La semana pasada, Tony Blair, Jacques Chirac y Gerhard Schroeder se reunieron en Berlín. Al separarse, prometieron reactivar el crecimiento de Europa. Ya hemos oído esa promesa vacía en ocasiones anteriores.
En cambio, la Unión Europea necesita una nueva dirección. Lo digo como dirigente del partido que ha estado a la vanguardia del compromiso de Gran Bretaña con Europa. Fue un gobierno conservador el que solicitó por primera vez la adhesión a comienzos del decenio de 1960. Un gobierno conservador llevó a cabo la adhesión del Reino Unido a la Comunidad Económica Europea en 1973. Margaret Thatcher colaboró con Jacques Delors con vistas a la creación del Mercado Único en 1986.
Por esa razón, no me cabe duda de que Gran Bretaña debe seguir siendo influyente dentro de la Unión, pero la política británica para con la UE ha provocado con frecuencia peores -y no mejores- relaciones entre los Estados miembros. Ante una nueva iniciativa de la UE, nuestra respuesta tradicional ha sido con frecuencia la de oponernos, votar en contra, perder la votación y después adoptarla de mala gana y echar la culpa a todos los demás. Muchos europeos están hartos de los vetos británicos y yo también.
Naturalmente, existen unos requisitos básicos que todos los Estados miembros deben aceptar. Los más importantes son las cuatro libertades del mercado único: libre circulación de bienes, servicios, personas y capitales. Pero un mercado único no requiere una única política industrial o social y mucho menos aún una política fiscal común. Al permitir a los países aplicar sus propias políticas en esos sectores fomenta la competitividad. La imposición de unas normas comunes hará que Europa quede más rezagada, al hacer los Estados miembros recaer sus costos en sus vecinos.
¿En qué sectores deben aplicarlas todos los Estados miembros y en cuáles deben ser optativas? Creo que todos los Estados miembros deben administrar aquellas políticas que no afecten de forma directa e importante a otros Estados miembros.
En los sectores que estén al servicio de su interés nacional, cada uno de los Estados miembros debe decidir si debe conservar totalmente el control nacional o cooperar con los demás. Los miembros de la Unión deben formar una serie de círculos superpuestos: combinaciones diferentes de Estados miembros deben poder mancomunar sus atribuciones en diferentes sectores por ellos elegidos.
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Ya existen precedentes. La OTAN ha sido flexible desde su comienzo. Francia se adhirió, pero después se negó a someter sus fuerzas armadas al mando central de la OTAN. Con el euro, el Acuerdo de Shengen y la Carta Social existe una flexibilidad similar,
Se pueden ampliar esos precedentes. Hasta ahora, todos han tenido que avanzar juntos y determinados países han negociado cláusulas de exclusión voluntaria, pero desde 1998 existe un procedimiento en los Tratados -llamado cooperación reforzada- que permite a algunos Estados miembros avanzar hacia una integración mayor en un sector concreto sin la participación de los demás.
En lugar de que los Estados miembros por separado deban celebrar negociaciones para acogerse a la cláusula de exclusión voluntaria respecto de una nueva iniciativa, simplemente quienes la apoyan pueden adherirse a ella. Los países que quieran integrarse más pueden hacerlo. No necesitan arrastrar a Gran Bretaña y a otros pataleando y dando gritos tras ellos, porque no estarán obligados a unírseles. De ese modo podemos liberarnos del tira y afloja institucionalizado que ha caracterizado las relaciones en la UE.
No hablo de una Europa de dos velocidades. Eso significa que todos convenimos en el destino y sólo diferimos en la velocidad del viaje. Yo no quiero alcanzar el destino al que aspiran algunos de nuestros socios, pero no quiero obstaculizárselo.
Hay quienes dicen que eso significaría una pérdida de influencia por parte de los países que opten por no integrarse más estrechamente, pero la influencia no es un fin en sí misma: es un medio para un fin. Gran Bretaña no necesita un puesto a la mesa, cuando se adoptan decisiones sobre el euro. Nuestra economía no se ha visto perjudicada por no habernos integrado en la zona de la moneda única. El mantenimiento de la libra no significa que nos opongamos al euro o esperemos que fracase.
La Unión Europea debe dejar de intentar hacerlo todo y centrarse en hacer menos cosas pero más eficazmente. Debe brindar a los Estados miembros la oportunidad de formular un planteamiento de Europa que convenga a sus tradiciones nacionales, en el marco de la UE.
En eso se basan los conservadores británicos para oponerse a la constitución propuesta. Naturalmente, no estamos de acuerdo con muchas de sus disposiciones, pero también nos oponemos a la idea de que exista una constitución de la UE. Existe una diferencia abismal entre una asociación de Estados-nación unidos por un tratado y una entidad única -ya se la llame Estado o no- con su propia personalidad jurídica, cuya autoridad se derive de su constitución.
Si se aceptara esa constitución mínimamente en la forma propuesta, la UE adquiriría muchos de los atributos y los símbolos de carácter estatal: su propio Presidente y su propio ministro de Asuntos Exteriores, su propio sistema jurídico. La supremacía de la legislación de la UE no se debería a actos de los parlamentos nacionales, sino a una constitución supranacional. Se trata de un cambio radical, no de una simple operación de arreglo como algunos dan a entender.
No creo que sea apropiado hacer un cambio de esa magnitud sin consultar específicamente a los pueblos en cuyo nombre gobernamos. Los parlamentos elegidos no son dueños de nuestras libertades. Las salvaguardan y no deben reducirlas sin un mandato explícito al respecto. Se debe someter a los ciudadanos británicos y a los de cada uno de los Estados miembros de la UE cualquier propuesta de nueva constitución
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South Korea's latest political crisis is further evidence that the 1987 constitution has outlived its usefulness. To facilitate better governance and bolster policy stability, the country must establish a new political framework that includes stronger checks on the president and fosters genuine power-sharing.
argues that breaking the cycle of political crises will require some fundamental reforms.
Among the major issues that will dominate attention in the next 12 months are the future of multilateralism, the ongoing wars in Ukraine and the Middle East, and the threats to global stability posed by geopolitical rivalries and Donald Trump’s second presidency. Advances in artificial intelligence, if regulated effectively, offer a glimmer of hope.
asked PS contributors to identify the national and global trends to look out for in the coming year.
La semana pasada, Tony Blair, Jacques Chirac y Gerhard Schroeder se reunieron en Berlín. Al separarse, prometieron reactivar el crecimiento de Europa. Ya hemos oído esa promesa vacía en ocasiones anteriores.
En cambio, la Unión Europea necesita una nueva dirección. Lo digo como dirigente del partido que ha estado a la vanguardia del compromiso de Gran Bretaña con Europa. Fue un gobierno conservador el que solicitó por primera vez la adhesión a comienzos del decenio de 1960. Un gobierno conservador llevó a cabo la adhesión del Reino Unido a la Comunidad Económica Europea en 1973. Margaret Thatcher colaboró con Jacques Delors con vistas a la creación del Mercado Único en 1986.
Por esa razón, no me cabe duda de que Gran Bretaña debe seguir siendo influyente dentro de la Unión, pero la política británica para con la UE ha provocado con frecuencia peores -y no mejores- relaciones entre los Estados miembros. Ante una nueva iniciativa de la UE, nuestra respuesta tradicional ha sido con frecuencia la de oponernos, votar en contra, perder la votación y después adoptarla de mala gana y echar la culpa a todos los demás. Muchos europeos están hartos de los vetos británicos y yo también.
Naturalmente, existen unos requisitos básicos que todos los Estados miembros deben aceptar. Los más importantes son las cuatro libertades del mercado único: libre circulación de bienes, servicios, personas y capitales. Pero un mercado único no requiere una única política industrial o social y mucho menos aún una política fiscal común. Al permitir a los países aplicar sus propias políticas en esos sectores fomenta la competitividad. La imposición de unas normas comunes hará que Europa quede más rezagada, al hacer los Estados miembros recaer sus costos en sus vecinos.
¿En qué sectores deben aplicarlas todos los Estados miembros y en cuáles deben ser optativas? Creo que todos los Estados miembros deben administrar aquellas políticas que no afecten de forma directa e importante a otros Estados miembros.
En los sectores que estén al servicio de su interés nacional, cada uno de los Estados miembros debe decidir si debe conservar totalmente el control nacional o cooperar con los demás. Los miembros de la Unión deben formar una serie de círculos superpuestos: combinaciones diferentes de Estados miembros deben poder mancomunar sus atribuciones en diferentes sectores por ellos elegidos.
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Ya existen precedentes. La OTAN ha sido flexible desde su comienzo. Francia se adhirió, pero después se negó a someter sus fuerzas armadas al mando central de la OTAN. Con el euro, el Acuerdo de Shengen y la Carta Social existe una flexibilidad similar,
Se pueden ampliar esos precedentes. Hasta ahora, todos han tenido que avanzar juntos y determinados países han negociado cláusulas de exclusión voluntaria, pero desde 1998 existe un procedimiento en los Tratados -llamado cooperación reforzada- que permite a algunos Estados miembros avanzar hacia una integración mayor en un sector concreto sin la participación de los demás.
En lugar de que los Estados miembros por separado deban celebrar negociaciones para acogerse a la cláusula de exclusión voluntaria respecto de una nueva iniciativa, simplemente quienes la apoyan pueden adherirse a ella. Los países que quieran integrarse más pueden hacerlo. No necesitan arrastrar a Gran Bretaña y a otros pataleando y dando gritos tras ellos, porque no estarán obligados a unírseles. De ese modo podemos liberarnos del tira y afloja institucionalizado que ha caracterizado las relaciones en la UE.
No hablo de una Europa de dos velocidades. Eso significa que todos convenimos en el destino y sólo diferimos en la velocidad del viaje. Yo no quiero alcanzar el destino al que aspiran algunos de nuestros socios, pero no quiero obstaculizárselo.
Hay quienes dicen que eso significaría una pérdida de influencia por parte de los países que opten por no integrarse más estrechamente, pero la influencia no es un fin en sí misma: es un medio para un fin. Gran Bretaña no necesita un puesto a la mesa, cuando se adoptan decisiones sobre el euro. Nuestra economía no se ha visto perjudicada por no habernos integrado en la zona de la moneda única. El mantenimiento de la libra no significa que nos opongamos al euro o esperemos que fracase.
La Unión Europea debe dejar de intentar hacerlo todo y centrarse en hacer menos cosas pero más eficazmente. Debe brindar a los Estados miembros la oportunidad de formular un planteamiento de Europa que convenga a sus tradiciones nacionales, en el marco de la UE.
En eso se basan los conservadores británicos para oponerse a la constitución propuesta. Naturalmente, no estamos de acuerdo con muchas de sus disposiciones, pero también nos oponemos a la idea de que exista una constitución de la UE. Existe una diferencia abismal entre una asociación de Estados-nación unidos por un tratado y una entidad única -ya se la llame Estado o no- con su propia personalidad jurídica, cuya autoridad se derive de su constitución.
Si se aceptara esa constitución mínimamente en la forma propuesta, la UE adquiriría muchos de los atributos y los símbolos de carácter estatal: su propio Presidente y su propio ministro de Asuntos Exteriores, su propio sistema jurídico. La supremacía de la legislación de la UE no se debería a actos de los parlamentos nacionales, sino a una constitución supranacional. Se trata de un cambio radical, no de una simple operación de arreglo como algunos dan a entender.
No creo que sea apropiado hacer un cambio de esa magnitud sin consultar específicamente a los pueblos en cuyo nombre gobernamos. Los parlamentos elegidos no son dueños de nuestras libertades. Las salvaguardan y no deben reducirlas sin un mandato explícito al respecto. Se debe someter a los ciudadanos británicos y a los de cada uno de los Estados miembros de la UE cualquier propuesta de nueva constitución