BERLÍN: Como viejos caballos de guerra que se sienten jóvenes de nuevo cuando el clarín resuena, los estrategas de la Guerra Fría sienten la adrenalina correr por sus venas al ver que la defensa antimisiles alcanza las primeras planas. Es verdad, la defensa antimisiles que Bill Clinton (renuente) y George W. Bush (entusiasta) proponen –con el apoyo masivo del Congreso estadounidense–, es diferente a la Guerra de las Galaxias con la que Ronald Reagan soñó hace veinte años: se supone que la Defensa Nacional Antimisiles (NMD, por sus siglas en inglés) deberá interceptar una modesta cantidad de cabezas nucleares, no proveer una protección total en contra de los misiles enemigos. De cualquier forma, el tema ha dado nuevos bríos al antiguo debate sobre la disuasión, la destrucción mutua garantizada y el control de las armas nucleares, y ha reavivado la rivalidad entre las potencias nucleares justo cuando el armamento atómico había perdido mucha de su relevancia.
BERLÍN: Como viejos caballos de guerra que se sienten jóvenes de nuevo cuando el clarín resuena, los estrategas de la Guerra Fría sienten la adrenalina correr por sus venas al ver que la defensa antimisiles alcanza las primeras planas. Es verdad, la defensa antimisiles que Bill Clinton (renuente) y George W. Bush (entusiasta) proponen –con el apoyo masivo del Congreso estadounidense–, es diferente a la Guerra de las Galaxias con la que Ronald Reagan soñó hace veinte años: se supone que la Defensa Nacional Antimisiles (NMD, por sus siglas en inglés) deberá interceptar una modesta cantidad de cabezas nucleares, no proveer una protección total en contra de los misiles enemigos. De cualquier forma, el tema ha dado nuevos bríos al antiguo debate sobre la disuasión, la destrucción mutua garantizada y el control de las armas nucleares, y ha reavivado la rivalidad entre las potencias nucleares justo cuando el armamento atómico había perdido mucha de su relevancia.