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EE. UU. no debe prohibir TikTok, sino garantizar la privacidad de la información

CAMBRIDGE – La semana pasada la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó la Ley de Protección de los Estadounidenses contra Aplicaciones Controladas por Adversarios Extranjeros (Protecting Americans from Foreign Adversary Controlled Applications Act), y no es ningún secreto que el proyecto de ley apunta a TikTok. Esa plataforma para compartir videos, tremendamente popular, es propiedad de ByteDance, una empresa con sede en Pekín —que está, por lo tanto, sujeta a la legislación de la República Popular China y, posiblemente, al control del Partido Comunista de China (PCCh), a pesar de que los ejecutivos de la empresa aseguran lo contrario—.

Si el Senado aprueba el proyecto y el presidente Joe Biden lo convierte en ley (como dijo que hará), ByteDance tendría que vender TikTok a una empresa de otro país dentro de los siguientes seis meses, o quedaría prohibida en las tiendas de aplicaciones estadounidenses. El motivo, según los promotores bipartidistas de la ley —entre quienes se cuentan el presidente y el coordinador de la bancada minoritaria de la Comisión de la Cámara de Representantes sobre el Partido Comunista Chino— es que TikTok socava la democracia y amenaza la seguridad nacional, ya que permite a China «vigilar al público estadounidense e influir sobre él».

Ciertamente, TikTok implica riesgos para los usuarios estadounidenses, pero la aplicación es solo una pequeña parte de un problema mucho mayor: la falta de un modelo afirmativo de privacidad de la información que proteja la privacidad y las libertades civiles. Al centrarse en TikTok los responsables políticos estadounidenses solo benefician a los competidores de esa empresa, y restan impulso a los esfuerzos para implementar normativas sobre la transparencia de los algoritmos y la información.

Quienes apoyan el proyecto de ley se basan en dos argumentos: el primero es que TikTok es una máquina de propaganda que permite al PCCh inundar a su gigantesca base de usuarios con desinformación, favorable a China o que puede ser perjudicial por otros motivos, lo que pone en peligro a la seguridad nacional estadounidense. Por supuesto, el PCCh desea controlar la imagen de China en el mundo: según las declaraciones del Departamento de Estado en 2023, «Pekín procura maximizar el alcance de los contenidos falsos o sesgados a favor de la RPC». Por ello, el presidente chino Xi Jinping exhortó reiteradamente al aparato de propaganda de su país y a sus ciudadanos a «contar bien la historia china».

Pero es fácil exagerar el peligro que implica la propaganda China, y su eficacia. Hasta el momento, la historia bien contada de China ha caído en oídos sordos (al menos en EE. UU., donde la necesidad de contrarrestar la amenaza china es uno de los pocos puntos en los que coinciden los republicanos y demócratas). China carece además de exportaciones culturales como productos equivalentes al anime japonés o al K-pop surcoreano, y la cantidad de inscriptos en los cursos de mandarín de las universidades estadounidenses viene cayendo desde hace años, lo que afecta aún más al poder suave de China.

Además, si China usa TikTok para mejorar su imagen en el extranjero, lo hace terriblemente. La actitud de muchos países occidentales hacia ese país es en gran medida, y cada vez más, negativa, lo que refleja su reputación de matón autoritario, sus atroces violaciones de los derechos humanos y su vinculación con la pandemia de la COVID-19.

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Una cuestión relacionada es que China puede manipular los contenidos de TikTok y eliminar videos con narrativas anti-PCCh y perspectivas que «no cuentan bien su historia». De hecho, se trata de un componente bien documentado de la estrategia mediática del país: los investigadores de la Universidad de Rutgers detectaron hace poco que la representación de las cuestiones políticamente sensibles para China era menor en TikTok que en Instagram.

Los propagandistas chinos pueden, de igual manera, difundir contenidos incendiarios para aumentar el resentimiento y sembrar divisiones en la sociedad estadounidense, algo de lo que se acusó a Rusia en los últimos años. Sin embargo, el caso ruso —que implicó a Facebook y Twitter (ahora X)— demuestra que el problema difícilmente se limite a TikTok o a los adversarios extranjeros: numerosos estudios han demostrado que las redes sociales pueden normalizar comportamientos peligrosos y alentar discursos que incitan al odio, especialmente entre los adolescentes. El desafío de la alienación acelerada por los algoritmos va más allá de TikTok; enfocarse en esa aplicación no es la solución.

Eso nos lleva a la segunda afirmación de los responsables políticos estadounidenses: TikTok proporciona datos de los estadounidenses al PCCh, incluso aunque estén almacenados en EE. UU. La seguridad de los datos es, sin dudas, una cuestión muy preocupante, sobre todo porque los usuarios de Internet pueden ser vulnerables a la explotación y vigilancia por parte de los regímenes autoritarios. Pero en el mundo no escasean los corredores de datos con poca o nula regulación, muchos de los cuales operan abiertamente en EE. UU. y otras democracias liberales. Prohibir TikTok no cambiará el hecho de que tanto las empresas privadas como las agencias estatales tienen un poder tremendo para recopilar y almacenar datos sobre casi todos los aspectos de nuestras vidas. Y obligar a ByteDance a deshacerse de TikTok simplemente pondrá los datos recopilados por esa aplicación en manos de otro actor. Sería ingenuo suponer que esos actores tienen buenas intenciones simplemente porque no están directamente vinculados con el Estado chino.

Tratar a la desinformación y la inseguridad de los datos como problemas específicos de TikTok beneficia a sus rivales, como Meta, y a quienes procuran convertir a la preocupación por la seguridad nacional en un arma para evitar la regulación de todo el sector. Lo irónico es que eso juega a favor de los chinos que afirman que la democracia estadounidense es una farsa y ha sido corrompida por los intereses empresariales y los lobistas. Más aún, se podría entender como una hipocresía, ya que EE. UU. manifestó su repulsa por la prohibición de plataformas en otros países (como la suspensión de Twitter en Nigeria en 2021) y afirmó que eso atentaba contra la libertad de expresión y el acceso a la información, fundamentales para la democracia.

La verdadera amenaza de TikTok es mucho mayor, y está enraizada mucho más profundamente, de lo que los estadounidenses responsables de las políticas desean admitir: se trata de la recopilación y el tráfico no regulados de información personal al servicio de la rentabilidad privada y el control estatal. Para solucionar ese problema, los legisladores deben trabajar junto con la sociedad civil en pos de lo que muchos han sugerido: desarrollar un modelo afirmativo para la privacidad de la información, que garantice las libertades civiles, exija la transparencia de los algoritmos y empodere al ciudadano común para entender la manera en que las entidades corporativas y gubernamentales usan sus datos. En ausencia de esas reformas estructurales, la prohibición de TikTok será poco más que un triunfo vacío, de un Congreso paralizado.

Traducción al español por Ant-Translation

https://prosyn.org/vhtbfIZes