SEATTLE – El año pasado explotó una cacofonía de conversaciones sobre la inteligencia artificial. Según a quien escuchemos, la IA nos está transportando a un nuevo y brillante mundo de infinitas posibilidades... o impulsándonos hacia una lúgubre distopía. Podemos referirnos a ellos como los escenarios Barbie y Oppenheimer, tan distintos y atrapantes como los éxitos de taquilla hollywoodenses de este verano, pero una de esas conversaciones dista mucho de recibir la atención necesaria: la de la responsabilidad corporativa.
SEATTLE – El año pasado explotó una cacofonía de conversaciones sobre la inteligencia artificial. Según a quien escuchemos, la IA nos está transportando a un nuevo y brillante mundo de infinitas posibilidades... o impulsándonos hacia una lúgubre distopía. Podemos referirnos a ellos como los escenarios Barbie y Oppenheimer, tan distintos y atrapantes como los éxitos de taquilla hollywoodenses de este verano, pero una de esas conversaciones dista mucho de recibir la atención necesaria: la de la responsabilidad corporativa.