NUEVA YORK—Muchos países pobres que importan alimentos han caído en la desesperación en los últimos meses, a medida que se duplican los precios globales del arroz, el trigo y el maíz. Cientos de millones de pobres, que ya dedican gran parte de su presupuesto diario a comprar comida, están siendo empujados al límite, y los disturbios civiles relacionados con los alimentos van en aumento.
Sin embargo, muchos países pobres pueden cultivar más alimentos ellos mismos, ya que sus agricultores producen muy por debajo de lo que es posible en términos de tecnología. En algunos casos, con las medidas de gobierno adecuadas, podrían duplicar y hasta triplicar la producción de alimentos en apenas unos años.
La idea es básica y bien conocida. La agricultura tradicional utiliza pocos insumos y obtiene bajos rendimientos. Los campesinos pobres usan sus propias semillas de la estación anterior, carecen de fertilizantes, dependen de la lluvia en lugar de la irrigación, y disponen de poca mecanización , si es que no ninguna, excepto el azadón tradicional. Sus campos son pequeños, quizás de una hectárea (2,5 acres) o menos.
En condiciones agrícolas tradicionales, el rendimiento de los cereales –arroz, trigo, maíz, sorgo o mijo- suele ser de cerca de una tonelada por hectárea para una temporada de cultivo por año. Para una familia de campesinos de cinco o seis personas, esto significa extrema pobreza, y para su país equivale a depender de costosas importaciones de alimentos, incluida la ayuda alimentaria.
La solución es aumentar el rendimiento de los cultivos de cereales a por lo menos dos toneladas -y, en algunos lugares, a tres o más toneladas- por hectárea. Si se puede administrar el agua a través de la irrigación, esto se podría combinar con policultivos (varias cosechas al año) para producir un cultivo durante la estación seca. Cultivos más abundantes y frecuentes significan menos pobreza en las familias campesinas y precios más bajos para los alimentos en las ciudades.
La clave para aumentar el rendimiento de los cultivos es asegurarse de que hasta los campesinos más pobres tengan acceso a variedades de semillas mejoradas (por lo general, semillas "híbridas" creadas por la selección científica de variedades de semillas), fertilizantes químicos, material orgánico para reponer los nutrientes del suelo, métodos de irrigación de pequeña escala, como bombas para elevar agua desde pozos cercanos. No hay nada mágico en esta combinación de semillas de alto rendimiento, fertilizantes e irrigación a pequeña escala. Es la clave del aumento mundial de la producción alimentaria desde los años 60.
El problema es que estos insumos optimizados han pasado por alto a los agricultores y a los países más pobres. Cuando los campesinos carecen de una cuenta de ahorro y de bienes en garantía, son incapaces de pedir préstamos a los bancos para comprar semillas, fertilizante e irrigación. Como resultado, cultivan alimentos de la manera tradicional, a menudo ganando poco o nada con sus cosechas porque no son suficientes siquiera para mantener con vida a sus familias.
La historia ha demostrado que es necesario que los gobiernos emprendan acciones para ayudar a que los agricultores más pobres escapen de la trampa de la pobreza causada por los bajos rendimientos. Si se los puede ayudar a conseguir tecnologías sencillas, los ingresos pueden aumentar y podrán acumular saldos en sus cuentas bancarias y tener bienes que ofrecer como garantía. Con un poco de ayuda temporal, quizás de cerca de cinco años, los agricultores pueden acumular suficiente bienes e ingresos como para obtener insumos del mercado, ya sea a través de compras directas o a través de préstamos bancarios.
En todo el mundo, los bancos agrícolas estatales financiaban en el pasado no sólo insumos, sino que brindaban asesoría agrícola y difundían nuevas tecnologías de semillas. Por supuesto, había abusos, como la asignación de créditos públicos a los agricultores ricos en lugar de a aquellos que los necesitaban, o el prolongado subsidio de los insumos incluso después de que los agricultores lograban acceder al crédito. Y, en muchos casos, los bancos agrícolas estatales cayeron en bancarrota. Aún así, el financiamiento de insumos jugó un papel importante y positivo en ayudar a que los agricultores más pobres salieran de la pobreza y de la dependencia de la ayuda alimentaria.
Durante la crisis de la deuda de los años 80 y 90, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial obligaron a decenas de países pobres importadores de alimentos a desmantelar estos sistemas estatales. Se les dijo a los agricultores pobres que se las arreglaran solos, que dejaran que las "fuerzas del mercado" les proporcionaran los insumos. Fue un profundo error: no existían tales fuerzas del mercado.
Los agricultores pobres perdieron acceso a los fertilizantes y a las variedades de semillas mejoradas. Hay que decir, en todo caso, que el año pasado el Banco Mundial reconoció este error en una acerba evaluación interna acerca de las políticas agrícolas que había aplicado a lo largo del tiempo.
Ha llegado el momento de restablecer sistemas de financiamiento público que permitan que los pequeños agricultores de los países más pobres, particularmente aquellos que cultivan en dos hectáreas o menos, obtengan acceso a los insumos que necesitan, como semillas de alto rendimiento, fertilizantes e irrigación a pequeña escala. Malawi lo ha hecho en las tres últimas temporadas, y como resultado ha duplicado su producción de alimentos. Otros países de bajos ingresos deberían seguir su ejemplo.
Una noticia importante es que el Banco Mundial bajo su nuevo presidente, Robert Zoellick, está dando pasos para ayudar a financiar este nuevo enfoque. Si el banco otorga subvenciones a los países pobres para ayudar a que los pequeños agricultores obtengan acceso a mejores insumos, será posible que esos países aumenten su producción de alimentos en un corto periodo de tiempo.
Los gobiernos donantes, incluidos los países petroleros del Oriente Próximo, deberían ayudar a financiar estas nuevas iniciativas del Banco Mundial. El mundo debe fijarse como meta práctica duplicar el rendimiento de los cultivos de cereales en el África de bajos ingresos y regiones similares (como Haití) durante los próximos cinco años, lo que se puede lograr si el Banco Mundial, los países donantes y los países pobres dirigen su atención a las urgentes necesidades de los agricultores más pobres del mundo.
NUEVA YORK—Muchos países pobres que importan alimentos han caído en la desesperación en los últimos meses, a medida que se duplican los precios globales del arroz, el trigo y el maíz. Cientos de millones de pobres, que ya dedican gran parte de su presupuesto diario a comprar comida, están siendo empujados al límite, y los disturbios civiles relacionados con los alimentos van en aumento.
Sin embargo, muchos países pobres pueden cultivar más alimentos ellos mismos, ya que sus agricultores producen muy por debajo de lo que es posible en términos de tecnología. En algunos casos, con las medidas de gobierno adecuadas, podrían duplicar y hasta triplicar la producción de alimentos en apenas unos años.
La idea es básica y bien conocida. La agricultura tradicional utiliza pocos insumos y obtiene bajos rendimientos. Los campesinos pobres usan sus propias semillas de la estación anterior, carecen de fertilizantes, dependen de la lluvia en lugar de la irrigación, y disponen de poca mecanización , si es que no ninguna, excepto el azadón tradicional. Sus campos son pequeños, quizás de una hectárea (2,5 acres) o menos.
En condiciones agrícolas tradicionales, el rendimiento de los cereales –arroz, trigo, maíz, sorgo o mijo- suele ser de cerca de una tonelada por hectárea para una temporada de cultivo por año. Para una familia de campesinos de cinco o seis personas, esto significa extrema pobreza, y para su país equivale a depender de costosas importaciones de alimentos, incluida la ayuda alimentaria.
La solución es aumentar el rendimiento de los cultivos de cereales a por lo menos dos toneladas -y, en algunos lugares, a tres o más toneladas- por hectárea. Si se puede administrar el agua a través de la irrigación, esto se podría combinar con policultivos (varias cosechas al año) para producir un cultivo durante la estación seca. Cultivos más abundantes y frecuentes significan menos pobreza en las familias campesinas y precios más bajos para los alimentos en las ciudades.
La clave para aumentar el rendimiento de los cultivos es asegurarse de que hasta los campesinos más pobres tengan acceso a variedades de semillas mejoradas (por lo general, semillas "híbridas" creadas por la selección científica de variedades de semillas), fertilizantes químicos, material orgánico para reponer los nutrientes del suelo, métodos de irrigación de pequeña escala, como bombas para elevar agua desde pozos cercanos. No hay nada mágico en esta combinación de semillas de alto rendimiento, fertilizantes e irrigación a pequeña escala. Es la clave del aumento mundial de la producción alimentaria desde los años 60.
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El problema es que estos insumos optimizados han pasado por alto a los agricultores y a los países más pobres. Cuando los campesinos carecen de una cuenta de ahorro y de bienes en garantía, son incapaces de pedir préstamos a los bancos para comprar semillas, fertilizante e irrigación. Como resultado, cultivan alimentos de la manera tradicional, a menudo ganando poco o nada con sus cosechas porque no son suficientes siquiera para mantener con vida a sus familias.
La historia ha demostrado que es necesario que los gobiernos emprendan acciones para ayudar a que los agricultores más pobres escapen de la trampa de la pobreza causada por los bajos rendimientos. Si se los puede ayudar a conseguir tecnologías sencillas, los ingresos pueden aumentar y podrán acumular saldos en sus cuentas bancarias y tener bienes que ofrecer como garantía. Con un poco de ayuda temporal, quizás de cerca de cinco años, los agricultores pueden acumular suficiente bienes e ingresos como para obtener insumos del mercado, ya sea a través de compras directas o a través de préstamos bancarios.
En todo el mundo, los bancos agrícolas estatales financiaban en el pasado no sólo insumos, sino que brindaban asesoría agrícola y difundían nuevas tecnologías de semillas. Por supuesto, había abusos, como la asignación de créditos públicos a los agricultores ricos en lugar de a aquellos que los necesitaban, o el prolongado subsidio de los insumos incluso después de que los agricultores lograban acceder al crédito. Y, en muchos casos, los bancos agrícolas estatales cayeron en bancarrota. Aún así, el financiamiento de insumos jugó un papel importante y positivo en ayudar a que los agricultores más pobres salieran de la pobreza y de la dependencia de la ayuda alimentaria.
Durante la crisis de la deuda de los años 80 y 90, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial obligaron a decenas de países pobres importadores de alimentos a desmantelar estos sistemas estatales. Se les dijo a los agricultores pobres que se las arreglaran solos, que dejaran que las "fuerzas del mercado" les proporcionaran los insumos. Fue un profundo error: no existían tales fuerzas del mercado.
Los agricultores pobres perdieron acceso a los fertilizantes y a las variedades de semillas mejoradas. Hay que decir, en todo caso, que el año pasado el Banco Mundial reconoció este error en una acerba evaluación interna acerca de las políticas agrícolas que había aplicado a lo largo del tiempo.
Ha llegado el momento de restablecer sistemas de financiamiento público que permitan que los pequeños agricultores de los países más pobres, particularmente aquellos que cultivan en dos hectáreas o menos, obtengan acceso a los insumos que necesitan, como semillas de alto rendimiento, fertilizantes e irrigación a pequeña escala. Malawi lo ha hecho en las tres últimas temporadas, y como resultado ha duplicado su producción de alimentos. Otros países de bajos ingresos deberían seguir su ejemplo.
Una noticia importante es que el Banco Mundial bajo su nuevo presidente, Robert Zoellick, está dando pasos para ayudar a financiar este nuevo enfoque. Si el banco otorga subvenciones a los países pobres para ayudar a que los pequeños agricultores obtengan acceso a mejores insumos, será posible que esos países aumenten su producción de alimentos en un corto periodo de tiempo.
Los gobiernos donantes, incluidos los países petroleros del Oriente Próximo, deberían ayudar a financiar estas nuevas iniciativas del Banco Mundial. El mundo debe fijarse como meta práctica duplicar el rendimiento de los cultivos de cereales en el África de bajos ingresos y regiones similares (como Haití) durante los próximos cinco años, lo que se puede lograr si el Banco Mundial, los países donantes y los países pobres dirigen su atención a las urgentes necesidades de los agricultores más pobres del mundo.