Burbujas para siempre

NEW HAVEN – Podría pensarse que vivimos en un mundo posburbuja desde el colapso de la mayor burbuja inmobiliaria en la historia del planeta en 2006 y el final de una burbuja mundial en el mercado de valores el año siguiente. Pero se vuelve a hablar de burbujas una y otra vez –burbujas inmobiliarias que aparecen o continúan en muchos países, una nueva burbuja mundial en el mercado de valores, una burbuja de largo plazo en los mercados de bonos estadounidense y de otros países, una burbuja en el precio del petróleo, una burbuja del oro y así sucesivamente.

Sin embargo, no esperaba una historia de burbujas cuando visité Colombia el mes pasado. Pero, una vez más, los locales me hablaron de una burbuja inmobiliaria en curso y mi chofer me paseó por el centro vacacional costero de Cartagena y señaló, con voz asombrada, varias casas que recientemente se vendieron por millones de dólares.

El Banco de la República, el banco central colombiano, mantiene un índice de precios de viviendas para tres ciudades principales: Bogotá, Medellín y Cali. El índice ha aumentado el 69 % en términos reales (ajustado por inflación) desde 2004 –la mayor parte del aumento se produjo después de 2007. Esa tasa de crecimiento de los precios recuerda la experiencia estadounidense, donde el índice de precios de viviendas para diez ciudades S&P/Case-Shiller aumentó el 131 % en términos reales entre su mínimo, en 1997, y su máximo, en 2006.

Esto plantea la pregunta: ¿qué es una burbuja especulativa? El diccionario de inglés Oxford define una burbuja como «cualquier cosa frágil, insustancial, vacía o sin valor; un espectáculo engañoso. A partir del siglo XVII a menudo se aplica a esquemas comerciales o financieros engañosos». El problema es que palabras como «espectáculo» y «esquema» sugieren una creación deliberada más que un fenómeno social extendido que no depende de un empresario teatral.

Tal vez la palabra burbuja se usa con excesivo descuido.

Eso ciertamente cree Eugene Fama. Fama, el defensor más importante de la «hipótesis de los mercados eficientes», niega la existencia de las burbujas. Según explicó en una entrevista en 2010 con John Cassidy para The New Yorker, «Ni siquiera sé qué significa una burbuja. Esas palabras han vuelto populares. No creo que tengan ningún significado».

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En la segunda edición de mi libro Exhuberancia irracional, intenté presentar una mejor definición de burbuja. Una «burbuja especulativa», escribí entonces, es «una situación en que las noticias de los aumentos de precios alimentan el entusiasmo de los inversores, que se difunde por contagio psicológico de una persona a otra y en el proceso amplifica historias que pueden justificar esos aumentos». Esto atrae «a una clase de inversores cada vez mayor, que a pesar de las dudas sobre el valor real de la inversión se ve atraída hacia ella en parte por envidia del éxito de otros y en parte por el entusiasmo de la apuesta».

Ese parece ser el núcleo del significado de la palabra su uso más frecuentemente. En esta definición está implícita una sugerencia sobre por qué es tan difícil para los «apostadores inteligentes» beneficiarse apostando contra las burbujas: el contagio psicológico promueve un modo de pensar que justifica los aumentos de precios, por lo que la participación en la burbuja podría llamarse casi racional. Pero no es racional.

La historia es distinta en cada país, refleja sus propias noticias, que no siempre cuadran con las de otros países. Por ejemplo, parece que la historia actual en Colombia es que el gobierno del país, ahora bajo la apreciada gestión del presidente Juan Manuel Santos, ha reducido la inflación y las tasas de interés para llevarlos a niveles de países desarrollados, y ha eliminado la amenaza de los rebeldes de las FARC, inyectando así nueva vitalidad a la economía colombiana. Esa es una historia lo suficientemente buena como para impulsar una burbuja inmobiliaria.

Como las burbujas son esencialmente fenómenos sociopsicológicos, resultan, por su propia naturaleza, difíciles de controlar. La acción regulatoria desde la crisis financiera puede disminuir las burbujas en el futuro. Pero el temor público a las burbujas también puede aumentar el contagio psicológico y alimentar aún más profecías autocumplidas.

Un problema de la palabra burbuja es que crea una imagen mental de una burbuja de jabón en expansión, que está destinada a estallar brusca e irrevocablemente. Pero las burbujas especulativas no terminan tan rápidamente; de hecho, pueden desinflarse un poco, cuando cambia la historia, y luego recuperar impulso.

Pareciera más preciso referirse a estos episodios como epidemias especulativas. Sabemos por la gripe que una nueva epidemia pueda parecer repentinamente justo cuando una anterior está desapareciendo, si surge una nueva forma del virus o algún factor ambiental aumenta la tasa de contagio. De manera similar, una nueva burbuja especulativa puede aparecer en cualquier momento si surge una nueva historia sobre la economía y su fuerza narrativa es lo suficientemente poderosa como para disparar un nuevo contagio de pensamiento entre los inversores.

Esto es lo que ocurrió en el mercado en alza durante la década de 1920 en EE. UU., que alcanzó su punto máximo en 1929. Hemos distorsionado esa historia al pensar en las burbujas como un período de dramático aumento de los precios seguido por un repentino punto de quiebre y una caída importante y definitiva. De hecho, un gran aumento de los precios reales de las acciones en EE. UU. después del «Martes Negro» generó un repunte en 1930 que los llevó a recuperar la mitad de las pérdidas respecto de 1929. A esto siguió una segunda caída, otra bonanza entre 1932 y 1937, y un tercer quiebre.

Las burbujas especulativas no terminan como un cuento, una novela o una obra de teatro. No hay un desenlace final que lleve todos los hilos de la narrativa a una conclusión final impresionante. En el mundo real, nunca sabemos cuándo termina la historia.

Traducción al español por Leopoldo Gurman.

https://prosyn.org/OUSD6W5es