En 1933, los primatólogos descubrieron un mono de color rojo y negro que vivía en las copas de los árboles en las selvas de Africa occidental. Lo llamaron el colobo rojo de Miss Waldron. Hace poco se le declaró extinto, la primera extinción documentada de un primate desde el siglo XVIII. Después de buscar durante seis años, un equipo de científicos no ha logrado encontrar rastro del mono, lo que los ha llevado a la conclusión de que la tala intensiva en la región provocó la muerte del último miembro de su especie. No obstante, cuando el colobo rojo de Miss Waldron desapareció, no lo hizo solo. Se llevó consigo a un número desconocido de especies de parásitos que vivían en el cuerpo del mono –parásitos que pueden haber incluido virus, bacterias, protozoarios, hongos, tenias y otros bichos.
Es probable que estemos provocando extinciones masivas que no se han visto en el planeta desde que le cayó encima un asteroide hace 65 millones de años. Asombrosamente, los parásitos son los que desaparecerán en mayores cantidades, ya que representan la enorme mayoría de la biodiversidad de la Tierra. Aunque los investigadores no están de acuerdo sobre el número de especies que existen –los cálculos fluctúan entre 5 y 30 millones—parece que cuatro de cada cinco especies son parásitos de algún tipo.
Puede resultar difícil darnos cuenta de que vivimos en un mundo abrumadoramente parasitario. Después de todo, generalmente pensamos en los parásitos con miedo y repulsión. Son cosas que se deben erradicar o, por lo menos, evitar mencionar en nuestras conversaciones. Sin embargo, los parásitos son los grandes triunfadores de la naturaleza. Han existido desde hace miles de millones de años y han evolucionado en una gran diversidad de formas extrañas –nemátodos que se pueden enroscar en una célula muscular, crustáceos que se adhieren a los ojos de los tiburones, gusanos planos que viven en las vejigas de sapos del desierto que permanecen enterrados en la arena once meses al año.
En ese proceso, los parásitos han evolucionado hasta ser criaturas muy sofisticadas. Pueden castrar bioquímicamente a sus huéspedes para que no gasten energías produciendo huevos o encontrando pareja cuando podrían estar alimentando al parásito. Los parásitos incluso pueden controlar el comportamiento de sus huéspedes para garantizar su propia reproducción. Por ejemplo, muchas especies de parásitos necesitan vivir dentro de dos o más especies para completar su vida reproductiva. Con frecuencia, el primer huésped es presa del segundo, de manera que los parásitos ayudan a los depredadores a atrapar a sus presas. El toxoplasma, un protozoario que comienza en ratas y otros mamíferos, tiene como huésped final al gato. Una rata infectada con toxoplasmosis está perfectamente sana, pero pierde su miedo instintivo cuando huele un gato. Al alterar la neuroquímica de la rata, el toxoplasma puede convertir a sus huépedes en presas fáciles.
Puede ser que los parásitos no obtengan el cariño de nadie, pero sí deberíamos darles nuestro respeto. Así, cuando tomemos medidas para preservar la biodiversidad, no debemos olvidar a los parásitos que viven dentro de los huéspedes en peligro de extinción, como los que vivían dentro del colobo rojo de Miss Waldron. Hay razones prácticas para conservar la biodiversidad y se aplican tanto a los parásitos como a sus huéspedes. Por ejemplo, muchos de los fármacos más efectivos se han descubierto en plantas o animales.
Los parásitos son maestros de la biotecnología. Recordemos a la lombriz intestinal. Este bicho maligno encaja sus colmillos en el recubrimiento intestinal para beber sangre y tejido lacerado. Normalmente se formarían coágulos en la herida, lo que le impediría a la lombriz alimentarse. Sin embargo, ha desarrollado la capacidad de producir una molécula que con elegancia detiene la cascada de reacciones químicas que crean los coágulos. Los investigadores de la biotecnología están tan impresionados con la lombriz que han sintetizado la molécula y están realizando pruebas para utilizarla como anticoagulante durante intervenciones quirúrgicas.
La lombriz intestinal es apenas una entre los millones de especies de parásitos. Otros parásitos son capaces de producir sustancias que se pueden utilizar para impedir el rechazo de órganos o para alterar el cerebro. Si se extinguen, se llevarán sus secretos consigo.
El desprecio que mucha gente siente por los parásitos oculta una profunda inquietud sobre nuestro propio papel en la naturaleza. Nos enorgullecemos de ser los amos de la naturaleza, con las bestias de agua y tierra a nuestra disposición. Sin embargo, los parásitos se pueden colar a través de nuestras defensas y convertir a nuestros cuerpos en sus parques de diversiones. El hecho de que siempre seremos parte del mundo natural es, de cierta manera, atemorizante. Ese miedo es lo que hace que los parásitos sean un recurso tan útil para las películas de ciencia ficción tales como Alien.
Sin embargo, los parásitos nos inquietan de otra forma. Cuando vemos fotografías aéreas de asentamientos humanos que invaden los campos o de actividades de tala que acaban con las selvas tropicales, es difícil evitar una idea terrible: nosotros somos parásitos. Nuestro huésped es la biósfera, a la que explotamos y consumimos para nuestro provecho y su detrimento.
Puede que haya algo de cierto en esa metáfora, pero la lección que yo extraigo no es la misma que la que otros ven. Que lo llamen a uno parásito no es necesariamente malo. Los parásitos han sido increíblemente exitosos durante los pasados cuatro mil millones de años de historia de la vida. Si, en efecto, somos parásitos, no somos muy buenos. Los parásitos usan a sus huéspedes con mucho cuidado, ya que si los matan demasiado pronto se quedan sin hogar. A diferencia de otros parásitos, nosotros tenemos un solo huésped, lo que significa que debemos ser particularmente cuidadosos. A juzgar por el estado de las selvas tropicales, los pantanos y los arrecifes de coral, no lo somos. Deberíamos aprender de los maestros.
En 1933, los primatólogos descubrieron un mono de color rojo y negro que vivía en las copas de los árboles en las selvas de Africa occidental. Lo llamaron el colobo rojo de Miss Waldron. Hace poco se le declaró extinto, la primera extinción documentada de un primate desde el siglo XVIII. Después de buscar durante seis años, un equipo de científicos no ha logrado encontrar rastro del mono, lo que los ha llevado a la conclusión de que la tala intensiva en la región provocó la muerte del último miembro de su especie. No obstante, cuando el colobo rojo de Miss Waldron desapareció, no lo hizo solo. Se llevó consigo a un número desconocido de especies de parásitos que vivían en el cuerpo del mono –parásitos que pueden haber incluido virus, bacterias, protozoarios, hongos, tenias y otros bichos.
Es probable que estemos provocando extinciones masivas que no se han visto en el planeta desde que le cayó encima un asteroide hace 65 millones de años. Asombrosamente, los parásitos son los que desaparecerán en mayores cantidades, ya que representan la enorme mayoría de la biodiversidad de la Tierra. Aunque los investigadores no están de acuerdo sobre el número de especies que existen –los cálculos fluctúan entre 5 y 30 millones—parece que cuatro de cada cinco especies son parásitos de algún tipo.
Puede resultar difícil darnos cuenta de que vivimos en un mundo abrumadoramente parasitario. Después de todo, generalmente pensamos en los parásitos con miedo y repulsión. Son cosas que se deben erradicar o, por lo menos, evitar mencionar en nuestras conversaciones. Sin embargo, los parásitos son los grandes triunfadores de la naturaleza. Han existido desde hace miles de millones de años y han evolucionado en una gran diversidad de formas extrañas –nemátodos que se pueden enroscar en una célula muscular, crustáceos que se adhieren a los ojos de los tiburones, gusanos planos que viven en las vejigas de sapos del desierto que permanecen enterrados en la arena once meses al año.
En ese proceso, los parásitos han evolucionado hasta ser criaturas muy sofisticadas. Pueden castrar bioquímicamente a sus huéspedes para que no gasten energías produciendo huevos o encontrando pareja cuando podrían estar alimentando al parásito. Los parásitos incluso pueden controlar el comportamiento de sus huéspedes para garantizar su propia reproducción. Por ejemplo, muchas especies de parásitos necesitan vivir dentro de dos o más especies para completar su vida reproductiva. Con frecuencia, el primer huésped es presa del segundo, de manera que los parásitos ayudan a los depredadores a atrapar a sus presas. El toxoplasma, un protozoario que comienza en ratas y otros mamíferos, tiene como huésped final al gato. Una rata infectada con toxoplasmosis está perfectamente sana, pero pierde su miedo instintivo cuando huele un gato. Al alterar la neuroquímica de la rata, el toxoplasma puede convertir a sus huépedes en presas fáciles.
Puede ser que los parásitos no obtengan el cariño de nadie, pero sí deberíamos darles nuestro respeto. Así, cuando tomemos medidas para preservar la biodiversidad, no debemos olvidar a los parásitos que viven dentro de los huéspedes en peligro de extinción, como los que vivían dentro del colobo rojo de Miss Waldron. Hay razones prácticas para conservar la biodiversidad y se aplican tanto a los parásitos como a sus huéspedes. Por ejemplo, muchos de los fármacos más efectivos se han descubierto en plantas o animales.
Los parásitos son maestros de la biotecnología. Recordemos a la lombriz intestinal. Este bicho maligno encaja sus colmillos en el recubrimiento intestinal para beber sangre y tejido lacerado. Normalmente se formarían coágulos en la herida, lo que le impediría a la lombriz alimentarse. Sin embargo, ha desarrollado la capacidad de producir una molécula que con elegancia detiene la cascada de reacciones químicas que crean los coágulos. Los investigadores de la biotecnología están tan impresionados con la lombriz que han sintetizado la molécula y están realizando pruebas para utilizarla como anticoagulante durante intervenciones quirúrgicas.
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La lombriz intestinal es apenas una entre los millones de especies de parásitos. Otros parásitos son capaces de producir sustancias que se pueden utilizar para impedir el rechazo de órganos o para alterar el cerebro. Si se extinguen, se llevarán sus secretos consigo.
El desprecio que mucha gente siente por los parásitos oculta una profunda inquietud sobre nuestro propio papel en la naturaleza. Nos enorgullecemos de ser los amos de la naturaleza, con las bestias de agua y tierra a nuestra disposición. Sin embargo, los parásitos se pueden colar a través de nuestras defensas y convertir a nuestros cuerpos en sus parques de diversiones. El hecho de que siempre seremos parte del mundo natural es, de cierta manera, atemorizante. Ese miedo es lo que hace que los parásitos sean un recurso tan útil para las películas de ciencia ficción tales como Alien.
Sin embargo, los parásitos nos inquietan de otra forma. Cuando vemos fotografías aéreas de asentamientos humanos que invaden los campos o de actividades de tala que acaban con las selvas tropicales, es difícil evitar una idea terrible: nosotros somos parásitos. Nuestro huésped es la biósfera, a la que explotamos y consumimos para nuestro provecho y su detrimento.
Puede que haya algo de cierto en esa metáfora, pero la lección que yo extraigo no es la misma que la que otros ven. Que lo llamen a uno parásito no es necesariamente malo. Los parásitos han sido increíblemente exitosos durante los pasados cuatro mil millones de años de historia de la vida. Si, en efecto, somos parásitos, no somos muy buenos. Los parásitos usan a sus huéspedes con mucho cuidado, ya que si los matan demasiado pronto se quedan sin hogar. A diferencia de otros parásitos, nosotros tenemos un solo huésped, lo que significa que debemos ser particularmente cuidadosos. A juzgar por el estado de las selvas tropicales, los pantanos y los arrecifes de coral, no lo somos. Deberíamos aprender de los maestros.