anual para la salud había subido otros 5.900 millones de dólares y para 2010, el total se había incrementado otros 10.500 millones de dólares, hasta alcanzar 26.900 millones de dólares en ese año.
El mayor financiamiento permitió que se llevaran a cabo campañas importantes contra el sida, la tuberculosis y la malaria; que se registrara un incremento considerable de los partos seguros, y que se ampliara la cobertura de las vacunas, lo que implicó la erradicación casi total de la polio. Se desarrollaron y se adoptaron muchas técnicas innovadoras en materia de salud pública. Siendo que en los países de ingresos elevados viven 1.000 millones de personas, la ayuda total en 2010 aumentó a alrededor de 27 dólares por persona en los países donantes -una suma modesta para ellos, pero que les salva la vida a las personas más pobres del mundo.
Los éxitos en salud pública hoy se pueden ver en muchos frentes. Aproximadamente 12 millones de niños menores de cinco años murieron en 1990. En 2010, esta cifra había disminuido a alrededor de 7,6 millones -un número todavía demasiado alto, pero definitivamente un logro histórico-. Las muertes ocasionadas por la malaria en niños de África disminuyeron de un pico de aproximadamente un millón en 2004 a alrededor de 700.000 en 2010 y, a nivel mundial, las muertes de mujeres embarazadas se redujeron casi a la mitad entre 1990 y 2010, de 543.000 a 287.000 estimativamente.
Otros 10.000 a 15.000 millones de dólares en ayuda anual (es decir, aproximadamente 10 a 15 dólares por persona en el mundo de altos ingresos), que llevarían la ayuda total a alrededor de 40.000 millones de dólares por año, permitirían que se hiciera un progreso aún mayor en los próximos años. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio para la salud podrían cumplirse incluso en muchos de los países más pobres del mundo.
Desafortunadamente, frente a cada medida que se tomó en los últimos diez años -y aún hoy-, un coro de escépticos se manifestó en contra de la ayuda necesaria. En repetidas ocasiones dijeron que la ayuda no sirve; que los fondos simplemente se malgastan; que no se les puede dar mosquiteros de cama a los pobres para combatir la malaria porque los pobres no los van a usar; que los pobres no toman los medicamentos contra el sida como corresponde; etcétera, etcétera. Sus ataques no han cesado (yo enfrenté mi cuota).
Quienes se oponen a la ayuda no sólo se equivocan. Su antagonismo ruidoso sigue amenazando el financiamiento que es tan necesario para que se tomen medidas, para recortar las muertes infantiles y maternas lo suficiente como para cumplir con los Objetivos del Milenio en 2015 en los países más pobres, y para continuar luego hasta asegurar que todas las personas en todas partes finalmente puedan acceder a servicios médicos básicos.
Una década de progreso significativo en el área de la salud demostró que los escépticos están equivocados. La ayuda destinada a la atención médica sirve -y de manera magnífica- para salvar y mejorar vidas. Sigamos respaldando estos programas que salvan vidas, y que defienden la dignidad y el bienestar de todas las personas del planeta.
NUEVA YORK – Los críticos de la ayuda extranjera se equivocan. Una creciente oleada de datos demuestra que las tasas de mortalidad en muchos países pobres están cayendo marcadamente, y que los programas respaldados por la ayuda extranjera destinados a ofrecer atención sanitaria desempeñaron un papel importante. La ayuda funciona; salva vidas.
Uno de los estudios más recientes, a cargo de Gabriel Demombynes y Sofia Trommlerova, demuestra que la mortalidad infantil de Kenia (muertes antes de cumplirse un año de vida) decayó en los últimos años, y lo atribuye, en gran medida, al uso masivo de mosquiteros para cama destinados a combatir la malaria. Estos hallazgos coinciden un importante estudio de las tasas de mortalidad causada por la malaria realizado por Chris Murray y otros, que de la misma manera determinó una caída significativa y rápida de las muertes ocasionadas por la malaria después de 2004 en el África subsahariana, como resultado de las medidas de control de la malaria respaldadas por la ayuda extranjera.
Volvamos el reloj atrás una docena de años. En 2000, África luchaba contra tres epidemias importantes. El sida mataba más de dos millones de personas por año, y se propagaba rápidamente. La malaria estaba en aumento, debido a la creciente resistencia del parásito a la medicina convencional en ese momento. La tuberculosis también crecía, en parte como resultado de la epidemia del sida y en parte por la aparición de una tuberculosis resistente a la droga. Por otro lado, cientos de miles de mujeres morían al dar a luz cada año, porque no tenían acceso a partos seguros en una clínica u hospital, o a ayuda de emergencia cuando la necesitaban.
Estas crisis interconectadas llevaron a que se tomaran medidas. Los estados miembro de las Naciones Unidas adoptaron los Objetivos de Desarrollo del Milenio en septiembre de 2000. Tres de los ocho objetivos -reducciones de las muertes infantiles, muertes maternas y enfermedades epidémicas- se centran directamente en la salud.
En la misma línea, la Organización Mundial de la Salud emitió un llamado importante para que se aumente la asistencia para la salud. Y los líderes africanos, encabezados por el presidente de Nigeria en su momento, Olusegun Obasanjo, asumieron el desafío de combatir las epidemias del continente. Nigeria fue sede de dos cumbres históricas, sobre malaria en 2000 y sobre sida en 2001, que fueron un estímulo crucial para la acción.
En la segunda de estas cumbres, el entonces secretario general de las Naciones Unidas Kofi Annan hizo un llamado a la creación del Fondo Global para Combatir el Sida, la Tuberculosis y la Malaria. El Fondo Global comenzó a funcionar en 2002, financiando la prevención, el tratamiento y los programas de atención para las tres enfermedades. Los países con ingresos elevados finalmente también acordaron reducir la deuda de los países pobres altamente endeudados, permitiéndoles gastar más en atención médica y menos en pagos agobiantes a los acreedores.
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Estados Unidos también llevó a cabo medidas, como la adopción de dos programas importantes, uno para combatir el sida y otro para combatir la malaria. En 2005, el Proyecto Milenio de las Naciones Unidas recomendó maneras específicas de mejorar la atención médica primaria en los países más pobres, a la vez que los países de altos ingresos ayudaban a cubrir los costos que los más pobres no podían pagar por sí solos. La Asamblea General de las Naciones Unidas respaldó muchas de las recomendaciones del proyecto, que luego se implementaron en varios países de bajos ingresos.
En efecto, la ayuda de los donantes comenzó a aumentar marcadamente como resultado de todos estos esfuerzos. En 1995, la ayuda total para la atención médica era de aproximadamente 7.900 millones de dólares. Este nivel deficiente comenzó a aumentar lentamente y llegó a 10.500 millones de dólares en el año 2000. En 2005, sin embargo, la ayuda anual para la salud había subido otros 5.900 millones de dólares y para 2010, el total se había incrementado otros 10.500 millones de dólares, hasta alcanzar 26.900 millones de dólares en ese año.
El mayor financiamiento permitió que se llevaran a cabo campañas importantes contra el sida, la tuberculosis y la malaria; que se registrara un incremento considerable de los partos seguros, y que se ampliara la cobertura de las vacunas, lo que implicó la erradicación casi total de la polio. Se desarrollaron y se adoptaron muchas técnicas innovadoras en materia de salud pública. Siendo que en los países de ingresos elevados viven 1.000 millones de personas, la ayuda total en 2010 aumentó a alrededor de 27 dólares por persona en los países donantes -una suma modesta para ellos, pero que les salva la vida a las personas más pobres del mundo.
Los éxitos en salud pública hoy se pueden ver en muchos frentes. Aproximadamente 12 millones de niños menores de cinco años murieron en 1990. En 2010, esta cifra había disminuido a alrededor de 7,6 millones -un número todavía demasiado alto, pero definitivamente un logro histórico-. Las muertes ocasionadas por la malaria en niños de África disminuyeron de un pico de aproximadamente un millón en 2004 a alrededor de 700.000 en 2010 y, a nivel mundial, las muertes de mujeres embarazadas se redujeron casi a la mitad entre 1990 y 2010, de 543.000 a 287.000 estimativamente.
Otros 10.000 a 15.000 millones de dólares en ayuda anual (es decir, aproximadamente 10 a 15 dólares por persona en el mundo de altos ingresos), que llevarían la ayuda total a alrededor de 40.000 millones de dólares por año, permitirían que se hiciera un progreso aún mayor en los próximos años. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio para la salud podrían cumplirse incluso en muchos de los países más pobres del mundo.
Desafortunadamente, frente a cada medida que se tomó en los últimos diez años -y aún hoy-, un coro de escépticos se manifestó en contra de la ayuda necesaria. En repetidas ocasiones dijeron que la ayuda no sirve; que los fondos simplemente se malgastan; que no se les puede dar mosquiteros de cama a los pobres para combatir la malaria porque los pobres no los van a usar; que los pobres no toman los medicamentos contra el sida como corresponde; etcétera, etcétera. Sus ataques no han cesado (yo enfrenté mi cuota).
Quienes se oponen a la ayuda no sólo se equivocan. Su antagonismo ruidoso sigue amenazando el financiamiento que es tan necesario para que se tomen medidas, para recortar las muertes infantiles y maternas lo suficiente como para cumplir con los Objetivos del Milenio en 2015 en los países más pobres, y para continuar luego hasta asegurar que todas las personas en todas partes finalmente puedan acceder a servicios médicos básicos.
Una década de progreso significativo en el área de la salud demostró que los escépticos están equivocados. La ayuda destinada a la atención médica sirve -y de manera magnífica- para salvar y mejorar vidas. Sigamos respaldando estos programas que salvan vidas, y que defienden la dignidad y el bienestar de todas las personas del planeta.