TOKIO – El 2009 fue un buen año para China. La economía china siguió creciendo estrepitosamente en medio de una recesión mundial. El presidente norteamericano, Barack Obama, visitó China, más con el espíritu de quien suplica ante una corte imperial que como el líder de la mayor superpotencia del mundo. Incluso la cumbre de Copenhague sobre cambio climático terminó exactamente como quería China: en un intento fallido por comprometer a China, o a cualquier otra nación industrial, a hacer recortes significativos en las emisiones de carbono, mientras toda la culpa recayó sobre Estados Unidos.
TOKIO – El 2009 fue un buen año para China. La economía china siguió creciendo estrepitosamente en medio de una recesión mundial. El presidente norteamericano, Barack Obama, visitó China, más con el espíritu de quien suplica ante una corte imperial que como el líder de la mayor superpotencia del mundo. Incluso la cumbre de Copenhague sobre cambio climático terminó exactamente como quería China: en un intento fallido por comprometer a China, o a cualquier otra nación industrial, a hacer recortes significativos en las emisiones de carbono, mientras toda la culpa recayó sobre Estados Unidos.