JOHANNESBURGO – Para mucha gente, el terrorismo y el calentamiento global son los grandes males que amenazan el planeta. En los Estados Unidos, la administración Bush desea aumentar el financiamiento de la seguridad en las fronteras y la aplicación de políticas de inmigración en cerca de un 20%. Se están dedicando más de $150 millones a ayudar a los sistemas de tránsito de Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut a prevenir y dar respuesta a ataques terroristas.
Sin embargo, el terrorismo internacional mata cerca de 400 personas en total cada año. ¿Cuánto más deberíamos estar dispuestos a pagar para reducir la cantidad de muertos en, digamos, un 25%: mil millones de dólares, cien mil millones?
Mientras tanto, en Hawaii quienes están a cargo de diseñar las políticas se reunieron para debatir un tratado sobre el cambio climático que reemplace el Protocolo de Kyoto. Los grupos de cabildeo ambiental desean que el próximo tratado vaya mucho más allá que el Protocolo de Kyoto, que ya está exigiendo del mundo unos $180 mil millones al año. De hecho, los esfuerzos para reducir el ritmo del calentamiento global a través del Protocolo de Kyoto o un tratado similar significarán una minúscula diferencia, retrasando el aumento de las temperaturas en apenas siete días para el año 2100.
Un décimo del coste anual del protocolo de Kyoto –o un décimo del presupuesto estadounidense de este año para las guerras en Iraq y Afganistán- ayudaría a prevenir cerca de 30 millones nuevas infecciones de VIH/SIDA. La misma suma se podría usar para ayudar a los cuatro millones de personas que este año morirán de desnutrición, los 2,5 millones que morirán por contaminación del aire en exteriores e interiores, los dos millones que perecerán por falta de micronutrientes (hierro, zinc y vitamina A) o los dos millones cuya causa de muerte será la falta de agua potable.
Sabemos cómo hacer para que la gente no muera de desnutrición, polución, VIH/SIDA y malaria. Las estrategias eficaces son baratas y sencillas: es principalmente cuestión de recibir lo que se necesita (micronutrientes, formas de combustible más limpias, condones gratuitos y redes antimosquitos). La cantidad de muertes sigue siendo alta, porque disponemos de recursos limitados para solucionar todos los problemas del mundo, y estos problemas no son nuestras mayores preocupaciones.
Los gobiernos y las ONG gastan miles de millones de dólares cada año intentando ayudar al mundo sin evaluar explícitamente si logran lo más que pueden. Definen prioridades entre los proyectos bienintencionados que financian, meramente decidiendo hacer algunas cosas y no otras, a menudo basados en realidades políticas y la atención de los medios de comunicación más que en un escrutinio riguroso.
El pánico acerca del terrorismo y el cambio climático no nos cierra los ojos por completo a otros problemas que enfrenta al planeta, pero nuestro temor distorsiona el lente con el cual vemos el panorama más general. Espero que surja una imagen más clara cuando una mesa redonda de economistas internacionales evalúe en mayo más de 50 soluciones a los diferentes retos globales como parte del proyecto “Consenso de Copenhague”.
Los participantes harán un análisis de costo-beneficio para ponderar las diferentes estrategias. El resultado será una lista priorizada de soluciones que mostrará qué proyectos prometen los mayores beneficios en comparación con sus costes. ¿Debería el mundo encaminarse directamente a otro acuerdo al estilo del Protocolo de Kyoto? ¿Deberíamos hacer de la contaminación del aire nuestra primera prioridad?
Algunos se oponen decididamente a la idea de usar herramientas económicas para ponderar los mayores problemas del mundo. Sin embargo, se trata de una manera de sincerarnos sobre qué funciona y qué no. Es demasiado fácil para los políticos lanzar más dinero a problemas como el terrorismo, cuando algunas naciones pueden ya estar gastando demasiado en medidas de seguridad que no hacen más que los ataques cambien de blanco. Necesitamos que saber.
Si reconocemos que algunas políticas logran poco, podemos debatir otras opciones. Quizás hay maneras más inteligentes de combatir el terrorismo que guerras costosas o un nivel cada vez mayor de medidas de seguridad en casa. Quizás podamos dar respuesta al cambio climático a través de iniciativas tecnológicas menos costosas y más eficaces. Quizás acabaremos por ayudar al mundo más si nos centramos en la contaminación del aire, la educación o la condición de las mujeres.
Sabemos cómo hoy en día los políticos toman sus decisiones sobre gastos. En mayo, veremos cómo algunos de los mejores economistas del mundo –incluidos cinco premios Nobel- invertirían las mismas sumas para obtener los mejores beneficios posibles.
Descubriríamos lo que ocurriría si los políticos se alzaran por sobre la distorsión de la intensa concentración de los medios de comunicación en el terrorismo y el cambio climático. El resultado debería ser un énfasis más claro en los mayores problemas mundiales y sus mejores soluciones.
JOHANNESBURGO – Para mucha gente, el terrorismo y el calentamiento global son los grandes males que amenazan el planeta. En los Estados Unidos, la administración Bush desea aumentar el financiamiento de la seguridad en las fronteras y la aplicación de políticas de inmigración en cerca de un 20%. Se están dedicando más de $150 millones a ayudar a los sistemas de tránsito de Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut a prevenir y dar respuesta a ataques terroristas.
Sin embargo, el terrorismo internacional mata cerca de 400 personas en total cada año. ¿Cuánto más deberíamos estar dispuestos a pagar para reducir la cantidad de muertos en, digamos, un 25%: mil millones de dólares, cien mil millones?
Mientras tanto, en Hawaii quienes están a cargo de diseñar las políticas se reunieron para debatir un tratado sobre el cambio climático que reemplace el Protocolo de Kyoto. Los grupos de cabildeo ambiental desean que el próximo tratado vaya mucho más allá que el Protocolo de Kyoto, que ya está exigiendo del mundo unos $180 mil millones al año. De hecho, los esfuerzos para reducir el ritmo del calentamiento global a través del Protocolo de Kyoto o un tratado similar significarán una minúscula diferencia, retrasando el aumento de las temperaturas en apenas siete días para el año 2100.
Un décimo del coste anual del protocolo de Kyoto –o un décimo del presupuesto estadounidense de este año para las guerras en Iraq y Afganistán- ayudaría a prevenir cerca de 30 millones nuevas infecciones de VIH/SIDA. La misma suma se podría usar para ayudar a los cuatro millones de personas que este año morirán de desnutrición, los 2,5 millones que morirán por contaminación del aire en exteriores e interiores, los dos millones que perecerán por falta de micronutrientes (hierro, zinc y vitamina A) o los dos millones cuya causa de muerte será la falta de agua potable.
Sabemos cómo hacer para que la gente no muera de desnutrición, polución, VIH/SIDA y malaria. Las estrategias eficaces son baratas y sencillas: es principalmente cuestión de recibir lo que se necesita (micronutrientes, formas de combustible más limpias, condones gratuitos y redes antimosquitos). La cantidad de muertes sigue siendo alta, porque disponemos de recursos limitados para solucionar todos los problemas del mundo, y estos problemas no son nuestras mayores preocupaciones.
Los gobiernos y las ONG gastan miles de millones de dólares cada año intentando ayudar al mundo sin evaluar explícitamente si logran lo más que pueden. Definen prioridades entre los proyectos bienintencionados que financian, meramente decidiendo hacer algunas cosas y no otras, a menudo basados en realidades políticas y la atención de los medios de comunicación más que en un escrutinio riguroso.
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El pánico acerca del terrorismo y el cambio climático no nos cierra los ojos por completo a otros problemas que enfrenta al planeta, pero nuestro temor distorsiona el lente con el cual vemos el panorama más general. Espero que surja una imagen más clara cuando una mesa redonda de economistas internacionales evalúe en mayo más de 50 soluciones a los diferentes retos globales como parte del proyecto “Consenso de Copenhague”.
Los participantes harán un análisis de costo-beneficio para ponderar las diferentes estrategias. El resultado será una lista priorizada de soluciones que mostrará qué proyectos prometen los mayores beneficios en comparación con sus costes. ¿Debería el mundo encaminarse directamente a otro acuerdo al estilo del Protocolo de Kyoto? ¿Deberíamos hacer de la contaminación del aire nuestra primera prioridad?
Algunos se oponen decididamente a la idea de usar herramientas económicas para ponderar los mayores problemas del mundo. Sin embargo, se trata de una manera de sincerarnos sobre qué funciona y qué no. Es demasiado fácil para los políticos lanzar más dinero a problemas como el terrorismo, cuando algunas naciones pueden ya estar gastando demasiado en medidas de seguridad que no hacen más que los ataques cambien de blanco. Necesitamos que saber.
Si reconocemos que algunas políticas logran poco, podemos debatir otras opciones. Quizás hay maneras más inteligentes de combatir el terrorismo que guerras costosas o un nivel cada vez mayor de medidas de seguridad en casa. Quizás podamos dar respuesta al cambio climático a través de iniciativas tecnológicas menos costosas y más eficaces. Quizás acabaremos por ayudar al mundo más si nos centramos en la contaminación del aire, la educación o la condición de las mujeres.
Sabemos cómo hoy en día los políticos toman sus decisiones sobre gastos. En mayo, veremos cómo algunos de los mejores economistas del mundo –incluidos cinco premios Nobel- invertirían las mismas sumas para obtener los mejores beneficios posibles.
Descubriríamos lo que ocurriría si los políticos se alzaran por sobre la distorsión de la intensa concentración de los medios de comunicación en el terrorismo y el cambio climático. El resultado debería ser un énfasis más claro en los mayores problemas mundiales y sus mejores soluciones.